Jorge Luis Borges, 1899, pudo haber sido el bisabuelo de
Fernando Alfón, 1975, sin embargo no lo fue. Fue el padre. Bueno, o el tío,
según la teoría. Pero claro que cuando digo padre o digo tío hago metáfora. Esa
vieja metáfora de las ascendencias.
Góngora, 1561,
pudo haber sido el abuelo de los abuelos de los abuelos de los chicos de la
Generación del 27 en España, sin embargo no lo fue. Fue, otra vez, el padre, o,
para ser más precisos, el tutor.
Porque hay una
diferencia grande entre ambos buceos en el pasado en busca (o al encuentro) del
padre perdido. Y es que la Generación española buscó en Góngora un símbolo, no
mucho más, acaso un permiso. Alfón en Borges buscó un modelo, un manojo de
herramientas, y una manera de hacer.
¿Entonces en
literatura ya no es obligatorio el consabido jueguito de matar al padre para
casarse con algún primo lejano, o consigo mismo? Parece que no. O, al menos, eso
es lo que podríamos derivar de ejemplos como los de los Cuentos, por lo claro, lo unívoco y lo feliz del gesto. Alfón ha apostado a la piedad, o, a lo mejor, a la sana
indiferencia. Menos que a matar, recurrió a su pasado (y el de su biblioteca y
el de las bibliotecas vecinas y el de las bibliotecas del mundo) a recoger un
posible reflejo. O un espejo que lo reflejara. El resultado es admirable: Cuentos que caben en el umbral (2013).
Claro que al
tratarse de un gigante como Borges, uno podría agregar que más que al oscuro
fondo de la historia, Alfón simplemente giró la cabeza, o respiró el aire, o
leyó algún azaroso libro y ahí lo/se reencontró. En esa tesis Jorge Luis sería
menos un bisabuelo de Fernando que un viejo contemporáneo.
Cualquiera sea la
tesis, empero, hay algo que resulta de por sí (y pensando también en algunos
otros ejemplos) incuestionable. Y es que el libro de Alfón, si bien no recurre
a las armas para derrocar antepasados de sombra larga, sí mata por omisión.
Mata una época (o deja sin vida, mejor) acaso ya medio muerta, es cierto, una
manera de prosperar, un rito iniciático, a saber, el de inaugurarse, el de fundarse,
el de la ceremonia inaugural en la que matar era un gesto obligatorio.