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domingo, 31 de agosto de 2014

para empezar


agrandar la lámpara para ver mejor
o mejor
treparse al cielo en un pájaro manco
tal vez
ceñirse al suelo el cinturón
capaz
para no volar demasiado
si total
acá hay de sobra para curar
no sé
tal vez convenga que nos amemos el reuma
digo
o nos odiemos a muerte por una flor
qué se yo
quizá convenga poner los dedos en sol
o en la
y empezar del todo una canción
¿querés?
yo quisiera encender un fuego
¿querés?
dedicarme a lavar ropa en el desierto
podemos
contarles las patas a los teros
se me ocurre
empollar sus huevos si nos dejan
y finalmente
morir bien muerto como un ángel
mejor antes que después
ser quien pinta las uvas y las vuelve a repintar
querés
yo ya tengo poco tiempo de ala
sabés
lo que empieza barro barro muere
me dijo
y sin embargo
cuando aplasto la cabeza con la almohada
para llorar
levanto al cielo vano un rezo ateo
dónde si no
no te preocupes y vamos alto
relajate
el campo es grande y nosotros somos dos
venite
traete un charco de tu hormiguero
álamos
hacete pájaro de mal agüero
dale

es un hermoso día, llueve y hace viento,  para empezar

Cortázar. Bajo la sombra transparente de Borges.


A todas las virtudes que se le puedan encontrar a la obra de Julio Cortázar, inherentes a ella, no deberíamos de olvidarnos demasiado de adjuntarle la que sigue, a saber, haber escrito, transparentándola, tras la sombra incorruptible de Borges.
Si uno lee la literatura argentina sin prescindir de fechas, de espacios y de tiempos, entonces uno palpará una línea en la que aparecen, nada menos, Ficciones (1944) y El Aleph (1949), dos de los libros más celebrados, con justicia, de la literatura argentina, y, en el año 51, como por un escamoteo de prestidigitación, Bestiario, de un no tan joven Julio Cortázar.
Si uno hiciera el ejercicio de leer esos tres libros en ese orden y de corrido, vería que de Borges a Cortázar hay un abismo. Los une la seducción de lo fantástico, pero apenas eso, y ni siquiera lo trabajan del mismo modo.
Salimos de la filosofía narrada, increíble, inmejorable de Borges y entramos en un mundo en donde una casa es tomada misteriosamente por seres anónimos, donde un hombre vomita intempestivamente conejos, donde un tigre se pasea sin vértigo por el seno de una casa con niños, donde una mujer parece volver del cielo, o entrar en él, en una milonga de los 40.
Y todo esto con un lenguaje que nos aleja de la sintaxis aséptica de Borges, de la erudición, de sus simetrías y de sus mundos a todo ajenos. No debe haber sido fácil crear un mundo, y un modo de contarlo, a la sombra, inevitablemente, de ese imperio que ya daba señales de indestructible o eterno.
Y fue Cortázar, según entiendo, el responsable de abrir esas otras puertas a nuestra literatura y a otras. Esto, según se mire, no lo hace ni mejor ni peor que otros, pero parece por lo menos injusto ignorarlo. Para otro momento quedará la indagación más detallada de otros libros y de otros autores, pero en este texto homenaje, no quería dejar de pasar esta valla sorteada por Julio. La de haber nacido en la circunstancia histórica de modo tal de que su pasada generación haya estado marcada nada menos que por Jorge Luis Borges.
Cortázar creó mundos. Creó modos propios de verlos. Creó una prosa. Creó un modo distinto de lo fantástico. Creó seres que no existían, frases que no existían.
La literatura de Borges produjo lectores, produjo formas de leer, produjo formas célebres del idioma castellano, en fin, toda una ideología de la literatura y del idioma. Cortázar, a mi juicio, fue el primero en animarse, estrepitosamente pero sin barullo, a producir otra cosa. Y lo increíble es que lo hizo con continuidad y con belleza. Porque su ruptura nunca se desentendió de lo hermoso. Fue así que nació la Maga, El perseguidor, Todos los fuegos el fuego, los Cronopios y los Famas.
Cortázar fue, o ha pasado a ser, la encarnación, como lo serán luego Puig y otros, de un modo propio de mirar el mundo y del coraje de la coherencia. Su obra es vasta y por momentos despareja. Pero siempre reconocible. Nunca Cortázar dejó de ser cortazariano. Y eso no debería ser un dato menor.
Cuando nace un gran escritor, parece, aunque momentáneamente, que han muerto otros. Y eso nos pasa cuando leemos a Julio Cortázar.

