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martes, 14 de marzo de 2023

Camila

 

Yo no sé si nada o vuela,

si tiene hojas, ramas, pájaros, aroma,

si da flores en primavera.

 

Yo no sé si busca el aire

para vivir, o el interior de los mares,

si flota en la espalda líquida de un río sin aves.

 

Yo no sé si va cubierta de plumas,

o escamas, o va de alga en alga,

dejándose en cada cosa, como la espuma.

 

Yo no sé si llovió en la mañana,

si creció con el alba, entre un pasto tibio,

o si vino con el viento, con la noche, con el rocío.

 

Yo no sé si proviene del mundo vegetal,

si muda la piel, si al dormir pliega las alas,

o si se abre, con los primeros rayos de la madrugada.

 

Apenas sé su nombre. Se llama Camila.

Y no se parece a nada, lo puedo jurar,

que yo haya visto alguna vez en el nimio reino de mi vida.

 

miércoles, 8 de marzo de 2023

Después de la lluvia

 

Con cada poema siento que me agoto, ¿sabés?,

que me caigo del cuerpo, podría decir,

algo así,

que me quedo de nuevo vacío,

¿cómo decirlo?,

como esos tarritos cilíndricos y oxidados

montados sobre una varilla vertical,

en que el abuelo medía la lluvia,

apenas después de llover, claro,

con un cielo ya despejado y el olor a mojado

de todo

que deja la lluvia reciente,

cuando el abuelo colocaba

meticulosamente, la regla para ver la altura del agua

y luego

arrojaba simplemente el agua reunida,

que no era mucha, dos centímetros, tres,

pero era de algún modo

toda la lluvia que había caído en el lugar,

en los cinco centímetros de diámetro del recipiente,

y ya no llovía, ¿entendés?,

y el recipiente estaba de nuevo vacío,

oxidado, a la espera inútil de una próxima vez,

que quién sabe cuándo sería,

claro que no podía saberlo,

pero yo sí lo sé,

y esa es toda la diferencia,

porque no hay nada más vacío que un poeta

que se queda sin nada que decir,

no hay nada más inútil,

más absurdo,

y eso es lo que ocurre después de escribir cada poema,

¿me explico?,

esa soledad (como la que sentimos después de leer un libro,

como si el libro y nosotros también quedáramos vacíos,

como la que se siente después de hacer el amor,

esa conciencia,

esa certidumbre de soledad),

y pienso entonces, en vano,

en otras formas de la justificación,

la paternidad, la amistad, el amor, la lectura,

la enseñanza,

porque escribimos entre otras cosas para justificarnos,

¿sabés?,

para agradecer, pero también (o incluso) para pedir perdón,

¿te parece que no?,

cada poema, así lo siento yo, es una súplica

y un pedido de redención

(es fuerte la palabra, pero también lo es el sentimiento,

no te confundas),

por eso quisiéramos siempre tener cosas que decir,

y palabras para decirlo, por supuesto,

ese sería un lado bastante grande de la dicha,

como ver el mar, sentir el mar, querer decir el mar

y poder ponerlo al fin en palabras,

¿se entiende?,

pero eso pasa tan pocas veces,

en general lo que sucede es que casi nunca llegamos

