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viernes, 15 de febrero de 2013

La E de la veleta

a mi viejo, un campo

Vio un jilguero, al amanecer, gritando amarillo en la letra E de la veleta
Una cortina de álamos, en quieto mecimiento, con el sol arriba y adentro
Más de tres mil golondrinas sobrevolando sin orden y en concierto un juncal nacido en agua hermosamente sucia de laguna
Vio la desesperación fingida de los teros al borde de sus huevos vertidos lejos
Una sombra gigante de monte sobre el rumbo de un camino viejo
Vio deslizarse sin roce una piedra redonda y roja por debajo de la barba negra del maíz
A la noche vio a Orión geométrico y manso contradiciendo la negritud de la noche
Y la Cruz del Sur por supuesto
Vio un sauce nuevo naciendo con la obsesión de su sombra
Vio los mismos pájaros que habían sido sembrados en la inmediatez de la infancia
Cuervos marrones y verdes que nada sabían de literatura
Y garzas que nada sabían de cuervos
Vio, a la tarde, mordido en su boca el mundo, en una hoja larga y áspera de eucaliptus
Vio la circularidad ininterrumpida del horizonte largo y lejos
Y alambrados sin fuerza
Y ganado con la cabeza sin esfuerzo
Vio dos orejas de yegua blanca entre su frente y el movimiento alto del camino  quieto
Un monte de acacias, uno de robles, y uno en el cielo de patos silbones
Vio de cerca la luz intransigente
Una oscuridad tan diáfana
Un calor tan viejo
Un sabor tan nuestro
Que tuvo, por momentos, un verdadero miedo de haber sido, irreparablemente, feliz y cierto

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