Pobre del que ha quedado
en un espejo vacío,
pobre de aquel que aunque mira
no ve peces en el río.
Pobre de aquel que oscurece
las luces de su ventana,
pobre de quien ya no puede
ver tantas sillas sin nada.
Pobre de quien alimenta
palomas en el desierto,
pobre de aquel que está vivo
sólo de miedo a estar muerto.
Pobre de quien ha negado
la materia de las cosas,
pobre de quien busca el alma
y no ha tocado las rosas.
Pobre de quien ha esperado
esos pasos tantas veces,
pobre de quien no ha olvidado
el río inmenso y sin peces.
Pobre de quien amanece
sin querer la luz que llega,
pobre de quien anochece
sin querer que la luz vuelva.
Pobre de quien ha perdido
las flores en el camino,
pobre de quien ya no puede
convertir el agua en vino.
Pobre del solo, del triste,
del infeliz, del cansado,
pobre del lazo entreabierto
sobre la nada estirado.
Pobre del mar sin orillas,
del río grande sin costa,
pobre del viento a la tarde
que está golpeando la ropa.
Pobre de aquel sin palabras,
gestos, versos, gritos, canto,
pobre de aquel corazón
en la garganta encerrado.
Pobre de quien no tolera
el peso de lo vivido,
pobre de aquella memoria
sin la gracia del olvido.
Pobre del cielo vacío,
del viejo nido sin ave,
pobre de aquel que no tiene
unos versos que lo salven.
Pobre de aquel que no ama,
de quien no está siendo amado,
pobre de aquel que no espera,
o no está siendo esperado.
Pobre de aquel que no ríe,
pobre de aquel que no canta,
de aquel que esparce la herida
por los rincones del alma.
Pobre del cruel, del mezquino,
del carcelero, el cautivo,
del canalla, del farsante,
del impostor, del altivo.
Pobre de aquel que no cree
volver a ver en su vida,
en una tarde como esta,
arder la llama perdida.