A riesgo de ser esquemático y
simplista, quiero trazar dos –de las muchas- líneas por las que puede transitar
la literatura. Claro que esto no deja de ser un corte, uno de los tantos
posibles, un intento de descripción, análisis o explicación del funcionamiento
de ciertos textos. Otra salvedad que debería hacerse es la de la
lectura-escritura. No diré que un texto esté escrito de una u otra manera,
tampoco que deba ser leído de una u otra manera. Me limitaré a pensar que ciertos
textos, de los quizá citar ejemplos sea desquiciar el análisis, proponen, o invitan a, o aunque más no sea permiten
sin esfuerzo ser leídos de una u otra manera.
Una de estos modos de textualidad
es la horizontal (pienso sobre todo en lo narrativo, más allá del género).
Pienso en horizontalidad cuando una escritura se me impone como narración, como
signos a ser decodificados en clave espacio-temporal. Una historia que se
desarrolla en el tiempo y cuya legibilidad está orientada a los sucesos, a la
ocurrencia, a lo fenoménico, a “lo que pasa”. El interés del texto radicará
menos en el sentido que en el recorrido de esa fábula, de esa invención narrativa,
de ese devenir.
El otro de los posibles afanes de
un texto, que por supuesto no excluye el anterior sino más bien se superpone,
es su disposición vertical. Y con esto quiero espacializar una idea de “profundidad”,
de primacía del “sentido”. Esta textualidad es la que convida al símbolo, a la
alegoría, a los “dibujos” de la trama (es decir a la verticalización de la
horizontalidad) e incluso a cualquier tipo de moraleja. En cualquier caso, son
textos, o fragmentos de textos, que nos “hacen pensar (también) en otra cosa” al
leer, escrituras que nos separan, más o menos, según el caso, de la
literalidad, que nos despegan momentánea o definitivamente de la letra.
Pero también hay escrituras que,
sin acudir a estos recursos clásicos de la retórica, se desentienden de la temporalidad
de sus textos para no descuidar la intensidad, la compresión de lo que suponen
es sentido, significado, relevancia, profundidad. Así el eje lógico-temporal se
desdibuja, se corre, para atraernos hacia una cierta verticalización de lo
narrado. Es una escritura si se quiere más centrípeta, menos derramada, más
vinculada, más vocacionalmente “esencial”.
Simplificando aún más la cosa.
Digamos que las matrices de lectura-escritura son narratividad versus
metaforismo. O acción versus sentido.
Quiero reiterar mi falta de
pretenciones de rigor en estas líneas. Aspiro solamente a dejar por escrito dos
formas de leer-escribir que considero bastante divisorias de aguas. Los cruces
por supuesto que luego son infinitos. Pero pensar así un texto me ha ayudado
muchas veces a entender por qué algunos textos nos parecen más “densos”, más “apretados”,
o más “rápidos”, más “livianos”. Claro que esto no está planteado en relación a
la calidad. Tener más o menos “capas” de lectura, a priori, no garantiza ni excluye
nada. O nada más que lectores. Porque la contracara de esto es el deseo de
mayor o menos verticalidad del lado del lector.
Y amparado en la anuencia de un amigo sabio dejo dicho. Es la poesía, lo poético, esa tensión hacia la verticalidad. Es la prosa, lo prosaico, esa ansiedad hacia la horizontalidad. Todo esto debe leerse con signos de interrogación.