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lunes, 30 de marzo de 2015

El nombre de las plantas

a quien un día me tomó del brazo
y me llevó a conocer el nombre de las plantas


Hace algún tiempo ya, he comenzado el camino hacia un saber para el reconocimiento de nombres de flores y plantas. Si bien lejos estoy de la pericia, ya puedo distinguir, casi sin margen de error, un eucaliptus de un fresno, un tilo de un plátano, un lacito de amor de un jazmín del cabo, una rosa de una cala.
Pero este saber, compruebo, esta riqueza, trajo aparejado un empobrecimiento, a saber, el empobrecimiento de la literatura. Al menos de aquella que, en algún momento, con mayor o menor énfasis, con más o menos necesidad, las alude.  Ya no evocan, esos textos, un mundo ajeno y por tanto más brillante o menos precario. Quiero decir, desde que conozco de qué se me habla cuando se habla de madreselvas, ceibos o malvones, ya no es mágico el bosque ni el jardín. La literatura, quiero decir, también vive de la ignorancia. O, dicho de otra manera, cuanto más interesante es el mundo, más irrelevante es la literatura. Al menos aquella que vive quizá excesivamente del mundo.  

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