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miércoles, 14 de septiembre de 2022

Y si la historia no sólo la escriben los que ganan...

 Unas breves palabras sobre el Meme

 

Si bien la palabra que los nombra es indigna de eso que nombra, cosa que no pasa, por ejemplo, con el jazmín del país, con el roble americano, que lo mejora, con la Plaza San Martín, que la merece; si bien el nombre, digo, degrada la pieza que nombra y en parte contribuye a quitarle prestigio, (al menos para quienes se fían demasiado en las formas), el tono de nuestra época, lo creo profundamente, está diseñado, encarnado o simbolizado por eso que triste o resignadamente llamamos meme. Conozco la historia del nombre, pero eso no lo justifica ni nos importa. El meme en su sentido más cotidiano, no académico, esa imagen que viene acompañada, en diálogo ingenioso con un texto, está como ganada de su propia vocación de parodiar, de su propio grotesco desde el nombre. Pero olvidemos el nombre y halemos de esa pieza cultural que toda persona de bien recorre a diario, espasmódicamente. Humor, brevedad, síntesis, ingenio, imaginación, escepticismo, hedonismo, espíritu estoico, grotesco, autoreferrencia, volatilidad, organismo que se multiplica a sí mismo, metáfora, collage, surrealismo, imagen y texto. Todo está allí. Es el aleph de nuestro tiempo. Si alguien, en un tiempo futuro, quisiera saber cómo sentía profundamente la sociedad de nuestro tiempo, no sus elites, no sus académicos, sino la gente digamos de civil, debería seriamente ponerse a estudiar memes. Sería un trabajo de arqueología cultural divertido. O quizás no; sólo habría que saber con qué se reirán o simplemente simbolizarán la realidad en ese futuro lejano. Vivimos un tiempo que, saludablemente, quizás sabia y desesperadamente, ha decidido salir de la seriedad, de la solemnidad, del lamento, de la queja y el tono grandilocuente de la tragedia. Dije del tono; no, y por eso el meme llega a veces a lugares insospechados, ontológicos o metafísicos, del contenido. El meme es aquel intervalo en la vida, porque siempre es un intervalo, que, como una buena intervención psicoanalítica, te arranca del goce de sufrir (“el goce de estar triste”, dirá Borges), de tomarte demasiado en serio. Digamos que en algún sentido es nuestro memento mori, nuestro recuerdo permanente, divertido y comunitario, de que un día vamos a morir. Ese es, creo yo, el espíritu general que lo aviva y lo reproduce. Ese es el chiste que está por debajo de todos los chistes, el humano. La broma de nacer y morir de quien ni siquiera, como en los memes, conocemos el autor. Por primera vez quizás hemos llegado de veras a la certeza de que estamos de paso, de que no hay más vidas; eso que ya no es retórica ni poética, sino sensibilidad profunda. Está detrás casi de cada acto. Acaba de llevarte el auto la grúa, sabés que no tendrás dinero para pagar el acarreo, que vendrá una multa, un disgusto, que te enfrentará a tus limitaciones y a las del sistema que te contiene, y recibís un meme que te arranca, porque te la arranca, una risa. Habría que ser muy canalla, hipócrita o infantil para pensar que reírse es un acto de irresponsabilidad o que lo produce. No es así. Tendremos que ir de todos modos al juzgado de faltas o simplemente pagar la multa. Podremos incluso organizar una manifestación en contra de los procedimientos abusivos, injustos o perversos de nuestra dependencia municipal. La diferencia está en cómo se pasa ese tiempo de drama.

El meme, decía, quizás debiéramos decir, el buen meme, está lleno de virtudes. Estoy convencido de ello. Una, que no es para nada menor, es la de contar una historia de (y por) los que no hemos ganado, que somos casi todos. Los memes suelen construir representaciones en las que se contraponen los seres más o menos imaginarios que poseen el dinero, la belleza, la juventud, la fama, el poder (todo en proporciones inaccesibles para el ciudadano de a pie), todo lo que aglutina la palabra éxito para nuestra sociedad, para contraponerlos con finalidad humorística a un yo que es un nosotros grande como casi todo el mundo. El protagonista de los memes, que habla casi siempre en primera persona, es quien no es eso imaginario y perverso que construyen los medios masivos de comunicación y quizás también nosotros mismos, nuestros héroes. Esa es una historia que se cuenta todos los días por las redes sociales. Los libros de historia que digan lo que quieran.

