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sábado, 12 de marzo de 2011

La translación de la Urgencia

Al principio fue la Urgencia. Eso ya se dijo. Pero la urgencia de quién. Del que escribe, claro. Sin embargo, esta contingencia sólo puede dar cuenta de la gestación de un texto, no de su gestión. Porque lo mismo que hace nacer un texto no lo hace bueno. La obediencia a la pulsión predispone la sangre para la tracción. Pero quien manda después es el texto. O su pulsión, en caso de que se la encontremos.
     La Urgencia, una vez echado a andar un texto, la tiene el texto. Y sólo él. Obedecer a otras prisas o caprichos puede tener otras bondades pero no la de la calidad. Lo que debe ocurrir necesariamente es una translación de la Urgencia. Lo que necesita quien escribe debe someterse a lo que necesita lo que escribe. Hay un cambio de sentido. Una inversión. En un punto, podríamos decir que se cría a un padre. La relación se vuelve, o debería volverse, tiránica. Saber obedecer, obedecer bien, ser lúcidos en la obediencia, creativos incluso, competentes en suma, podría ser nuestro mérito. Pero nunca la indiferencia.
     El texto se anima. Pide, demanda, requiere, exige incluso. Nosotros somos sus peones ya. La relación es ya unilateral y monárquica. Los deseos son de él. Y son órdenes. Si todo va bien, esto debe ocurrir. Si el texto no desea está muerto. Si todo va bien, seremos alegremente sometidos. Porque en algún momento su deseo será acabar. Soltarse ya de nuestra esclavitud. Hartarse de nuestra servidumbre. Liberarse. Pero esto sucederá como una orden. Nosotros estaremos atentos a sus caprichos. Nos abandonaremos a su lógica privada. No preguntaremos. Él nos dirá basta. Nosotros dejaremos de hacer sin chistar. La última palabra siempre la tiene el texto.


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