jueves, 21 de agosto de 2014

La fotografía, el recuerdo, la magia


Juan, fotógrafo, amigo, y a veces mago

Quizá la vez que de manera más honesta aspiré a contar mi vida, lo hice a través de la fotografía. Yo no sé de sacar fotos, claro, pero me dedico a escribir, y quizá,  pienso ahora, no se trate de actividades tan distantes.
Decía que la vez en que más íntimamente quise meterme con el pasado de mi vida, me metí con la fotografía. Ahora, paso a pensar por qué. Y pienso en la estricta arbitrariedad del acto de recordar. Y en mi caso en particular, la doble arbitrariedad. Un capricho es espacial, el otro temporal.
Entendí, creo, en ese momento, supe que mi recuerdo era fotográfico. Es decir, un recuerdo que recorta la realidad, interesadamente, aunque de manera más o menos involuntaria, no sólo en el espacio sino también en el tiempo. Porque el recuerdo, al menos en nosotros los desmemoriados, viene menos asociados por el tiempo sucesivo que por el sentido que de él desprendemos. También la fotografía. A diferencia de una proyección cinematográfica, en la que hay sucesión temporal, la foto no tiene tiempo que la preceda, ni tiempo que la suceda. La foto es una pila de sentido recortada a mano por un recuadro, cuyo sentido es una detención del tiempo y cuatro tajos en el espacio. El fotógrafo ha creado un mundo dentro del mundo. Una realidad a la vez extraída, dislocada y paralela, a la realidad.
Pero la analogía de la fotografía con cierta forma del recuerdo es parcial e injusta. El recuerdo no aspira a ninguna calidad, aspira a la necesidad, o al sentido. La fotografía, en cambio, no se contenta con el fondo y, si se trata de buena fotografía, va también por la forma. Entonces quien dispara se volverá geómetra y buscará líneas y planos, se hará pintor y forzará colores y fugas, se volverá mago y sustraerá objetos y agregará conejos.
Porque la fotografía, también, es una forma de la magia. Este es su costado más esmerado y trabajador, su lado más talentoso. La fotografía es una máquina de crear pasado, recuerdos incluso, para volver sobre el comienzo. La fotografía pergeña ficciones que a lo largo del tiempo parecen reales. Puede volverse aristotélica, por ejemplo, y recrear un mundo no como era sino como ella cree que debería haber sido. Puede volverse platónica, y no abandonar la vocación de extraerle la Flor a las flores, la Belleza, a una mujer.
La vez que quise recuperar el mundo que el tiempo inevitable me había escamoteado, repito, lo hice sin prescindir de la fotografía. Imaginé o recordé, ya no recuerdo, fotos de un pasado que de tanto escribirlo ya se ha vuelto real. Ahora que miro, no sin admiración, las fotos de Juan, empiezo a entender por qué. Las buenas fotos no se sacan. Las buenas fotos, las hermosas pero también las expresivas, esas se extraen, se le sacan al mundo. O, mejor, magamente, se inventan.  

lunes, 11 de agosto de 2014

la creación

a Mc Fly, porque va a entender

hágase la luz
parece dijo Dios
y la luz apareció
en todo su esplendor 
en el cielo
háganse los olmos
las acacias, los sauces, los caballos
las siluetas conocidas de los perros del campo
háganse las ortigas y el trébol
háganse los eucaliptos
háganse las bombas de agua con mi abuelo
bombeando detrás
háganse las palomas
que matamos
háganse las avispas
que encerramos
hágase la vez primera
que te vi
háganse los ratos largos de a caballo
los caminos
y el sudor entre las piernas
hágase un jilguero por caer
en la trampera 
o en el árbol
amarillo
hágase un cuerpo
que se mueva sin pensar
hágase la noche de verano a pleno campo
hágase el horizonte largo
las espinas del cardo
el panadero
háganse las dos o tres bandadas
de silbones
que en la vida vi y después se repitieron
hágase su voluntad
por fin
dijo el poeta
dicen
dicen que dijo el poeta
y nada de eso fue verdad
ante sus ojos
excepto el acto de decir
eso
que lo calmó por un rato
de no estar
o apenas
de estar muerto de sed
o casi
y no encontrar nada
o apenas
en la arena de la palabra agua

martes, 5 de agosto de 2014

Lo imborrable. Canción de gesta



Yo era chico cuando ocurrió esto que ahora cuento. Recuerdo que agarré el camino de siempre y fui al paso lento bajo el sol inolvidable de febrero. La sombra del caballo alargado por mi sombra nos seguía sin ansiedad. Pasé, recuerdo, por la casa del peón y le grité por las dudas, aunque lo más probable era que a esa hora ya durmiera. Lo llamaba la siesta a Pepe. El alazán manchado que montaba tenía algunos puntitos de sudor ya en la parte en donde empiezan a caer, lacias, las crines. Pero no se quejaba. El campo, en derredor, yacía. Es probable que en el monte no haya habido ningún pájaro sobre el silencio. Recuerdo incesante el camino.  El caballo conocía el rumbo a la única tranquera. Estaba medio abierta y entré. Desaté el caballo después de bajarme. Los árboles, en derredor, sumaban verde. Presumo que me acomodé el cuerpo para caminar, ahora, sin el caballo. Debo haber preparado un mate. Luego es probable que me haya quedado pensando, poco a poco, en alguna cosa.