siquiera a ver el mar,

vemos el agua violenta

(esa violencia contenida, como apretada,

que tienen los mares del sur),

el ruido incesante del viento,

las olas llegando y rompiéndose contra la costa,

la espuma irregular avanzando y diluyéndose,

inclinadamente,

la arena mojada, el agua yéndose,

volviendo silenciosa,

gradualmente absorbida por la arena,

(es un lugar melancólico una playa desierta,

¿vos lo dijiste?),

podemos sentir incluso la sal en la boca,

el líquido frío en los pies, en las piernas,

en la cintura, el cuello, los ojos,

la frente, la sien,

podemos sentir todo eso y sin embargo

qué decir del mar,

no lo sabemos, simplemente no podemos,

estamos vacíos,

el mundo nos rodea sin herirnos,

y si nos hiere no tenemos las palabras

(porque una herida nunca es una palabra,

deberíamos saberlo),

o las ideas, o el coraje, que es lo mismo,

por eso volvemos, incluso del mar, volvemos vacíos,

y tomamos nuestro mate cotidiano,

nuestro jugo, nuestro té,

miramos de nuevo las partidas infinitas de ajedrez,

hacemos el amor con extraños,

o con seres que por un tiempo frecuentan nuestra vida

y que sabemos que pronto

volverán a ser lejanos,

o nos enamoramos imaginariamente,

se llamarán Camila, Guadalupe, María, Anahí

(a veces creo que llega un día en que todo amor es irónico,

piadoso, algo voluntario),

damos clases, hacemos de comer,

llevamos a nuestra hija a la escuela,

la vemos crecer,

vertiginosamente,

pero sentimos que nada de eso nos justifica del todo,

nos compensa, quiero decir, lo pobre,

lo necio, lo vanidoso, lo mezquino, lo inmoral,

en cambio,

cuando escribimos por fin un poema, ¿me seguís?,

cuando escribimos un poema,

cuando lo soltamos, en realidad,

después de mucho vacilar, y corregir, y borrar,

con pasión y disciplina,

con lealtad (¿hacia qué?),

entonces allí sí se rehace la ilusión

(es ilusión la palabra, creo)

de haber vuelto a ser dignos de todo otra vez,

y sentimos sin embargo

que eso que está ahí escrito es apenas nuestro,

¿me creés?,

pues es infinitamente mejor que nosotros,

más elegante, más luminoso, más noble,

más bello,

que nuestra miseria, nuestra incapacidad,

nuestra irrelevancia,

nuestra sed,

y sin embargo nos reconocemos en él,

¿es difícil de entender?,

y el círculo se reinicia, luego,

una vez más,

vos lo sabés,

porque volvemos a sentirnos vacíos,

como esos tarritos vacíos para la lluvia que mi abuelo

dejaba contra el cielo

sobre una varilla de madera vertical,

en el patio de la casa,

y que medían la lluvia del mundo entero,

por así decir, dejame exagerar,

en cinco centímetros de lata color marrón,

oxidada por la misma lluvia que recibía

(nunca lo había pensado así,

pero algo me dice que así no está mal),

por la misma lluvia que recibía, decía,

en un pueblo perdido (¿te conté?)

del que nadie sabrá nunca del todo su historia.

 

 

miércoles, 22 de febrero de 2023

La vida amplia

 

