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sábado, 1 de junio de 2019

Borradores


En la feria, el vendedor de pescados ofrece sus productos. Hoy se vende pescado fresco, dice el cartel. Un paseante ve el cartel y sugiere, dada la extensión innecesaria de la leyenda y lo prescindible de alguna información, la sustracción del verbo. El vendedor acepta, corrige, y el cartel, ahora, dice: Hoy pescado fresco. El paseante muestra agrado por la sustracción pero insiste, pues la situación misma de la venta ya lo supone, en la inutilidad de la marca de tiempo. El vendedor acepta y el cartel, ahora, dice: Pescado fresco. El paseante  de nuevo entiende que la alusión a la frescura huelga y el cartel ahora dice: Pescado. La sucesión es obvia y el cartel desaparece. Esta historia, que puede alertar sobre los riesgos de la corrección excesiva, también admite otra lectura. El cartel ha desaparecido, decíamos, pero de algún modo conserva su presencia. De manera fantasmal ha quedado sustanciando su producto. Lo que hemos sustraído, en la inmediatez o durante toda una vida, persiste en forma de sustancia, de precisión, de claridad en los textos. La textura no está dada tanto por lo que lo escrito exhibe sino por lo que ha decidido no mostrar. De una manera que es misteriosa sólo porque no queremos inquirir, las formas descartadas asisten desde adentro (desde abajo o desde afuera, según se piense) a las formas que hemos elegido para persistir. Todos los borradores animan la última copia, el original. El espesor presente de un texto es obra de un pasado renunciamiento.