Hamlet está
solo en el centro del escenario. Una luz lo ilumina con precisión. El resto
permanece lo más oscuro y vacío posible.
(sentado en
cuclillas, cómodo, mirando a una nada precisa, detenida, pensativo y levemente
melancólico, definitivo, la cabeza dirccionada a un sitio apenas por encima de
sí mismo)
Todo
lo que el viento quiso que fuera lo fui.
Humo
de brisas que un ángel insobornable desata.
Mi
única patria. El suelo que recorro. La madre que me habita. El cielo que
descorro.
(pausa,
Hamlet alza levemente la cabeza o simplemente la vista, sigue ensimismado, pero
el movimeinto de la cabeza anuncia o denuncia un leve énfasis)
La
locura y el abismo. El llanto y la injusticia. La muerte y la ternura. El polvo
y la codicia.
Todo
el resto es impostura. Laberintos señalados. Inauténticas imágenes de Dios.
(pausa
apenas más extensa que la anterior, incorpora el cuerpo aunque no se pone de
pie aún, el tono no se vuelve nunca coloquial, anecdótico)
Cierto
es que no toleré la muerte. La muerte cotidiana. La serrana muerte. La muerte
gentil.
Cierto
es, más cierto aún es que deliré con voluntad, con artificio, una dura sombra
de padre para redimir a los bárbaros dioses, culpar a las lícitas serpientes, aspirar
a una rara eternidad.
(la cabeza
se inclina, sin premura ni violencia, hacia arriba, y el discurso siquiente
adquiere mueca y tono levemente de plegaria, de reproche al cielo, de contenida
indignación)
Y
todo es parte de una sinfónica argucia. Que descree del ángel. Que prefiere ser
nada a ser todo y al terror.
(vuelve su
rostro al frente y regresa a su tono meditabundo y exteriormente sosegado,
ahora parece que esa nada exacta a la cual se dirigía empieza a confundirse con
el público )
Porque
el ángel también es, olvidaba decirlo, un encuentro a soloas con la fiebre, un encuentro a solas con la monstruosa,
mínima sombra que sos.
(pausa,
Hamlet parce responder a una voz interna que lo interpela)
El
amor. Sí. El amor ha descreído del agua. Del moho verde del agua. De las flores
necias del agua. El amor ha descreído del tiempo. Ha descreído del credo de una
astuta promesa de perpetuidad.
(Hamlet
lentamente se pone de pie, camina por la escena, la domina, se vuelve dueño del
escenario y su tono se vuelve declamatorio y enfático, vuelve al centro)
Yo,
Hamlet, el viento. Yo, Hamlet, las llamas. Yo, Hamlet, el fuego contra las
caras y las letras clavadas sin premio en la conciencia irreversible de una
increíble humanidad.
(repite “y
las letras clavadas sin premio en la conciencia de una increíble humanidad”,
dos o más veces con creciente y notorio desasociego hasta llegar al borde del
llanto, pero se detiene y vuelve a su tono reflexivo y sereno)
He
dicho, lo recuerdo ahora, que la cosa estaba entre dos cosas. Pero la cosa es
una y está olvidada.
Mi
padre ha fallecido de justicia. Mi madre y mi amada, detrás de una cortina o
abajo del agua, también lo están o lo
estarán.
(Hamlet
camina y cambia radicalmente el punto de enfoque de su mirada, al otro extremo
del escenario, ahora sí como compareciendo ante algo o alguien, habla con
seguridad y creciente entusiasmo por sus propias palabras)
Guardo
fidelidad a la impericia. De ser llevado a rastras por la tierra. De acabar un
día cualquiera siendo de aire, siendo de alga, sombra, siendo de otro,
despeinado, sucio, enfermo, en la cornisa impía de un salto de pájaros, nubes,
alas y de fragilidad.
(camina,
recorre y vuelve al centro, desde allí habla)
Guardo
para mí los goces de la más sensata de las manías. Guardo para mí una tumba al
aire libre que me mate y que me guarde. Guardo para mí una calle polvorienta,
el beso ensalivado de una hembra, una espada sin vaina, brazos, baba, rubor, y
un sabor insensato de genuina y pasajera eternidad.
(ahora más
decididamente mira al público, tono invitante, casi de arenga, con algo de
aparecido desgarro)
Vamos
fuera de este infierno de saber.
Arruinemos
las delicias de prever si quién soy yo, si quién sos vos, si él es él.
(Aumenta el
pathos y se diluye la contención de los furores guardados durante siglos)
Una
sola comadreja intempestiva puede darnos de salvar esta inocencia de querer
matar al viento con una choza de pajaa, una reja de ladrillos, un palacio
inmóvil de cemento, barro, o de piedras de cristal.
Los
gusanos se aprovechan, es verdad, del ángel delincuente, pero ellos saben que
nada suyo es de él. (pausa, clama, baja
el tono)Ni siquiera él, que viola todo lo que salva, ni siquiera él es de
él.
(Hamlet se
detiene como si cayera en cuenta de algo. Su tono deviene en el anterior. Se
recata voluntariamente pero se le nota el desafuero)
Es
una pena que no llegue el olvido y sea tigre en la sabana, Jesús en el
desierto, Jehová en la zarza ardiendo, un gato triste o la mano en vano que lo
busca sin premura para acariciar.
Es
una pena no dejar de saber nunca que un hombre ya hace tiempo me ha clavado con
un nombre y una historia en una farsa de verdad.
(Se exalta.
Mira hacia un costado, le habla a su “amo”, le extiende la mano a medias entre
el agradeciemiento y el reproche, pero casi grita)
¡Oh
amo! ¡Oh magnífico amo! que me has hecho decir todo lo que yo jamás hubiera
podido siquiera sospechar. ¡Oh miserable amo!, que has usado de mi boca para
hablar de tus gusanos, de una tumba en plena tierra, de viento, de una lucha
absurda de puñales, de títeres de carne, de ridículas voluntades, de mil
espadas prostitutas, de caranchos entintados, y una hermosa muchachita que se
ha muerto en soledad.
(pausa,
Hamlet recuerda y se entristece, el tono se vuelve entre melancólico y
sarcástico)
Porque
alguien debía entender. ¿No?
Y
el que entiende vive o muere de verdad.
Yo
no sé si es suficiente la ternura.
Abramos
los cuatro rumbos cardinales que nos vidrian. Despejemos la esperanza
encubridora de saber qué día es hoy.
(Hamlet vuelve
a sentarse y recupera su tono inicial, todo vuelve al principio, habla lento,
derrotado o agotado)
Total
mañana será otra muerte.
Total
mañana será otra vida.
Total
mañana quizá yo vuelva a despertar.