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viernes, 17 de febrero de 2012

La mancha

Volvió del galpón viejo, sucio del contacto con los fierros, los clavos oxidados, el aceite negro y el polvo. En el patio, antes de entrar a la casa, lenta, muy lentamente, con una serenidad que desmentía la urgencia postergada de sacarse la mugre de encima, se sacudió la camisa azul de trabajo y los pantalones marrones que nunca pretendieron combinar con la camisa. El polvo superficial volaba por el aire y podían verse diminutos granitos en el aire del patio, revelados por los últimos rayos de sol de la tarde de verano, yendo a parar al limonero, a los malvones, al jazmín. Una mancha negra sobre el abdomen no saldría con el movimiento, así que decidió ir hasta la bomba y mojar la franela naranja ya dispuesta para esos casos. Eran alrededor de las ocho. Todo un día de trabajo en el galpón de los vidrios rotos y las ruedas de sulkys. Con jabón blanco, agua y franela, acometió la mancha negra de aceite sobre la curvatura de la panza. Nada. Botón tras botón, con una paz que ironizaba la necesidad imperiosa de quitarse la mancha de la camisa, fue dejando el pecho blanco y velludo al descubierto. Cuando desprendió el último botón negro de la manga del brazo izquierdo, se miró el vientre. La mancha había traspasado la camisa gruesa azul de todos los días. En el baño la cosa sería distinta. Demoradamente, con pericia y paciencia, increíblemente, se desnudó y entró a la ducha. Como si no le importara, llenó la esponja de jabón. Friccionó suavemente y nada. Sería necesaria el agua ras que se sostenía en el borde blanco de la bañera. El cuerpo tenía una temperatura volcánica por dentro pero por fuera las manos eran persistían tibias y reflexivas. Hizo un último intento en círculo perfecto sobre la piel blanca. La mancha persistió. Respiró, o pensó, con la sabiduría de los años. Mañana ya no se vería. Traspasaría también la piel blanca y él iría a trabajar al galpón sucio como cada día.

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