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domingo, 16 de marzo de 2014

El lector


ese que lee y mira
ese que lee y paladea
ese que lee y se inscribe
ese que lee y saborea
ese que lee y se asombra
ese que lee y manosea
ese que lee y regusta
ese que lee y se babea
ese que lee y se distrae
ese que lee y serpentea
ese que lee y se busca
ese que lee y se marea
ese que lee y se nada
ese que lee y se bucea
ese que lee y se dispara
ese que lee y se rodea
ese que lee y escribe
ese que lee y merodea
ese que lee y se frena
ese que lee y olfatea
ese que lee y descansa
ese que lee y pedalea
ese que lee y se declina
ese que lee y llorisquea
ese que lee y se enciende
ese que lee y se pasea
ese que lee y se irrumpe
ese que lee y aletea
ese que lee y se hace agua
se hace viento se hace aire
se hace ola
se hace mar y se bracea

martes, 11 de marzo de 2014

El desierto que empieza ahora


crear un desierto de la nada
nada fácil
más posible una ciudad
que también es un desierto
como dijo alguien
pero que nada tiene que ver con la nada
nada más lejos
nada más ajeno
crea un desierto de la nada
nada fácil
será preciso intentarlo
no se sabe si sacando o si poniendo
ni qué ni cómo ni nada
pero es preciso intentarlo
aprovechando este vacío de ahora

domingo, 9 de marzo de 2014

Donde se tejen las cosas

...Rembrandt le confesó que su tratamiento del claroscuro
adeudaba menos a Caravaggio
que a las incursiones infantiles en el molino.
Daniel Guebel; “El griterío de las inocentes”

a quién adeuda una prosa sino a la grupa de un caballo
a un juego de niños en el polvo sin autos
a quién tributar una sintaxis sino a una huella
incansable que sigue hasta un destino
a las maravillas del horror de los insectos
a la incesante práctica del toqueteo y la segregación
a quién debitar un hallazgo en la palabra ungida sino a los sapos
a las calles atestadas de saltitos revulsivos
a quién más debe una pausa, un tono, 
una cadencia que a los pájaros
al sexo entre las acacias
al monte que nos esconde
a ella que nos redunda
a quién adeuda un deseo
a quién sino a la lejanía insobornable del flamenco
y la manifestación aviesa y gritona de los teros....
sí, es cierto, después hemos leído un par de libros
para justificar, para encauzar y reducir
para reemprender o continuar un camino abierto allá a lo lejos en la infancia

jueves, 6 de marzo de 2014

Los gauchos bárbaros

hay una flor que nace lejos
nadie sabe si es la misma flor que todos saben
o es otra que sólo coincide en la distancia
pero allá en el campo todos la ven
la ven nacer y de algún modo la extrañan
aunque están seguros de nunca haberla tenido cerca
y menos en la mano
del color se ha dicho mucho
también de la especie
del perfume nadie habla
pero la verdad es que lo único cierto es el nacimiento
todo lo demás es retórica
habla gaucha que sola se entiende
la única verdad es el brote allá en lo lejos
porque lo lejos es un lugar
un sitio por donde pasan las cosas
eso que los gauchos llaman la memoria
lo real o el futuro
sinónimos exactos para esa manga de gauchos bárbaros


miércoles, 5 de marzo de 2014

Historia de la palabra

como a drácula con la cruz
hay un monstruo al que sólo espanta la palabra,
sin matarlo, claro,
porque la palabra es pacifista,
por no decir inocua, que es herejía,
el monstruo que es sagaz se oculta,
nos segrega credulidad por todo el cuerpo y vuelve
al tiempo
a ser mudo por nuestra carne
a ser en las altas cumbres un águila irrompible
de entrañables hambres,
y así la palabra que vuelve como un escudo,
como vuelve la cruz,
para espantar y nada más como una rama las moscas,
el mosntruo se inclina entonces para atrás,
se finge destruido y parte,
y si nos salva la muerte de algo,
al final,
nos salva de tanta palabra,
la palabra que ha nacido para el espanto,
la palabra que ha vivido para los monstruos

lunes, 3 de marzo de 2014

Breve improvisación sobre un tema de Jorge Aulicino


Así como al pasar, como hablan quienes no carecen de ideas, Jorge Aulicino me dijo alguna vez algo así como que la felicidad de la escritura está en la trascendencia de sí mismo. No en la trascendencia a secas, sino en algo a la vez más terrenal y más maravilloso, más mágico. La íntima sensación de que lo que hemos escrito no nos pertenece. La escritura ha funcionado como un trampolín hacia fuera de nuestra mismidad. Hemos saltado por encima de nosotros mismos. Somos, en ese poema, esa línea, ese párrafo, los expatriados, los diferentes, los irreconocibles. Ese es el lugar de la magia. El lugar del escamoteo de nuestra harta subjetividad que nos demuele y pesa. De algún modo aquí se juega una paradoja. Dar lo mejor de sí sería dar otra cosa que  nosotros mismos no somos, o, por lo menos, no nuestra versión más cotidiana y primaria. Quizá la idea de Aulicino tenga más sentido para aquellos que alguna vez han sospechado, o sentido, en la práctica de su oficio, ese despegue. Quizá también este salto-de-sí no sea privativo de eso que un poco automáticamente llamamos arte, pero le sospecho a la actividad artística una mayor vocación por esos buceos que, de tan adentro, ya están  desbordados, ya viven afuera. Esto en parte es una fe, claro. Pero qué otro argumento nos queda.