Queremos vivir a lo ancho,

extraer de la vida todo lo que tenga para darnos,

sus peces, sus pájaros, sus plantas, su barro,

su amor, su locura,

sus formas sublimadas de la desolación,

recoger los frutos de los árboles,

las letras de los libros, las notas de los pianos,

el dolor comprimido de las canciones,

la belleza del mar cuando está inquieto,

la belleza del mar cuando a lo lejos

parece inmóvil,

necesitamos vivir en la extensión de todo,

el mar, el río, la laguna,

y la gota de lluvia silenciosa pegada,

suspendida una mañana tras el vidrio,

tenemos sed en los sentidos y en la inteligencia,

y en la sensibilidad,

que ya no distinguimos,

tenemos hambre en el cuerpo y en el alma,

que ya están repartidos, el cuerpo y el alma,

en el resto de las cosas,

una copa de vino, el juego del ajedrez,

el florero vacío,

la flor en el jardín, la luna incierta,

nuestra hija que nos mira vivir, incrédula,

desde su vida que ya no es nuestra,

sentimos voracidad de saber,

de saciarnos,

de dejarnos enteros

en la totalidad de lo existente,

quizás porque sabemos que después no hay otra cosa,

queremos estar en la proximidad de todos los reinos,

y ser planta y ser pájaro y ser piedra,

tener las manos apretando las cuerdas

y pulsarlas, y oír la melodía,

y ser la vibración en el aire que se expande, velozmente,

y ser vos y ser yo

y ser otro,

recibiendo la música en la carne,

en el pensamiento,

en los huesos, el corazón y la memoria,

precisamos vivir sin medida,

sin restricción, sin cobardía,

queremos abrazar el pétalo de la flor que ya se cae

y la vía láctea inmensa encendida en una noche de campo

y el campo que una vez sola vimos, quizás, para siempre,

y ya no vamos a olvidar,

y vivir como un pez en el centro oscuro del agua

y tener alas y escamas y corteza

y pies para no dejar de andar,

sin ir nunca demasiado lejos,

pues somos ondualntes cuando caminamos,

queremos vivir en la profundidad del pensamiento

y en la profundidad sensible de un fragmento mudo de piedra

y ser el viento y la erosión de las piedras

y un caballo tobiano que tuvimos cuando fuimos niños

y que aún no queremos desatar,

queremos vivir en la amplitud de todo lo que vibra,

lo que late, lo que piensa, lo que sabe, lo inmóvil,

lo que migra,

lo escondido que queremos encontrar,

queremos ser un cuerpo inocente extendido a la largo del mundo,

abrirnos a todo hasta que la muerte nos junte,

y nos redima de la sed,

del amor, de la desmesura,

de la devoción,

de la búsqueda incesante del milagro,

y de vos, que me dabas todo lo que ahora me falta,

y nos deje dormir para siempre en un puñado de tierra,

pequeños,

como una cosa,

indistintos,

como una cosa más.

 

sábado, 11 de febrero de 2023

Guadalupe

 

¿Podré volver a verte?

¿Podré torcer el camino y cruzarme de nuevo con el tuyo?

¿Seremos dos la próxima vez que mire inclinarse el ceibo sobre el río?

¿Estarás en un bosque conmigo?

¿Tan lejos estás?

lunes, 30 de enero de 2023

Buscamos la poesía

 

Buscamos la poesía en las gotas de agua suspendidas en el aire,

diminutas,

que aún no han caído, una tarde de tormenta,

en la ciudad,

y que deciden sin saberlo, claro,

la forma de una nube,

buscamos la poesía en la fórmula célebre de Newton,

que explica el mundo físico

(desde la caída ondulante, lenta y silenciosa de la pluma de un ave que pasa

o el movimiento pendular de las mareas,

hasta la atracción increíble de los astros en el universo,

su inmovilidad o su movimiento,

o la proximidad de cualquier cuerpo)

en una aritmética precisa que cabe en la cáscara de una nuez,

como un Aleph pequeño, en donde cabe todo, pero todo,

diminuto en la pared,

buscamos la poesía en Darwin,

que fue de la materia al pensamiento,

y le dio al tiempo una materialidad y una fuerza de la que carecía,

también a todo lo mínimo, lo leve, lo gradual, lo sutil,

lo cambiante, lo presente,

al mundo que se mueve en silencio, imperceptiblemente,

a lo largo del tiempo,

y de pronto el mundo fue un sitio creándose, a cada instante,

ahora, por ejemplo, ¿lo ves?,

buscamos la poesía en el ajedrez, claro,

que crea una obra de arte mientras acontece (un ajedrecista lo dijo),

entre el azar y la maestría,

entre dos que se enfrentan,

buscamos la poesía en las lenguas extranjeras que adivinamos poco a poco,

y nunca sabemos del todo,

y que son como una mujer hermosa detrás de un velo

apenas transparente,

exhibiendo y ocultándose, a la vez,

buscamos la poesía en las palabras,

que traen subrepticiamente lo que nombran,

a veces también, claro, en las palabras de los poetas,

que nos enseñaron a buscarla

y a pensar que lo que se dice una vez puede quedarse

para siempre en la memoria,

como la palabra más larga del mundo,

buscamos la poesía en el aleteo tembloroso de una bandada de flamencos,

en el campo, siempre lejos,

que aún no alzan el vuelo, pero ya se sienten ansiosos,

podemos verlos,

y luego en el vuelo,

que los revela en lo naranja y en lo negro,

casi mágicamente (¿podés sentir la sorpresa, la alegría? ), detrás del rosa,

que de algún modo los oculta,

buscamos la poesía en la complejidad minuciosa de la vida de las abejas,

en sus formas hermosas de carecer de la palabra,

en sus formas del amor y del odio, que sin embargo quizás no sienten,

en la vida repetida de las hormigas, que acaso no deciden,

ni vacilan, es decir que son divinas,

de las aves migratorias,

que repiten un camino destinado por ellas mismas cuando fueron otras,

para sobrevivir,

para prolongarse en su especie,

buscamos la poesía en lo mínimo de un fuego encendido,

y en Schopenhauer, y en Borges, y en Shakespeare,

y en los primeros griegos,

que nos invitaron de un modo u otro a que lo miremos,

a que nos detengamos en él, sensible, respetuosamente,

porque en él puede estar todo,

mientras ocurre,

buscamos la poesía en una mujer semiolvidada, aún,

y en otra que ahora apenas vislumbramos

pero cuyo nombre ya comienza a distinguirse lentamente de los otros,

Cecilia, María, Guadalupe,

y que vemos parcialmente como el cuerpo de un enigma

acercarse silenciosamente a nuestra vida,

buscamos la poesía, y la encontramos, a diario,

en la rutina cuidadosa del traspaso del agua,

a la mañana,

en el ruido creciente y en ascenso de un líquido subiendo por el vidrio,

en Macarena, que es siempre hermosa y huidiza,

(¿la recordás, podés sentir cómo se acerca y se va?),

en el color de un acorde en la guitarra que no sabemos por qué nos la recuerda,

en el aleteo suave de la zamba,

que nos suena siempre desde adentro,

en el canto y en el baile de la zamba,

que nos vuelve bellos y graciosos,

aún sin antes ni después volver a serlo,

buscamos la poesía en cuanto existe, quise decir,

quiero decir, aún,

tal vez como una condena,

como una necesidad primaria y principal,

buscamos la poesía en nuestra curiosidad, en nuestra ignorancia infinita

y creciente,

buscamos la poesía para que nuestra insignificancia no sea la de todo,

la de todos,

buscamos la poesía para salvar el mundo cada vez que lo miramos,

que lo vemos estar,

porque intuimos que está ahí, tras el velo inconcebible de los sentidos,

y queremos creer que hay allí una belleza abandonada,

como quiso creer Jaime,

en los bordes de una zanja, ¿te acordás, Fer?,

en los pastos crecidos de un solar en el pueblo al que volviste,

en un caballo que espera,

en vos y yo, que estamos mirándonos, a oscuras,

quizás esos sean los signos de nuestra desesperación,

de nuestra incredulidad,

pero también de nuestra ilusión, por qué no,

de salvarlo a Dios, quién si no nosotros, quién si no,

si lo hemos creado

(las aves, las plantas no tienen dioses o ellas mismas lo son),

cuidarlo a Dios, quién si no (¿me ayudás?),

que debe haber sido un ser triste y hermoso,

me hubiese gustado conocerlo,

podemos imaginarlo ahora buscando la felicidad, solo,

o al menos una forma de la justificación,

¿de sí?, ¿de lo que estaba a punto de crear?,

¿de su dudosa existencia?,

quizás buscando cierta forma de paz,

mientras algo dentro de sí,

que no era del todo él, pero lo alumbraba,

como una luna desde adentro de la noche,

creaba las leyes de este oscuro, increíble universo.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Las actrices

                                                                             este poema está dedicado

 

