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viernes, 18 de mayo de 2012

El espejo


A Gabriel, que se vio

Nadie mira al espejo. Los pocos que lo han hecho murieron locos, desoídos, confusamente célebres o se hundieron en el mar blanco con la cera de las alas fundida por el sol. Nadie mira al espejo. Miran un gesto, una treta, una mímica, una decisión. Le exigen al espejo una imagen previamente concertada, enuncian frente a él una pregunta falsa cuya respuesta cierta jamás se quedan a escuchar. Nadie se deja en un espejo. Nadie se rinde. Nadie se queda. Los pocos que lo han hecho murieron de horror, de distancia, de estupor, de desnudez, de espesor. El espejo es el lugar de la confirmación, no del espanto. De la brisa suave, no del viento. Quienes quitan los espejos de sus vidas de algún modo se presienten, se intuyen, de algún modo se buscan. Quienes llenan sus paredes con espejos se distraen, se alejan, se ausentan, se evaden, se evitan. Porque hay aguas y aguas, y hay espejos y espejos. La distancia entre ellos es tan brutal como la grieta abierta para siempre entre un hombre y su reflejo en el lago o su sombra. Nadie mira al espejo. Los pocos que lo han hecho han muerto de desierto, de desencanto, de intemperie, de barbarie. Cuenta la leyenda que un muchacho joven, rubio y serrano no hizo otra cosa en su vida que evitar su reflejo. Su eco. Pero una mañana la fatalidad lo sacó del espejismo y lo puso frente a sí. No sabemos qué vio. La flor que dejó, eso todos lo sabemos, está harta de ironía.

2 comentarios:

  1. Voy a tardar en hacerte un comentario sobre este texto,porque con una lectura no me alcanza. Besos.

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  2. es tan estupendo que me deja sin voz !! y como liliana necesitaria varias lecturas antes de decirte mas ! besos

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