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viernes, 1 de marzo de 2024

La piedad


Hace un tiempo conocí a un hombre,

sin excesiva gracia,

que seducía mujeres

(o se dejaba sabiamente seducir),

incansablemente,

en lo posible hermosas,

o al menos comprensivas,

se acostaba con ellas,

las quería con locura,

con honestidad,

eso decía,

al menos una noche,

y luego,

a la mañana siguiente,

a la luz ya clara del día,

como en una nueva bienvenida,

casi nuevos,

casi otros,

con la risa nueva en el rostro,

les contaba todo lo inconfesable

de sí,

cosa que con nadie más hacía,

y eso era todo,

y luego,

con una pena ya conocida

o acostumbrada,

y sin lamento,

no las volvía a ver,

nunca más,

pues no toleró nunca, decía,

en sus rostros,

el gesto de la lástima o del horror,

ese lago de sangre,

decía,

en el que nunca se quiso mirar.


Y yo,

que apenas lo podía entender,

nunca supe si condenarlo,

por cobarde o por canalla,

o admirarlo,

por mostrar las migas del horror,

así decía,

la miseria de sí

ante lo que se ha querido,

aunque sea una vez,

y evitar después,

como un ser orgulloso o estoico,

la compasión ajena,

que es otra forma de la propia piedad.


Es posible que ellas tampoco quisieran,

después de todo,

volver a verme,

decía,

y así les evito la deshonra,

el desengaño de la propia bondad,

la horrible misericordia,

el asco, incluso,

la incomodidad de la culpa.


En mí dejó algunos pocos secretos,

muy pocos,

y superficiales

(es decir magníficos,

ideales),

que por otra parte sé que fueron aquellos,

prolijamente hermosos,

increíbles,

que él mismo y cuidadosamente

inventó para sí,

como otro lago,

como una íntima creación.

domingo, 18 de febrero de 2024

Padre río

 

Río,

yo preciso de vos para ocultarme,

para vivir sin mí,

para olvidarme,

para salir de mí,

poco a poco,

para dejarme.


Río,

yo preciso de vos para los ojos,

para pasar por mí

tu gusto a lodo,

para volver a mí,

sin palabras,

vivir sin otros.


Río,

yo preciso de vos como un amante,

puedo vivir sin vos

y puedo amarte,

dejar el corazón,

otras veces,

en otra parte.


Río,

yo preciso de vos como un amigo,

que no mire lo gris

que me ha traído,

y en el agua se va,

otra vez,

lo que se ha ido.


Río,

yo te quiero escribir para borrarme,

para ser una flor

que crece en sangre,

otro río nacer,

otro río,

en otra carne.

miércoles, 7 de febrero de 2024

A la orilla de un río

(Un poema de amor)


Estamos lejos,

los pasos de la orilla

son infinitos.


Vuelco mi mano,

puedo tocar el agua,

pero no el río.



Estamos cerca,

puedo escuchar tus aves,

sentir las olas.


Los ojos fijos,

las luces que te extienden,

tu lado en sombra.



Somos ajenos,

somos la cercanía

de dos extraños.


Sobre tus líneas,

descanso la mirada

color del barro.



Somos lo mismo,

dos seres que han dejado

que Dios los cree.


Me iré al alba,

la noche es un milagro

de vida breve.

domingo, 4 de febrero de 2024

Prefiero el río

 

Prefiero el río,

su cuerpo blando,

la impureza del agua.


No estamos limpios,

como ese río,

que ensucia lo que lava.



Como el sonido,

estamos hechos

de todo lo inaudible.


En algún sitio,

te está llamando

lo mucho que perdiste.



Prefiero el río,

su olor a viejo,

sus aguas derramadas.


Como nosotros,

no sabe nada

de todo lo que guarda.



Somos su orilla,

somos lo ajeno,

por eso nos ignora.


No busca nada,

apenas deja

las algas que lo flotan.



Prefiero el río,

su voz de ave,

su luz abandonada.


Como él crecemos,

bellos y solos,

como él que llega y pasa.



No puede oírnos,

no siente nada,

ni siquiera desprecio.


Cuando te vayas,

llevame al río,

que en el río me duermo.


lunes, 29 de enero de 2024

Que sólo el río es eterno


Todo era inmenso,

todo era paz y armonía,

todo era bueno,

y el río no se movía.


Todo era calma,

todo era luz en el día,

todo era extenso,

y el río no se movía.


Y tu vestido,

y vos sentada en la piedra,

y el río inmenso,

como si nada ocurriera.


Y tus palabras,

tus ojos llenos de arena,

y el río antiguo,

como si nada ocurriera.


No supo el río

la fe creciendo en el tiempo,

ni el miedo grande

de hacer un mundo de nuevo.


No supo el río

que sólo el río es eterno,

ni el fin de todo,

ni el llanto sobre lo muerto.


Todo era inmenso,

todo era paz y armonía,

todo era bueno,

y el río no se movía.


Todo era calma,

todo era luz en el día,

todo era extenso,

y el río no se movía.

viernes, 19 de enero de 2024

Poemas heroicos I

 

Los árboles alineados,

la forma que dibuja la sombra,

el amplio río ondulado,

inocente de todo

lo que a la costa le roba.


Los pájaros invisibles,

los caballos sueltos y lejanos,

las ventanas de otra gente,

la vida breve y ajena

que a veces le imaginamos.


Las notas altas del canto,

la belleza en otros idiomas,

las moras altas del árbol,

el sol cayendo en vano

sobre un lado de las hojas.


La extensa mano estirada

hacia un tren que parte sin deseo,

el amor que llega tarde,

la forma de la Virgen

hecha de musgo y anhelo.