domingo, 2 de marzo de 2014

Borges y vos. Sobre Cuentos que caben en el umbral, de Fernando Alfón


Jorge Luis Borges, 1899, pudo haber sido el bisabuelo de Fernando Alfón, 1975, sin embargo no lo fue. Fue el padre. Bueno, o el tío, según la teoría. Pero claro que cuando digo padre o digo tío hago metáfora. Esa vieja metáfora de las ascendencias.
     Góngora, 1561, pudo haber sido el abuelo de los abuelos de los abuelos de los chicos de la Generación del 27 en España, sin embargo no lo fue. Fue, otra vez, el padre, o, para ser más precisos, el tutor.
      Porque hay una diferencia grande entre ambos buceos en el pasado en busca (o al encuentro) del padre perdido. Y es que la Generación española buscó en Góngora un símbolo, no mucho más, acaso un permiso. Alfón en Borges buscó un modelo, un manojo de herramientas, y una manera de hacer.
     ¿Entonces en literatura ya no es obligatorio el consabido jueguito de matar al padre para casarse con algún primo lejano, o consigo mismo? Parece que no. O, al menos, eso es lo que podríamos derivar de ejemplos como los de los Cuentos, por lo claro, lo unívoco y lo feliz del gesto. Alfón ha apostado a la piedad, o, a lo mejor, a la sana indiferencia. Menos que a matar, recurrió a su pasado (y el de su biblioteca y el de las bibliotecas vecinas y el de las bibliotecas del mundo) a recoger un posible reflejo. O un espejo que lo reflejara. El resultado es admirable: Cuentos que caben en el umbral (2013).
      Claro que al tratarse de un gigante como Borges, uno podría agregar que más que al oscuro fondo de la historia, Alfón simplemente giró la cabeza, o respiró el aire, o leyó algún azaroso libro y ahí lo/se reencontró. En esa tesis Jorge Luis sería menos un bisabuelo de Fernando que un viejo contemporáneo.
     Cualquiera sea la tesis, empero, hay algo que resulta de por sí (y pensando también en algunos otros ejemplos) incuestionable. Y es que el libro de Alfón, si bien no recurre a las armas para derrocar antepasados de sombra larga, sí mata por omisión. Mata una época (o deja sin vida, mejor) acaso ya medio muerta, es cierto, una manera de prosperar, un rito iniciático, a saber, el de inaugurarse, el de fundarse, el de la ceremonia inaugural en la que matar era un gesto obligatorio.

sábado, 1 de marzo de 2014

Balada para el álamo plateado

                                                                                      A Haroldo Conti, en vida

Nací en una tierra equivocada. Esa es una posibilidad. Crecí en dirección fallida, desviada, esa es otra. Las semillitas que me dieron origen, y que sin dudo llevo adentro, adolecían de precariedad, de determinismo, de insuficiencia. También. Alguien debe explicar, alguien debe expiar esta duplicidad.
     Quienes vienen del norte, me llaman álamo verde. Álamo blanco me llaman los que vienen del sur. Del este según la hora me ignoran o me entienden transparente. Del oeste, según el sol, sólo me ven la opacidad. Y siguen.
     Pero el dolor no está en los colores. No es posible, o no lo entiendo, cómo no sea posible, o no se entienda, que mi color no está en la hoja. O mejor dicho en su quietud. Cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido verme de cerca, sentarse a ver, verme flotar.
     Es evidente que de ningún punto cardinal puede venir aquel que de verdad desee perder el tiempo en verme. Tampoco desde el aire. Después de todo ir a ver ya me parece una contradicción. Mi experiencia de árbol me dice otra cosa, pero no es a aconsejar a lo que he venido.  Y tampoco sé si en verdad he venido.
     Es evidente, decía, que desde ningún lado nadie puede arrimarse a mi arboricidad. Quizá por mi insignificancia, esa es probable. Pero también porque mi condena, por alguna misteriosa razón, es la fugacidad. Parece cuento, un árbol que habla de movimiento, pero ahí estoy yo, en lo mínimo, pero en el movimiento, en esa inestabilidad.
     Alguien deberá pagar la culpa o me tendrá que acostumbrar. Soy blanco, soy verde, me pregunto, soy doble, nada de eso soy, me interrogo. Y no me respondo, claro. Porque los árboles no saben hablar.