Y es sabio también porque es estoico y es epicúreo a la vez. Ese es el tono de nuestra época, ¿no es verdad? Digamos que es un tango al revés. Releva las causas, los motores y móviles de nuestra vida que no son prestigiosos, ni profundos, ni bellos, la mayoría de las veces. No me despertó un mensaje tuyo de amor, dirá un meme, esta mañana, sino las ganas de ir al baño. Ese gesto es el mismo que el de quitar una máscara. También es como la poesía (cierta idea falsa de la poesía) al revés. Eso es por supuesto un modo profundísimo de poesía. Excepto que la poesía no estuviera en este mundo, entre otras cosas, para revelar lo que las palabras diarias ocultan. Otra forma de ser profundamente poético es extraer la gracia, a veces una rara belleza, su eficacia, en fin, de nuestras miserias, de nuestras faltas, de nuestra esencial insignificancia.

Hablo sólo de estas cosas porque ya hay ríos de tinta escritos sobre esta práctica masiva y cotidiana. Los que tenemos una formación clásica no podemos dejar de ver en los memes especies de fragmentos de la mejor literatura que hemos leído, pero eso no es necesario. Creo que ese fragmentito breve y precario y efímero de realidad que es el meme (que no cree tampoco en la posteridad) es una creación que se vale a sí misma. Nos refleja mejor que nada. Es la mejor literatura de nuestra época, sin duda, o la que mejor se adapta a ella. Claro que hay buenos y malos memes, como hay buena y mala literatura. Claro que tienen la restricción que les da el género. Claro que hay memes inmorales, de mal gusto, o simplemente bobos. Pero tengo la impresión de que no son los que tienden a reproducirse más (o eso me dice la percepción de las cosas que me dan mis algoritmos, como ha sido siempre).

Creo que en la historia de la humanidad, jamás ha circulado mayor caudal de creatividad, de imaginación y de humor. ¿No era eso lo que querían del sapiens? El grado de metaforización al que venimos acostumbrándonos es mayor al de cualquier vanguardia, requiere de un nivel altísimo de simbolización, y lo mejor es que es aceptado por todos, porque no procedió por saltos, quizás, como quería Leibniz para el mundo natural, sino por grados. Y porque se hizo desde y para nuestra sensibilidad.

Somos muchos, muchísimos a los que esa pieza cultural y a veces artística que es el meme nos mejora la vida a diario (la vida diaria y la del espíritu). Esa es una razón que no deberíamos rechazar, quién podría rechazarla sin cinismo, para estar orgullosos de ellos.

Yo quisiera que estas palabras fueran un gesto de gratitud a quienes a diario los crean y difunden en soledad y en anonimato.

(Sé que esto es también una idealización. Ya un meme, ojalá y bellamente, se burlará de mí)

lunes, 12 de septiembre de 2022

Macarena


Con el mar grande de fondo,

con las montañas de arena,

con los pinos perfumados,

así te quise, Macarena.

 

Con el color de la playa,

con el olor de la tierra,

con el murmullo del agua,

así te quise, Macarena.

 

Con los barcos a lo lejos,

con las gaviotas que llegan,

con la noche amaneciendo,

así te quise, Macarena.

 

Con el silbido del viento,

con las huellas que eran nuestras,

con tu pie subiendo al muelle,

así te quise, Macarena.

 

Y ahora en esta ciudad,

con estas luces que ciegan,

no sólo me falta el sol,

no sólo el musgo en las piedras.

 

Y ahora en esta ciudad,

y aunque te mire de cerca,

no sólo me falta el sol,

me faltás vos, Macarena.