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lunes, 30 de enero de 2023

Buscamos la poesía

 

Buscamos la poesía en las gotas de agua suspendidas en el aire,

diminutas,

que aún no han caído, una tarde de tormenta,

en la ciudad,

y que deciden sin saberlo, claro,

la forma de una nube,

buscamos la poesía en la fórmula célebre de Newton,

que explica el mundo físico

(desde la caída ondulante, lenta y silenciosa de la pluma de un ave que pasa

o el movimiento pendular de las mareas,

hasta la atracción increíble de los astros en el universo,

su inmovilidad o su movimiento,

o la proximidad de cualquier cuerpo)

en una aritmética precisa que cabe en la cáscara de una nuez,

como un Aleph pequeño, en donde cabe todo, pero todo,

diminuto en la pared,

buscamos la poesía en Darwin,

que fue de la materia al pensamiento,

y le dio al tiempo una materialidad y una fuerza de la que carecía,

también a todo lo mínimo, lo leve, lo gradual, lo sutil,

lo cambiante, lo presente,

al mundo que se mueve en silencio, imperceptiblemente,

a lo largo del tiempo,

y de pronto el mundo fue un sitio creándose, a cada instante,

ahora, por ejemplo, ¿lo ves?,

buscamos la poesía en el ajedrez, claro,

que crea una obra de arte mientras acontece (un ajedrecista lo dijo),

entre el azar y la maestría,

entre dos que se enfrentan,

buscamos la poesía en las lenguas extranjeras que adivinamos poco a poco,

y nunca sabemos del todo,

y que son como una mujer hermosa detrás de un velo

apenas transparente,

exhibiendo y ocultándose, a la vez,

buscamos la poesía en las palabras,

que traen subrepticiamente lo que nombran,

a veces también, claro, en las palabras de los poetas,

que nos enseñaron a buscarla

y a pensar que lo que se dice una vez puede quedarse

para siempre en la memoria,

como la palabra más larga del mundo,

buscamos la poesía en el aleteo tembloroso de una bandada de flamencos,

en el campo, siempre lejos,

que aún no alzan el vuelo, pero ya se sienten ansiosos,

podemos verlos,

y luego en el vuelo,

que los revela en lo naranja y en lo negro,

casi mágicamente (¿podés sentir la sorpresa, la alegría? ), detrás del rosa,

que de algún modo los oculta,

buscamos la poesía en la complejidad minuciosa de la vida de las abejas,

en sus formas hermosas de carecer de la palabra,

en sus formas del amor y del odio, que sin embargo quizás no sienten,

en la vida repetida de las hormigas, que acaso no deciden,

ni vacilan, es decir que son divinas,

de las aves migratorias,

que repiten un camino destinado por ellas mismas cuando fueron otras,

para sobrevivir,

para prolongarse en su especie,

buscamos la poesía en lo mínimo de un fuego encendido,

y en Schopenhauer, y en Borges, y en Shakespeare,

y en los primeros griegos,

que nos invitaron de un modo u otro a que lo miremos,

a que nos detengamos en él, sensible, respetuosamente,

porque en él puede estar todo,

mientras ocurre,

buscamos la poesía en una mujer semiolvidada, aún,

y en otra que ahora apenas vislumbramos

pero cuyo nombre ya comienza a distinguirse lentamente de los otros,

Cecilia, María, Guadalupe,

y que vemos parcialmente como el cuerpo de un enigma

acercarse silenciosamente a nuestra vida,

buscamos la poesía, y la encontramos, a diario,

en la rutina cuidadosa del traspaso del agua,

a la mañana,

en el ruido creciente y en ascenso de un líquido subiendo por el vidrio,

en Macarena, que es siempre hermosa y huidiza,

(¿la recordás, podés sentir cómo se acerca y se va?),

en el color de un acorde en la guitarra que no sabemos por qué nos la recuerda,

en el aleteo suave de la zamba,

que nos suena siempre desde adentro,

en el canto y en el baile de la zamba,

que nos vuelve bellos y graciosos,

aún sin antes ni después volver a serlo,

buscamos la poesía en cuanto existe, quise decir,

quiero decir, aún,

tal vez como una condena,

como una necesidad primaria y principal,

buscamos la poesía en nuestra curiosidad, en nuestra ignorancia infinita

y creciente,

buscamos la poesía para que nuestra insignificancia no sea la de todo,

la de todos,

buscamos la poesía para salvar el mundo cada vez que lo miramos,

que lo vemos estar,

porque intuimos que está ahí, tras el velo inconcebible de los sentidos,

y queremos creer que hay allí una belleza abandonada,

como quiso creer Jaime,

en los bordes de una zanja, ¿te acordás, Fer?,

en los pastos crecidos de un solar en el pueblo al que volviste,

en un caballo que espera,

en vos y yo, que estamos mirándonos, a oscuras,

quizás esos sean los signos de nuestra desesperación,

de nuestra incredulidad,

pero también de nuestra ilusión, por qué no,

de salvarlo a Dios, quién si no nosotros, quién si no,

si lo hemos creado

(las aves, las plantas no tienen dioses o ellas mismas lo son),

cuidarlo a Dios, quién si no (¿me ayudás?),

que debe haber sido un ser triste y hermoso,

me hubiese gustado conocerlo,

podemos imaginarlo ahora buscando la felicidad, solo,

o al menos una forma de la justificación,

¿de sí?, ¿de lo que estaba a punto de crear?,

¿de su dudosa existencia?,

quizás buscando cierta forma de paz,

mientras algo dentro de sí,

que no era del todo él, pero lo alumbraba,

como una luna desde adentro de la noche,

creaba las leyes de este oscuro, increíble universo.