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miércoles, 20 de julio de 2011

El buen texto, la mujer hermosa

Como una mujer hermosa, todo buen texto resiste la lentitud. Y más aún, como una mujer hermosa, la exige, la reclama, la convoca, llama a la lentitud. A la morosidad, a la mirada sensual y analítica, amplificadora, lúpica, concentrada, delatora. El procedimiento bien puede pensarse reversible. Todo buen texto reclama la lentitud. Y también: todo texto que resista la lentitud será bueno. Es un modo de leer, entonces, y un modo de evaluar, de necesitarlo.
     La lentitud es un punto que avanza desprovisto de velocidad y prisa pero también un punto que se detiene, que frena y vuelve, que arranca de nuevo y se queda, que tarda en llegar. Todo texto, toda mujer, que soporte este paseo del regodeo por su cuerpo, que salga airoso, indemne o mejorado de esta lengua babosa, será bueno o hermosa.
     La lentitud ni siquiera es un vuelo rasante. No es un vuelo. Se parece más a un arrastre. Presupone la densidad de los cuerpos que recorre, un grosor, una textura de varios hilos en orden. Esta tardanza presupone una ganancia, una acumulación en el avance. Supone un lucro sensorial, una densidad creciente en los sentidos.
     Ellos no le temerán. El buen texto, la mujer hermosa, gozarán la templanza de saberse con cuerpo. Reclamarán, es más, hasta el borde de la quietud, una lengua lenta que los lea. Reconocerán esa ventaja. Se sentirán por fin ajusticiados por la exigencia implacable de calidad o hermosura. Se sentirán mirados o vistos por primera vez. Sabrán que en cada regreso, en cada insistencia sobre sus detalles, un placer nuevo les quedará del esmero. Son como el fuego de los guaraníes, el buen texto, la mujer hermosa: llevan el fuego como un corazón ardiente debajo de sus pieles de laurel.

1 comentario:

  1. absolutamente de acuerdo, un texto que soporta la lentitud es un texto sostenido, y es aquel al que siempre queremos volver.

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