Mirar un pájaro,
línea por línea,
pluma por pluma,
detenidamente,
después,
mirar una hoja,
la curva de sus bordes,
su textura, su forma,
la trama de sus arterias,
imaginar la savia,
luego,
que corre por dentro,
silenciosamente,
sentir
en esas cosas que dios no tiene prisa,
quizás tampoco motivo,
razón,
para seguir creándonos,
incansablemente,
y aún así,
misteriosamente nos crea,
cada día,
nos da sus leyes,
sus formas,
sentir también
que las palabras son como manos,
entonces,
tan sólo manos,
señalando las cosas,
que la sustancia está en los ojos,
en el tacto,
en lo invisible,
en lo cálido de nuestra circulación
silenciosa,
en lo involuntario,
en lo incorregible de nuestro diario jadeo,
incluso en el tiempo,
que nadie ve pero ocurre,
mirar un pájaro,
decía,
línea por línea,
pluma por pluma,
demoradamente,
una larga mañana de domingo,
y pensar,
después,
que si dios viviera,
si dios estuviera acá
con nosotros,
en esta larga mañana de domingo,
que nunca pasa,
estaría orgulloso de sus hojas,
de sus mañanas,
de sus pájaros.