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lunes, 30 de marzo de 2015

El nombre de las plantas

a quien un día me tomó del brazo
y me llevó a conocer el nombre de las plantas


Hace algún tiempo ya, he comenzado el camino hacia un saber para el reconocimiento de nombres de flores y plantas. Si bien lejos estoy de la pericia, ya puedo distinguir, casi sin margen de error, un eucaliptus de un fresno, un tilo de un plátano, un lacito de amor de un jazmín del cabo, una rosa de una cala.
Pero este saber, compruebo, esta riqueza, trajo aparejado un empobrecimiento, a saber, el empobrecimiento de la literatura. Al menos de aquella que, en algún momento, con mayor o menor énfasis, con más o menos necesidad, las alude.  Ya no evocan, esos textos, un mundo ajeno y por tanto más brillante o menos precario. Quiero decir, desde que conozco de qué se me habla cuando se habla de madreselvas, ceibos o malvones, ya no es mágico el bosque ni el jardín. La literatura, quiero decir, también vive de la ignorancia. O, dicho de otra manera, cuanto más interesante es el mundo, más irrelevante es la literatura. Al menos aquella que vive quizá excesivamente del mundo.  

sábado, 14 de marzo de 2015

Pehuajó


a la señorita Amalia, mi partera 

Mi partida de nacimiento detenta, entre sus tintas, una, que bien podría ser considerada un alto capítulo de la gauchesca argentina del siglo XIX. Ascasubi 635. En Pehuajó. Allí Amalia, la partera del barrio, me arrimó borrosamente, supongo, a la luz. Me explico. Pehuajó (porque no todos tienen la obligación de ser pehuajenses) ostenta, por el absurdo, podríamos decir, pues casi nadie sabe allí lo que se nombra, en todas sus esquinas, el nombre de algún escritor del siglo XIX. (O la intersección de dos, diríamos mejor, Sarmiento, esquina Alberdi, por ejemplo)Y como el siglo XIX es como una Gran Gauchesca, podría decirse que la historia de esa hermosa literatura reside en las calles de mi pueblo de origen. El encargado de tan curiosa obra fue Rafael Hernández, quien presidió el primer Honorable Consejo Deliberante de la futura ciudad.
Por eso, cada tarde, podría decirse que yo evolucionaba hacia la casa de mi abuela, en José Hernández 150. Entre Esteban Echeverría y Estanislao Del Campo.
El único escritor agregado, tiempo después de la fundación del pueblo, fue, claro, Jorge Luis Borges, que se apea a los carteles azules de la calle principal. Y no desentona, diremos, si le creemos a aquel escritor que prefiere colocar al unánime poeta entre quienes vivieron y escribieron un siglo antes. Pero poner a Borges en el centro, yo lo dije una vez en un bar entre cerveza y cerveza en el que nadie por supuesto me oyó, es de una falta de creatividad lamentable.
Cuando, por fin, volví como escritor a mi pueblo, propuse otro nombre. Juan Manuel de Rosas. Porque en el centro, alegué, antes de que me dijeran la obviedad que presumía, porque el centro de toda literatura siempre es alguien que prescinde de la pluma. El escritor de los escritores.
Tiempo después me entero de un proyecto en la legislatura municipal. Alguien había propuesto poner a Rosas, alegando mi sugerencia, pero sin sacar a Borges, sino desplazándolo al acceso de entrada a Pehuajó, una ciudad hermosa e irrecuperable. Patria en la que sigue en disputa (cosa que no asombra en una ciudad casi del pasado) la mejor literatura nacional.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Los contemporáneos


El único lector atendible es la posteridad, decía mi abuelo, minutos después de alcanzarle, la cara llena de amable gratitud, un par de cuentos o poemas a los chicos del suplemento cultural del Diario La Hora del pueblo. El suplemento se llamaba, excesivamente, “los contemporáneos”, y era un rejunte de notas sobre alguna película estrenada la semana pasada en los cines de Buenos Aires, de concursos, de premios, y de textos que les facilitaban, con esforzada indolencia, los vecinos escritores, que los había.
El único lector válido es la posteridad, decía, y le palmeaba la espalda y los brazos a los chicos en ambiguo gesto de afecto y deseo de que no demoraran la partida. Esto, si no me justifica, al menos explica mi ocio en vida, decía. Lo otro, lo que quizá jamás yo publique, lo que quizá publiques vos o nadie, es lo que acaso me justifique en serio, si es que esa pretensión no es ridícula. Y la posteridad, ese lector con tiempo, decía, es el único lector que vale la pena. El resto, esas basuritas que publicamos a diario, como todos sabemos y muchos ya han dicho, es como esas chapitas que brillan en los hombros lustrosos de los comisarios y los brigadieres. Un buen lector, decía, por definición, nunca puede ser contemporáneo. Son buena o mala gente, buenos o malos amigos, corteses o despóticos, rencorosos o altruistas,  pero no lectores cuyos murmullos puedan ser tomados en serio. Pero con algo debemos entretener la vida, ¿no es cierto? me decía y me sonreía sabiendo que yo, a mis seis u ocho años poco o nada podría entender de todo eso. Pero hoy lo recuerdo y lo atiendo.
Mi abuelo sacó el Premio Municipal de cuento en el 45. Lo recibió, me contaron, diciendo que aprovechaba el micrófono para agradecer, por supuesto, el “invalorable reconocimiento” (como se ve, mi abuelo nunca mentía del todo) y para decirle al Pelado Monte, carrero, que le debía todavía cuatro arreglos de sulky, una rueda, y dos enganches nuevos. El abuelo era herrero, ya lo he dicho, y de los dos cuadernos rojos que dejó aún no me decido a publicar nada.

martes, 3 de marzo de 2015

El proceso

(Novela en cinco capítulos)

Capítulo I
un hombre borroso se encierra en un aula apretada

Capítulo II
el cuarto ajustado se achica hasta dejar salvas las últimas partes del cuerpo

Capítulo III
los ojos azules se le cierran

Capítulo IV
respira

Capítulo V
ahora sólo respira


la agonía

"Todo es imposible"
Franz Kafka; El proceso

un vaso de agua, dijo
no
respiración artificial, dijeron
no
aire
no no no
mientras su mano sin yemas se estiraba sin puños hacia un sitio sin brazos en donde estaba recostado sin cuerpo la sombra sin alma de un libro

el río


el río se mueve
y el hombre escribe que el río se mueve
el río serpentea
y el hombre escribe que el río serpentea
el río, ahora, se encrespa
y el hombre escribe, ahora, que el río se encrespa
pero un hombre mira de lejos la escena del hombre y el río
y escribe que un hombre ha escrito en la arena las cosas del río
sólo yo no he sido visto de nadie
quizás
claro que tampoco
al acercarme a la arena y ver las rayas mojadas
he visto al hombre
que mira al hombre
ni al hombre
ni el río