Buscar este blog

sábado, 30 de marzo de 2024

Quiero morir en la noche

 

Quiero morir en la noche,

con un cigarro encendido en la boca,

con los ojos intrigados,

las manos abiertas y silenciosas.


Quiero morir en el río,

sobre una piedra muy cerca del agua,

el corazón reposado,

las olas blandas que llegan y pasan.


Quiero morir en el campo,

con una hierba mojada en los labios,

oigo las aves volviendo,

huelo el profundo sudor de un caballo.


Quiero morir con mi niña,

que se ha endulzado los ojos celestes,

me ha perdonado ya tanto,

por qué no va a perdonarme la muerte.

martes, 19 de marzo de 2024

Puedo imaginar un mar nocturno

 

Puedo imaginar un mar nocturno,

un mar que crece hacia la costa,

o el polvo suspendido en el aire

que busca el vidrio de las copas.


Puedo imaginar una paloma

herida de muerte por la piedra,

o una flor derramada en el agua

después que ha pasado la tormenta.


No puedo imaginar tu silencio,

el lado estéril de la cama,

la casa sin ecos de otra voz,

la voz que no llega a la palabra.


Puedo imaginar la vía láctea

sobre un campo que sigue hacia el cielo,

las gotas de lluvia de una tarde,

los álamos blandos por el viento.


Puedo imaginar la luna inmóvil

la noche que bailamos en un patio,

o un pie descalzo por la calle,

la tierra convirtiéndose en barro.


No puedo imaginar el regreso,

sin vos al otro lado de la puerta,

sin gesto de risa al despertar,

la casa que aún no está despierta.


Puedo imaginar los filamentos

que envuelven el hilo de una cuerda,

y una guitarra sola en el cuarto,

sola como una playa desierta.


Puedo imaginar un haz de luz

entrando sin esfuerzo por el agua,

un barco varado en altamar,

un pueblo corrido por la lava.


No puedo imaginar los domingos,

la quietud de las noches inmensas,

las cosas que aún llevan tu nombre,

todo lo que te vas y se queda.

viernes, 8 de marzo de 2024

Hermoso es ver los círculos del agua

 

Hermoso es ver los círculos del agua

cuando cae al agua una piedra,

hermoso es ver los dibujos del río

cuando sube de a poco a la arena,

hermoso es ver los círculos del agua,

pero no es alegre, Macarena.



Hermoso es ver el pasado del mundo

en la luz azul de las estrellas,

hermoso es sentir que otro tiempo

viene en la noche que llega,

hermoso es ver el pasado del mundo,

pero no es alegre, Macarena.



Hermoso es ver llegar las golondrinas

a la voz de una orden secreta,

hermoso es sentir en la especie

algo más que cada una de ellas,

hermoso es ver llegar las golondrinas,

pero no es alegre, Macarena.



Hermosa es la expansión del universo

y en lo vasto las galaxias que se alejan,

hermoso es ver después pasar la luna

como un ave indiferente que vuela,

hermoso es la expansión del universo,

pero no es alegre, Macarena.



Alegre era verte bailar por la casa

sin mover los pies de la tierra,

alegre era verte salir cada día

del sueño, de tus ojos con niebla,

alegre era el tiempo con vos,

porque alegre eras vos, Macarena.

viernes, 1 de marzo de 2024

La piedad


Hace un tiempo conocí a un hombre,

sin excesiva gracia,

que seducía mujeres

(o se dejaba sabiamente seducir),

incansablemente,

en lo posible hermosas,

o al menos comprensivas,

se acostaba con ellas,

las quería con locura,

con honestidad,

eso decía,

al menos una noche,

y luego,

a la mañana siguiente,

a la luz ya clara del día,

como en una nueva bienvenida,

casi nuevos,

casi otros,

con la risa nueva en el rostro,

les contaba todo lo inconfesable

de sí,

cosa que con nadie más hacía,

y eso era todo,

y luego,

con una pena ya conocida

o acostumbrada,

y sin lamento,

no las volvía a ver,

nunca más,

pues no toleró nunca, decía,

en sus rostros,

el gesto de la lástima o del horror,

ese lago de sangre,

decía,

en el que nunca se quiso mirar.


Y yo,

que apenas lo podía entender,

nunca supe si condenarlo,

por cobarde o por canalla,

o admirarlo,

por mostrar las migas del horror,

así decía,

la miseria de sí

ante lo que se ha querido,

aunque sea una vez,

y evitar después,

como un ser orgulloso o estoico,

la compasión ajena,

que es otra forma de la propia piedad.


Es posible que ellas tampoco quisieran,

después de todo,

volver a verme,

decía,

y así les evito la deshonra,

el desengaño de la propia bondad,

la horrible misericordia,

el asco, incluso,

la incomodidad de la culpa.


En mí dejó algunos pocos secretos,

muy pocos,

y superficiales

(es decir magníficos,

ideales),

que por otra parte sé que fueron aquellos,

prolijamente hermosos,

increíbles,

que él mismo y cuidadosamente

inventó para sí,

como otro lago,

como una íntima creación.