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domingo, 8 de agosto de 2021

La tristeza de las lesiones

 

Hemos hablado poco de la tristeza de las lesiones,

creo yo,

muy poco,

quizás, se me ocurre,

porque es un sitio irremediable de realidad,

de lo terco,

de lo macizo,

de lo inapelable de la realidad,

las fibras de un músculo que se gastan,

se deshacen, se despegan, se quiebran,

se parten,

deshacen la trama,

y nosotros,

que somos esa trama del cuerpo, ese tejido,

pero también,

quizás más aún,

un espíritu, un deseo, una voluntad

queriendo seguir,

que no acepta,

sentimos que es allí,

entonces,

en esa herida del músculo,

en ese desprendimiento del hilo de un tendón,

en esa opresión del nervio,

en esa grieta en el hueso,

en esa articulación,

donde se juega lo que podemos hacer,

lo que al fin somos,

más allá de lo que queríamos,

de lo que buscábamos,

de lo que deseábamos o proyectábamos,

para nosotros,

lo que queríamos ser,

la vida que queríamos llevar,

ese espacio interior, oscuro,

difícil de imaginar,

invisible para el resto,

se constituye entonces,

subrepticiamente,

en el lapso de una milésima de segundo,

apenas,

en un campo de batalla,

el sitio en el que una idea, un sueño

es derrotado

por las cosas que deciden lo real,

la clausura,

la contraparte de lo vivo,

lo vital,

lo deseante,

la lesión,

la trama de fibras que se ha desgarrado,

lo sabemos,

no podemos dejar de saberlo,

sentimos la herida,

la verdad de la carne que nos revela

lo pequeño,

lo ínfimo,

lo escaso,

lo mortal,

y de pronto la mirada anhelante hacia adelante,

hacia arriba,

se concentra

en lo que nadie ve y nos limita,

en lo que nadie sabe y nos humilla

desde adentro,

desde nosotros mismos,

ya no hay nadie más allá afuera,

o casi nadie,

nos duele entonces el dolor, claro,

pero más nos duele lo que trasciende ese dolor,

el símbolo,

el cuerpo nuestro que nos niega,

nada más humano,

nada menos divino que una lesión,

ese momento que es eterno aunque casi no dura,

alguien tomó la decisión

por nosotros,

ya no podremos seguir,

la rodilla en la mano,

arriba el sol, afuera los otros,

que ya casi no existen,

que se apagan,

el gesto de dolor físico

y el otro,

allí estamos,

nosotros,

tan solos,

atravesados de lado a lado por nuestra parte de carne,

de hueso y fibra,

de líquido, grasa, articulaciones y sangre

que somos,

allí estamos,

horribles,

en el lugar en el que estuvo alguna vez un actor trágico

frente a un público,

hablando de la vida,

pero sin teatro,

pero sin gente,

pero sin actores,

en el medio intrascendente de la vida misma,

nunca habíamos sido tan humanos,

entendemos vagamente,

tan reales, tan irremediables,

nunca habíamos estado tan solos.

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