Los versos que recordamos

de otros, tan propios y tan ajenos,

pues Dios nos hizo tan cerca

de todo lo que amamos,

que amamos y no tenemos.



domingo, 15 de octubre de 2023

Un tango para María

 

Sabés qué nos diferencia a vos y a mí, María,

qué nos distancia,

qué nos aleja,

o al uno del otro nos extraña…

Sabés qué tejidos,

qué leve espesor de la sangre,

y translúcido,

el tiempo aún no ha dejado

en la fina trama de tus venas,

María…

Sabés, perfecta María,

que el tenue tango que nos fue creciendo

con el goteo del tiempo,

esa suerte de música,

lleva escrito en su partitura, como una seña,

con una suave ironía

Ya no es la queja, no, María, ni el llanto,

ni la culpa de la vida,

ni la vida de los otros, no, María,

lo que nos crece con el tiempo,

sin querer,

como una marca más de eso que inevitablemente

y de a poco, imperceptiblemente,

ya somos,

o de eso en lo que nos hemos ido transformando,

con cada cierre de telón,

con cada apagón de la luz,

con cada derrumbamiento,

con cada rayo cegador...

Eso que nos crece, María,

es una suerte de ironía,

inofensiva, María, inocente,

además,

quizás invisible a los demás,

quisiera hacerme entender,

porque un día cualquiera,

un día anodino como los otros,

vos también lo vas a sentir, quizás,

y será como una niebla,

o gotas ínfimas en lo claro de un vidrio,

así lo sentimos, María...

Y entonces sucede que así,

un día que no conocemos,

nos apasionamos con ironía,

parece mentira, ¿no?,

alegremente,

amamos con ironía, ¿me creés?,

porque amamos,

incluso nos ilusionamos, también,

ya no como chicos, ya no,

claro,

con un fondo medio triste

y medio sabio, creo yo,

de esa dulce protección de la ironía…

Y esa es la carta que ya tenemos de más…

Y no es que no sufra, María, no,

claro,

no es que no ame, mucho menos,

ni anhele,

ni quiera con vos pasar toda la vida,

aunque sea un momento,

que será también toda la vida,

no es eso, tenés que saberlo,

sólo es que entre el deseo,

el amor, la ilusión,

incluso entre esta fascinación que no te miento,

y yo, cómo decirlo de otro modo,

transita siempre esa fina red de la ironía,

que nos resguarda, María,

que no nos salva, siquiera,

que apenas nos guarece,

nos confirma de nuevo lo que antes ya sabíamos…

Te amo con locura, María, a veces incluso,

como ahora,

mientras escribo estas líneas,

con desesperación,

con dedicación, con integridad,

eso no deja de ser cierto,

y me vas a faltar mucho cuando te vayas,

porque te vas a ir un día,

y yo no voy a medir el amor, te lo juro,

ni la entrega, no es eso,

sólo que estaré, lo sé,

el corazón de todo esto que te digo es que ya lo sé,

como cuidado por las sumas repetidas del pasado,

por los caminos cerrados,

los desengaños de la luz,

las mañanas frías de primavera,

las tardes turbias o nubladas,

los árboles caídos del campo,

después del temporal,

la noche en que no viniste,

la casa sola,

la soledad infinita...

Es él, María, el tiempo,

el que nos dejó como al pasar,

como sin saberlo,

sin detenerse siquiera,

este borde suave de ironía,

esta soledad,

que son ahora los límites del cuerpo...

Yo voy a ser lo mejor que soy, María, repito,

eso puedo prometerlo,

no voy a dejar nada sin ofrecerte,

quiero decir,

haré todo lo que un enamorado sabe hacer...

Esperarte, querer que no te vayas,

aún sabiendo que te vas,

negar el paso del tiempo,

mirarte con fascinación, con resplandor,

con olvido,

pero estaré, María, aunque no lo sepa,

aunque no lo quiera, incluso,

del otro lado de una capa transparente,

no sé decirlo de otro modo,

quizás un poco más cerca de la muerte,

y te veré bailar, María luminosa,

y te veré reír, ilusionarte, celebrar,

cortar la torta de un cumpleaños,

servir el té,

salir rápido sin saludar,

apurarte sin razón,

y te veré brillar,

y quizás brille, por qué no,

yo también, como un reflejo de vos,

y estaré agradecido de haberte conocido

un día ya real aunque futuro,

ya casi del pasado,

de tan real, de tan reconocido,

y escribiré por vos y para vos

las mejores palabras que el tiempo

y la práctica de la soledad me hayan dejado,

no importa si son malas o son buenas,

serán las mejores, una noche, lo sé,

o una tarde, por qué no,

una tarde que no haga ruido al caer,

y también te lo agradeceré,

y vos continuarás tu vida joven, hermosa,

con tu pelo joven, con tu piel joven,

con tus manos jóvenes,

tu vida casi nueva, María,

no temas,

yo procuraré llevarme las heridas,

las mías y algunas de las tuyas,

las que pueda,

con ellas hago los poemas,

las canciones,

las líneas sinuosas de la partitura,

y sé que estaremos felices, a nuestro modo,

los dos,

aunque quizás vos tardes algo más en aceptarlo,

estaremos felices, digo, María,

en ese triste y bello día del futuro,

o quizás y de algún modo

ya del pasado,

más sabios,

más solos,

felices, decía, caídos y felices,

ya vas a ver,

de habernos encontrado,

o mejor,

felices,

entre tantos otros,

de habernos sin saber y sin querer, tal vez,

entre tantos otros,

reconocido.