Pasaron por mi vida vestidas de actrices,

todas ellas,

es decir desnudas,

casi todas compartieron mi cama,

mi baño, mi calefacción, mis copas de vino,

inlcuso entre un zorzal y una paloma,

al pie de un eucaliptus,

en el medio de una plaza,

o escuchando los gorriones interminables de la mañana,

desde nuestra larga noche en desorden,

sé que casi todas se enamoraron,

increíblemente,

por compasión, por simpatía, por desgano, quién sabe,

son tan impredecibles,

o por no ver así a un hombre solo,

celeste y chiquito, una vez una de ellas lo dijo,

con su impunidad de siempre,

o simplemente porque se enamoran de todo,

porque algunas veces he sentido que no distinguían entre las cosas,

como si el mundo entero fuera de su especie,

y casi todas me abandonaron, también, sin escándalo,

sin ruido, casi como por natural desprendimiento,

por fastidio, por desolación,

por aburrimiento,

por descubrir tarde

que sería mi mejor versión cuando escriba una canción,

un poema, un mensaje, una carta, un borrador,

que nunca seré al fin un buen compañero,

quizás ni siquiera un buen amante,

y las vi sufrir como jamás vi sufrir a nadie,

borrachas, riendo, haciendo el amor,

desaforadamente,

gritando en silencio,

dejándose ver perdidas a la luz de la luna de una terraza,

una ventana o tras las rejas queridas de un balcón,

y me hicieron crecer a fuerza de mostrarse,

de dejarse ver, nada más, vivir,

de vivir ante mí, sin gestos,

ni siquiera para mí,

y yo atónito, pequeño, insignificante,

ante un mamífero de pronto desnudo, cordial,

mostrándome el fondo de la raza,

llevándome al principio de los tiempos,

dejándome en lo anónimo,

en lo principal,

en la canción de amor más descarnada,

dejando para mí las palabras chiquitas que tenemos los poetas para hablar,

esas son las actrices,

las que se enamoran de todo lo que late

abajo del tablón,

esas son las actrices,

las que no saben vivir, y lo exhiben cuando viven,

las desmedidas,

las que adolecen de todo lo humano,

de todo lo vivo,

pero quizás de nada más,

las que no saben mentir,

y no hacen otra cosa que mentir, quizás a despecho de sí,

esa farsa son,

yo las vi de cerca, muy de cerca, y nunca pude sostenerles la voz,

la mirada,

el cuerpo cerca,

yo las vi de cerca y nunca me enamoré del todo,

quizás porque son de juguete allá adentro,

allá abajo, allá en el fondo,

no hay de qué enamorarse quizás porque no hay un alma detrás,

a veces pienso,

son tal vez el pedazo más frágil de humanidad, más mudable,

más honesto, más real,

las actrices,

yo las vi hermosas por la ciudad,

porque son animales de ciudad,

corriendo bajo una lluvia creciente,

rezando al sol en la catedral,

abrazadas a un árbol sin hojas en un bosque,

besando un cristo en el que no creen,

difuminando humos perfumados en la sala,

en la habitación,

yo las vi borrachas en el límite peligroso del balcón,

pidiendo sin palabras que la vida las absuelva,

o al menos las trate mejor,

yo las vi viviendo con ternura y horror todo lo absurdo,

lo intolerable, lo trágico,

lo que da risa de tanto mirar,

y pasaron por mi vida indistinta,

como pasaron antes y después por la de otros,

las actrices,

sin buscar en mí lo memorable, ni lo inmortal,

ni una poesía que las nombre,

se burlaron de mí como de todo,

se burlaron de ellas también como de mí,

y me dejaron objetos como sin querer para que las recuerde,

sé que sí,

un escudo azul de tela, una campera raída, un llavero,

una mancha de café en el sofá,

porque eso es en lo único que creen,

en los objetos, en la materia,

y a eso le llaman amor,

¿por qué no?,

yo no sé por qué mi vida un día se llenó de actrices,

morochas, rubias, castañas,

jóvenes y viejas,

siempre hermosas,

y me dejaron adivinar que no saben vivir fuera del papel,

que el círculo de un escenario es la protección y el sentido,

el breve cielo que en un infierno puede caber,

que ven animales feroces allá abajo de las tablas,

y a veces quisieran nunca más bajar,

y luego se muestran, porque se muestran, desorientadas,

perdidas,

esa es su vida,

nunca saben por dónde ni cuándo va a salir de nuevo el sol,

