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viernes, 22 de octubre de 2021

Elegía de octubre (XVI)

 

Si, como dijo esta mañana la mujer de la lavandería,

octubre es el mes más precioso del año,

si sus argumentos fueron ciertos,

quiero decir,

la luz brillante del aire,

o el mismo celeste inocente del cielo,

el algodón de los álamos,

por las calles de la plaza,

la flor del paraíso,

el rosa de los lapachos,

el recuerdo reciente o aún la realidad,

en ciertos muros,

de la flor abierta del jazmín,

cayendo hacia la calle,

o en las veredas la flor blanca de las acacias,

cayendo en racimos,

la posibilidad nueva de imaginar, entonces,

recién ahora, dijo,

el verano,

las flores blancas

o rosas de los palos borrachos,

en diciembre,

la avenida celeste de los jacarandá,

tan homogénea,

tan íntegra,

tan tersa,

el olor dulce de los tilos,

la calidez de las casas por dentro,

detrás del vidrio,

el blanco intenso de los edificios por fuera,

el sol desnudo,

la libertad de abreviar la distancia

de una vez por todas,

hasta hoy inagotable,

entre la piel del cuerpo y el aire,

el calor directo del sol,

si recién octubre es el mes en que poder imaginar,

entonces,

nuestros brazos en el agua, dijo,

en el frío del agua,

el tiempo largo del ocio,

el tiempo blando del ocio,

el tiempo extendido,

como disuelto,

del ocio,

si octubre es el mes más precioso del año,

como dijo esta mañana la mujer de la lavandería,

porque octubre es el mes en que recuperamos

lo perdido en marzo, quizás,

o en abril,

o a principios de mayo,

la luz que no se mezquina,

la luz generosa que no se gradúa

para darse,

si octubre es el comienzo de la luz interminable,

de la mañana cálida,

la tarde cegadora,

de la luz que intensifica hasta la sombra que produce,

si octubre,

como dijo esta mañana una mujer,

como al pasar de tan segura,

es el comienzo renovado de lo que habíamos deseado tanto,

y olvidado,

todo el año,

entonces esa mujer,

esta mañana,

ahora,

ha dado otra profundidad a nuestra vida,

otra gracia,

otra razón para la felicidad que quizás ni siquiera precisábamos,

pensamos,

es cierto,

y sin embargo agradecemos,

qué lástima, pensamos primero,

pero no lo sentimos,

qué dicha, pensamos después,

nos corregimos,

que ya no haya dios para agradecerle toda la gracia,

toda la belleza,

toda la prodigalidad,

el derroche de lo vivo con que gozaba Schopenhauer,

las hojas verdes de los plátanos,

los nidos prolijos de las palomas,

el olor de la mañana,

la sombra de las aves en el pasto,

la inestabilidad de las mariposas,

al volar,

qué suerte, pensamos también,

ahora pensamos qué suerte,

que nos tengamos el uno al otro,

que cada uno pueda ser un poco el dios de cada otro,

una mañana como esta,

en un lugar indistinto,

que octubre sea el comienzo,

por qué no,

que todo esté de nuevo por venir,

en ese círculo pequeño,

tan pequeño que es la vida,

ahora lo entendemos,

qué felicidad,

qué gran felicidad que entre nosotros nos recemos.