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sábado, 3 de noviembre de 2012

El Benito


Desde lejos se puede oír mi nombre. Es que me llaman. Benito. De cerca puedo ver los alambrados de libros que me desafían, que los guardan, a ellos, que los encierran de mí. Me pusieron obedientemente el ambicioso nombre de Benito y no hicieron mal. Mandaba la Ley. Se protegieron de mí y no hicieron mal. No obstante, pobres, nunca dejaron de recordar que siempre me temieron. Pero ahora puedo oír mi nombre, como un rezo, y puedo ver también la tranquera abierta, de libros, y a mi madre buena que me adora, con comida para mí, su hijo el más pequeño, su amor promesa soy yo. Mi padre ha intentado de todo para salvarse de mí, pobre, pero murió antes. Mis hermanos lo mismo. Bautismos por doquier, iglesias y Santos Padres, todo a caballo y arriba de un tibio cuero de oveja. Pobres mis padres. Ellos que esperaban en mí la reivindicación de sus torpezas. Ellos que me trajeron a la escena del mundo para desmentir de a poco sus humildes pecados de campesinos incultos. Ellos que quisieron para mí los libros y el saber. No hacían mal. Sólo que no se puede tanto decidir. Parece que no se puede burlar la Ley. Ya llevaban brotados de sí otros seis retoños a cuál de todos más bruto. Animales casi, pobres, los otros. En mí se cifraba, silenciosamente, la promesa de la inteligencia docta, el indulto de la sabiduría ínclita y proba. Apenas si ellos mismos lo sabían. Pero no pudieron verlo todo, los pobres. Es que nací séptimo. Nací como mis hermanos varón. Nací, además, en un campo correntino entre chanchos degollados, plantas bajas e indomables y caballos de relincho alto, llamativo y largo. Desde acá la veo a la pobre madre. Viene. Abnegada y sin talento para la resignación. Es que no puede, no quiere saber que algún martes lejano, o viernes, levantaré mi deseo crecido como un aullido alto que asustará hasta la ginebra pensativa o boba de los paisanos del lugar. No necesita, no cree entender que allá lejos en una noche abierta, azul casi, en un monte cercano abrevaré en las aguas de la inmundicia o me dejaré crecer la codicia por el amor más salvaje que pueda en el mundo existir. Mi madre prefiere desconocer, la pobre, la conozco, que cuando en el cielo y en mí se dibuje, espejadamente, una luna como un reloj, mi celo de lobo nuevo olvidará su nombre, su patria, su ternura, su piedad, olvidará mi furia el abecedario inútil y me treparé sin esfuerzo al lomo frío de una loba en celo como yo, que desconoceré su esperanza y sus senos colgados de su cuerpo para mí, su leche tibia y sus manos en gesto amante de caricia, no sabe, pobre, que esquivaré la plata de una bala justiciera, brasa y vidrio, que saltaré, elástico, que me suspenderé en el aire, solo, que se pondrán de pie los pelos de todo el cuerpo, que tendré naturalmente afilados los colmillos ebrios, flamantes, con gula, que no escucharé, como hoy, que soy bebé, mi nombre encarecido, Benito, llamándome, que dejaré el suelo en donde alguna vez fui hombre y me prenderé a la parte yugular de su garganta, y esta vez, pienso ahora que me llama, Benito, y que no puedo olvidarme de la fatalidad del futuro, esta vez, digo, saltaré y le pediré sin reparos en su cuello la sangre que este hermoso cerco de libros no me ha sabido dar.

1 comentario:

  1. Cristian, me he encontrado con un relato agradable y descriptivo.
    Entrega imágenes muy bien logradas,amena lectura.
    Lo felicito.

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