¿es que les importa?,

y ellas saben quizás con resignación que yo nunca seré de los suyos,

que nunca me elevaré hasta ellas,

y me han querido siempre, lo sé, como se quiere a un bebé,

a una mascota pequeña,

a un héroe de porcelana que ellas mismas crean con sus manos de artesanas

y en el que nunca llegarán del todo a creer,

dejaron en mi vida una poesía sin palabras,

una vida mejor,

una estela sin rumbo,

un barco alejándose entre el cielo, los dedos de la mano y el mar,

olor a llanto, a sexo, a lluvia, a planta perfumada,

a hoja de laurel,

a escenas de mí mismo, a falso recuerdo,

a imagen que se enciende y se va,

la última actriz que conocí se llamó Macarena,

(ese no es el nombre, se imaginan, pero sé que no la podría nombrar),

crecimos juntos o quizás ella sin saberlo me crió

y se fue haciendo en el tiempo mucho más grande que yo,

más lúcida, más comprensiva,

más elemental,

hasta que una noche como una buena madre me dejó volar,

o se dejó volar a sí misma, mejor, sin duda que sí,

me sirvió una copa de vino,

salimos al balcón,

se puso en frente de la luna, se hizo mirar,

agradeció,

me escuchó sin énfasis ni mentira,

estaba desnuda,

sonrió y dijo sus últimas palabras

y con una suavidad que yo ya le conocía,

sin violencia, con ternura,

casi con felicidad,

me anunció que ya era hora de partir,

que ya era tarde,

¿acaso no veía la luna?,

¿no le daría un último beso al irme?,

que al fin se cerraba el telón.

 

jueves, 17 de noviembre de 2022

Vivo

 

En la respiración de las plantas vivo,

o en la conciencia increíble de que las plantas,

ahora y como yo, como nosotros,

ahora mismo,

están respirando,

en los abrazos profundos, sin restos,

abandonados, vivo,

mucho más allá de la superficialidad de las palabras,

que son como viejas monedas,

quizás casi todas vencidas,

en la serenidad casi inverosímil de Camila vivo,

que la escinde de todo lo demás, a veces, y en su sonrisa,

que viene también del dolor, lo sé,

y nos conmueve,

en el amor sin cálculo de Guadalupe vivo,

que también vive de ese amor,

que la alimenta,

en la belleza inexplicable de un instante de música de Chopin,

que es lo inexplicable, vivo,

en los bordes imprecisos de su forma,

en las palabras que busco para decir de nuevo lo mismo, otra vez,

lo único necesario,

lo que preciso para vivir, vivo,

que te amo, que soy feliz, que sufro, que temo,

que estoy desesperado,

que adoro todo lo que me rodea, también,

una hoja, un piano, la virgen, el tablero de ajedrez,

el sol que tras el vidrio lo ilumina todo,

para decirte que es la herida la que habla, la llaga viva, vivo,

en esa llaga,

en las palomas que bajan caudalosamente los domingos vivo,

en la esquina,

y en la mano invisible que las alimenta,

en las golondrinas que buscan un viejo nido, cada año,

increíblemente,

en un viejo galpón de campo o en los huecos fortuitos de una madera,

en el alero de una casa para nosotros indistinta,

en el amor interminable y estacional de una guitarra que heredé de juglares

que culminan en mi padre, vivo,

con una intensidad inmóvil que quizás sólo se comprenda de adentro,

en las rosas de mi madre vivo,

que son eternas,

en mi madre misma vivo, que es infinita, inmarcesible,

en la ilusión de ver los lirios en el campo, un día,

y nombrarlos, también, vivo,

en el deseo de tocar un día el piano, ese instrumento divino,

que permite decir con muchas cosas una sola cosa mayor,

quizás la expresión de un alma,

como Chopin,

y en todas las cosas de este mundo milagroso que no tengo, vivo,

y que por alguna curiosa razón ni siquiera me faltan,

en el aire de la rambla que me cruza vivo, a la tarde,

como una hoja, vivo,

como un ave migratoria imaginaria que se quedara en su lugar,

que ni siquiera sabe si es el suyo, vivo,

a lo ancho como el mar vivo,

en toda su amplitud,

como una pluma suelta y liviana en el aire vivo al azar,

casi involuntariamente,

y la vida es lo que queda del viento,

casi afuera de mí, quiero decir, vivo,

casi desnudo,

entre todas estas cosas que me dejan delgada, finísima,

casi translúcida la piel.