Como la tragedia griega,
la naturaleza,
ella también,
no sabemos bien si por decoro,
o por pudor,
oculta la muerte...
la oculta en sus pájaros,
en sus animales,
en sus hombres,
como si se sintiera avergonzada
o culpable, tal vez,
o infame,
de matar diariamente,
a plena luz del día,
aquello que ella misma
y sin coacción,
ha criado.
Como Siddharta,
un día en el camino
descubrimos,
nosotros también,
que vamos a morir,
algunos lo hacen para siempre,
otros, casi todos,
apenas con interés,
intactos,
y pasan toda la vida,
esa vida,
como flotando,
en una triste inmortalidad.
Cada miles de años,
sin embargo,
se dice,
nace Buda,
y él sólo es el que sabe.
El aire insípido del mundo,
mientras tanto,
pertenece a todos,
los otros,
nosotros,
los insulsos,
los livianos,
los incomprensibles,
los que caminan por el agua incolora
sin mojarse,
siquiera,
las ramas de los pies.