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viernes, 7 de diciembre de 2012

Autonomía de la sombra


Eran las tres de la tarde, como siempre, y al sol lo tenía de frente. Dibujándole, camino a su cara, una línea oblicua, apenas en descenso, amarilla, cortada en su cara. Dio media vuelta. Ahora el sol le exigía su sombra. Pendiente de sí mismo, ahora, caía un cuerpo negro, con sus dimensiones relativas, prologadas, contra la lisura celeste y gris del asfalto. Se vio triste, ambiguo. Lentamente, con algún asombro, descubrió la autonomía progresiva del dibujo humano en el suelo. No se asustó. Más bien se fue a recostar sin miedo debajo de unos árboles que lo conocieron. Su silueta azul, verde o roja, según la cosa contra la que se refugiaba, fue seguida por millones de ojos en todo el pueblo. La vieron asistir a cuanta fiesta se hizo en su honor. La corrieron en vano. Le preguntaron y les mintió. Y no se la vio más. Tiempo después fue a recostarse debajo de unos viejos árboles. Un hombre que no la esperaba la sintió saltar como un perro sobre su cuerpo. Las intenciones eran buenas. Pero era de noche, tarde, y el cuerpo se desvaneció.

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