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lunes, 2 de enero de 2012

El pocero

a mi bisabuelo Domingo, pocero


Trabajó primero sobre la tierra blanda. Traspasó con lentitud capas de colores que apenas sospechaba. Avanzó con paciencia hacia lo hondo. Llegó a no sentir el cansancio en los brazos tostados desparejos. Respiró hondo, se elevó y cruzó la piedra. Todo pareció más lejano y oscuro después. Y más gozoso. Se secó la frente en silencio mirando el cielo arriba. Descansó poco. Abajo estaba el destino. Controló cada golpe para no malgastar la tarde. En el pecho la camisa blanca dibujaba cosas raras y se pegaba a la piel. El sol dibujaba tras de sí una sombra que se arqueaba y se elevaba sin prisa. Descargó una y otra vez sobre el suelo todo lo que de sí pudo entregar el cuerpo. Siguió yendo despacio hacia lo hondo y a lo negro. Un placer le recorría el cuello y las plantas. Estuvo sucio y ajado en las manos. Era su trabajo. El horizonte fue avaro para tragarse el sol en un segundo. Una última vez descansó. El sudor siguió haciendo barro en el suelo. Sabía que eran los últimos golpes. Conocía los secretos de la tierra pero los respetaba. Sabía que andaba cerca. Cruzaría en algunos golpes las últimas capas. Llegaría al agua. Sabía eso y lo contrario.

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