Buscar este blog

martes, 25 de septiembre de 2012

El tío Héctor


Amábamos esa foto. “El tío Héctor” se llamaba, aunque ignoro por qué. No ignoro el nombre de mi tío, lo que me resulta llamativo es el nombre de la foto, ya que no figura él en ella. La foto es simple. Un río quieto y sin gente. Si nombro algo más, mentiría, quiero decir, no sería del todo fiel a lo que creo es el espíritu de la foto. Lo único que se ve es eso, un río calmo y azul y un vacío de gente. La arena no cuenta. Es evidente que quien tomó esa foto no prestó atención a la arena. La arena huelga, enmarca el resto. Tampoco los árboles al fondo, ni la isla. La ausencia de gente sí que está y eso también se nota. Eso también es parte del deseo, si se me permite la expresión, de la foto. La ausencia de gente es tan constitutiva del alma de la foto que pasarla por alto sería estar en falta con ella. Es muy notorio, al menos para mí y para todos los que amamos esa foto, que ella se describe, o se inscribe, con dos frases, que todo lo demás es superfluo. Un río quieto y sin de gente. Así. El resto no cuenta. Ni siquiera lo que parece ser un pequeño barco blanco a vela allá atrás. Quienes han visto la foto, fuera de nosotros que la amamos casi ciegamente, reparan en detalles que nosotros nunca habíamos visto ni volvemos a ver después cuando algún otro repara en él o en otro similar. Nosotros le explicamos lo del espíritu, lo del alma, lo del deseo, incluso lo de la proyección en el mundo sensible, pero todo es en vano. Terminamos reducidos, siento, a un amor en gueto, a un amor sectario, quieto, ausente, casi absurdo, solitario. A un amor sin nada, como le gustaba decir al tío.

2 comentarios: