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martes, 30 de noviembre de 2021

Elegía XVIII

  

Quién dijo, María, que estás en el pasado,

qué mezquina idea de presente, o de pasado, pudo tener quien dijo, María,

que estás en el pasado,

quién se atrevió a declarar, bárbaramente, que no estás acá, ahora mismo,

en esta casa, conmigo,

en esta tarde de luz, en esta noche,

o al alba,

mientras cambio el agua tibia de recipiente,

mientras riego a destiempo con un vaso de vidrio las plantas,

o ahora que pruebo al fin el chocolate pequeño que me regaló Camila,

esta mañana, ahora mismo,

hace mil años, mañana, siempre,

y se me abre el corazón de ardor y agradecimiento,

de ardor y agradecimiento,

porque he amado y amaré siempre a Camila,

¿cuándo?, ¿ayer?, ¿hace mucho?,

¿en los próximos días?,

¿siempre?,

por eso, quién pudo afirmar, María, pregunto, con qué derecho, bajo qué responsabilidad,

que no estás acá, en esta habitación, ahora,

en este hermoso punto del tiempo,

sin metáforas, acá, ahora, creéme,

mientras escribo esto importante que quiero decirte,

¿hace mucho?, ¿desde siempre?,

¿cada vez que veo el sol salir o no alcanzo a ver esconderse la luna?,

¿después del último verso del último madrigal?,

qué idea chiquita de la vida se animó a sentir quien pensó un presente tan matemático,

tan mensurable, tan físico, tan absurdo,

quién no pudo sentir, María, que estás conmigo ahora y estarás siempre, María,

¿ya lo dije?,

¿es cierto que ya te llamé?,

cada vez que prepare la cena, o me vaya a dormir, o acariciemos a Eva,

silenciosamente, porque duerme,

o vayamos a la escuela a la mañana,

bajo ese olor tan típico que ya conocemos de la mañana,

mientras me quede una gota despierta de sangre en este presente infinito que crece,

desmedidamente,

quién fue, repito, el incapaz de entender, María, ¿es  que es tan difícil?,

que hemos ganado incluso lo muerto,  lo destruido, lo marchito,

lo ardido,

quién dijo que no estarás en el gusto de la fruta, mañana cuando amanezcas,

en el sabor abstracto del agua,

en las formas insensibles del sueño, cada noche,

o en el celofán amarillo brillante, por qué no, también,  María,

del chocolate pequeño que me regaló esta mañana Camila, ay, Camila,

hace tanto,

quizás en otra era geológica de la tierra, o ahora,

mientras todo crece a nuestro alrededor y se expande, insensiblemente, ¿sabías?,

y se nos queda,

quién fue el triste, el pobre, el miserable,  

que no pudo probar todo lo vasto, todo lo amplio, lo pródigo, lo incalculable

en el presente simple del cuerpo y del espíritu,

quién fue el pobre de espíritu, ¿ya te lo dije, María?,

¿cuándo?,

que te lloró perdida, ausente, terminada,

quién tuvo el corazón tan escondido, tan cobarde la alegría, de creerte quieta,

lejos de la corriente, exhausta

o en el tiempo diluida,

quién,

quién, María,

quién no pudo tener consigo, Camila, María, todas las cosas del mundo consigo,

es que nos dan tanta pena, ahora, tanta gracia,

¿no es cierto?,

quién se limitó a sentir un hilo de agua, yéndose, de a poco, decreciendo hacia lo ausente,

lo desierto, lo inexistente,

quién no pudo tenerte ahora, María, como un mar, toda vez que canto,

toda vez que escribo un verso,

una nota para un chico en una hoja,

toda vez que miro los brazos extendidos de una araucaria, y los veo crecer,

un ceibo, y lo veo crecer,

una flor desconocida,

cada vez que vamos al río, María, y hundimos las palas en la corriente oscura del agua,

que apenas se nos resiste y nos envuelve,

cada vez que Milagros, otra vez Milagros, ay, Milagros, María,

me deja una carta escondida entre las hojas de la escuela, como si nada,

 y me dice que me ama, en otras palabras, con su modo más preciso, menos sentimental,

más sabio, de decir,

 ¿cuándo?, ¿un miércoles a la mañana?, ¿un viernes?, ¿antes del almuerzo?,

¿mañana cuando corrija esta elegía?,

 ¿después?,

¿toda la vida?,

no es preciso pensarte, siquiera, María, ni imaginarte, estás acá y en mí

como están las algas en el agua, las gotas, el agua en el agua,

es que sos una parte del río, María, vos ya lo sabés,

¿por qué entonces te lo digo?,

cómo pensar que te he perdido, Camila, Milagros, María,

sólo porque no estás ahora, ahora, en este mínimo instante,

colgando un cuadro, alisando los pliegues en los bordes de una cama,

dormida de costado o leyendo un libro,

mirando a tus hijos crecer, tan de cerca, porque crecen, María,

o sonriendo para siempre contra la luz casi blanca de la ventana,

tan temprano y ya despierta,

a dos metros de distancia de la silla en la que ahora, hace mil años, mañana, cuando vuelva Cristo,

desde siempre, creciente, interminablemente, escribimos.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Madrigal


La luna te quería

Los tilos de la plaza te querían

Los libros de la mesa te querían

El sol a la mañana

 

La casa te quería

El ruido de la lluvia te quería

Los dados de los juegos te querían

La calle silenciosa

 

Las plantas te querían

Los lados de la puerta te querían

Los vidrios transpirados te querían

La gente en los retratos

 

Los lunes te querían

Los sábados de viajes te querían

La ciudad te quería

Las rosas de los vasos

 

La noche te quería

El paso de las horas te quería

Las venas de las hojas te querían

Las cosas que me sobran

viernes, 5 de noviembre de 2021

Elegía XVII (Gloria)

 

Gloria a los pájaros entramados en los árboles de las calles,

gloria al sol, que produce su canto,

gloria al primero de noviembre en que vimos llegar la primera golondrina, este año,

a esta ciudad insólita y preciosa,

gloria a todo lo que vive, a todo lo que existe generosamente,

gloria a todo lo fértil,

a todo lo que sabe, a lo que huele, a lo que fluye, a lo que arde,

gloria a las leyes fundamentales de este mundo,

a lo que lo hace vivir,

gloria a quienes ahora mismo se les están revelando esas leyes y escriben,

o callan pero saben, o adivinan,

gloria al celo de los mamíferos,

gloria a la primavera en la perfección de una avenida celeste en diagonal,

gloria al instinto de los pájaros carpinteros,

de las abejas, de los músicos, de los poetas, de los jardineros,

gloria a lo incesante, a lo intermitente,

a lo gradual, a lo continuo, a lo creciente y a lo inmóvil, a lo inminente,

gloria a la lluvia que limpia la atmósfera,

gloria a la lluvia que lustra las calles,

vivifica las lagunas y el suelo cuadriculado de una plaza y los colores de los automóviles,

gloria a lo insensible que se moja, sin embargo, aunque no siente,

gloria a dios que creó y se fue y nos dejó el mundo con que se hizo famoso, acaso inmortal,

gloria a ese gesto de amor de dios que es el más grande que hemos visto jamás,

gloria al divino desamparo en que hemos quedado, que nos permite gozar como animales,

incluso el dolor, la pena, la soledad, el hastío, el miedo y la agonía,

gloria a febrero que nos quema y a julio que nos hiela, en este sur,

gloria al triángulo de sombra de los cipreses en el parque, a la tarde,

al dibujo irrepetible del cielo, a cada hora,

gloria al mar, que es un ruido y un color y una textura

y unas ganas de entrar en él y de perderse dentro suyo para siempre  como un vientre peligroso,

gloria al río que no cesa,

gloria al cauce que lo lleva y lo persuade y lo impulsa hasta perderse,

gloria a la fragilidad, a la ternura, gloria a la sonrisa de un desconocido, en la calle impersonal,

esta mañana,

a la amabilidad, a la repetición involuntaria de la cortesía, cada día,

gloria a las multitudes que rezan, que sostienen a un dios perdido,

gloria a las multitudes que cantan,

que sostienen, mientras cantan, a un dios rudimentario y eficaz,

gloria a la soledad de Miguel Ángel, que le permitió la generosidad de su arte,

gloria eterna a Chopin, interminable, gloria al mundo que creó y que increíblemente no existía,

alta gloria a la maravilla del sistema tonal, que lo hizo posible, a la madera de los pianos,

gloria al ingenio de la perspectiva, al  punto de fuga, al juego del ajedrez,

que permite que una obra de arte ocurra en cada juego, mientras se juega,

gloria eterna a la forma del soneto

y a las generaciones de hablantes que pulieron los idiomas con que escribimos los sonetos,

infinita gloria a las generaciones de caballos, de gorriones, de benteveos,

gloria a la leyenda prodigiosa que creó en las ciudades la mansedumbre de los horneros,

gloria, gloria a las palabras que nos dejan menos solos,

a las palabras que nos faltan y buscamos, incansablemente,

gloria al silencio animal en el que estuvimos una tarde vos y yo,

es decir todos, y que no escuchamos, pues no importa,

gloria a dios, en todas partes, no sólo en el pan, en el vino y en los peces,

a la divina perfección de la columna vertebral de los felinos

(miro a Eva, en el sillón, mientras se estira),

gloria a la inteligencia de dios (es que no puedo dejar de pensar en dios)

que creó la inteligencia,

gloria a la insensibilidad de las piedras, que acaso no sienten, al canto invisible de las cigarras,

a la tarde,

gloria a dios (es que no puedo dejar de sentir a dios),

repartido entre nosotros, ahora mismo,

entre las cosas, pero todas, todas las cosas,

gloria eterna a la infinita inocencia de Jesús,

que leyó la biblia y creyó ser dios, gloria a quienes con honestidad le creyeron,

gloria a Charles Darwin, que creó una biblia acaso menos creativa pero más inteligente y compleja,

gloria a quienes con honestidad le creyeron,

gloria a las ideas increíbles de Platón y a la refutación nuestra de cada día,

al amanecer, cuando vemos salir el sol,

y no creemos en otra cosa que en la realidad de este mundo,

al que decidimos adorar, otra vez, como un milagro,

gloria al milagro cotidiano que se nos ofrece sin saber, sin reclamar, con prodigalidad,

gloria al placer, al dolor, a la alegría,

y a la noche, por qué no, también, a la noche,

alta gloria,

infinita gloria a ese tiempo que tenemos de gozar y de perder que llamamos nuestra vida.

 

 

viernes, 22 de octubre de 2021

Elegía de octubre (XVI)

 

Si, como dijo esta mañana la mujer de la lavandería,

octubre es el mes más precioso del año,

si sus argumentos fueron ciertos,

quiero decir,

la luz brillante del aire,

o el mismo celeste inocente del cielo,

el algodón de los álamos,

por las calles de la plaza,

la flor del paraíso,

el rosa de los lapachos,

el recuerdo reciente o aún la realidad,

en ciertos muros,

de la flor abierta del jazmín,

cayendo hacia la calle,

o en las veredas la flor blanca de las acacias,

cayendo en racimos,

la posibilidad nueva de imaginar, entonces,

recién ahora, dijo,

el verano,

las flores blancas

o rosas de los palos borrachos,

en diciembre,

la avenida celeste de los jacarandá,

tan homogénea,

tan íntegra,

tan tersa,

el olor dulce de los tilos,

la calidez de las casas por dentro,

detrás del vidrio,

el blanco intenso de los edificios por fuera,

el sol desnudo,

la libertad de abreviar la distancia

de una vez por todas,

hasta hoy inagotable,

entre la piel del cuerpo y el aire,

el calor directo del sol,

si recién octubre es el mes en que poder imaginar,

entonces,

nuestros brazos en el agua, dijo,

en el frío del agua,

el tiempo largo del ocio,

el tiempo blando del ocio,

el tiempo extendido,

como disuelto,

del ocio,

si octubre es el mes más precioso del año,

como dijo esta mañana la mujer de la lavandería,

porque octubre es el mes en que recuperamos

lo perdido en marzo, quizás,

o en abril,

o a principios de mayo,

la luz que no se mezquina,

la luz generosa que no se gradúa

para darse,

si octubre es el comienzo de la luz interminable,

de la mañana cálida,

la tarde cegadora,

de la luz que intensifica hasta la sombra que produce,

si octubre,

como dijo esta mañana una mujer,

como al pasar de tan segura,

es el comienzo renovado de lo que habíamos deseado tanto,

y olvidado,

todo el año,

entonces esa mujer,

esta mañana,

ahora,

ha dado otra profundidad a nuestra vida,

otra gracia,

otra razón para la felicidad que quizás ni siquiera precisábamos,

pensamos,

es cierto,

y sin embargo agradecemos,

qué lástima, pensamos primero,

pero no lo sentimos,

qué dicha, pensamos después,

nos corregimos,

que ya no haya dios para agradecerle toda la gracia,

toda la belleza,

toda la prodigalidad,

el derroche de lo vivo con que gozaba Schopenhauer,

las hojas verdes de los plátanos,

los nidos prolijos de las palomas,

el olor de la mañana,

la sombra de las aves en el pasto,

la inestabilidad de las mariposas,

al volar,

qué suerte, pensamos también,

ahora pensamos qué suerte,

que nos tengamos el uno al otro,

que cada uno pueda ser un poco el dios de cada otro,

una mañana como esta,

en un lugar indistinto,

que octubre sea el comienzo,

por qué no,

que todo esté de nuevo por venir,

en ese círculo pequeño,

tan pequeño que es la vida,

ahora lo entendemos,

qué felicidad,

qué gran felicidad que entre nosotros nos recemos.

martes, 21 de septiembre de 2021

Elegía XV

 

Mirar un pájaro,

línea por línea,

pluma por pluma,

detenidamente,

después,

mirar una hoja,

la curva de sus bordes,

su textura, su forma,

la trama de sus arterias,

imaginar la savia,

luego,

que corre por dentro,

silenciosamente,

sentir

en esas cosas que dios no tiene prisa,

quizás tampoco motivo,

razón,

para seguir creándonos,

incansablemente,

y aún así,

misteriosamente nos crea,

cada día,

nos da sus leyes,

sus formas,

sentir también

que las palabras son como manos,

entonces,

tan sólo manos,

señalando las cosas,

que la sustancia está en los ojos,

en el tacto,

en lo invisible,

en lo cálido de nuestra circulación

silenciosa,

en lo involuntario,

en lo incorregible de nuestro diario jadeo,

incluso en el tiempo,

que nadie ve pero ocurre,

mirar un pájaro,

decía,

línea por línea,

pluma por pluma,

demoradamente,

una larga mañana de domingo,

y pensar,

después,

que si dios viviera,

si dios estuviera acá

con nosotros,

en esta larga mañana de domingo,

que nunca pasa,

estaría orgulloso de sus hojas,

de sus mañanas,

de sus pájaros.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Elegía XIV

 

Y ahora nos parece más hermoso,

más elegante, más complejo,

más civilizado,

el pensamiento de Darwin,

sus ideas simples y extensas,

que aquella imaginación algo torpe,

algo primitiva,

ingenua o desprovista de magia,

o gracia,

de un dios creador,

de un dios que prefiere la rapidez de la creación

completa , definitiva, rígida,

como con prisa,

como si de un dios ansioso se tratara,

a la transformación gradual,

múltiple y lenta,

minuciosa y lenta

y material  de todo lo existente,

ahora nos parece más hermosa la voluntad

de un increíble primer pez,

digamos,

buscando sobrevivir,

llevando lejos su forma,

corriéndola sin apartarse

de sí,

su manera de desplazarse bajo el agua,

la fortaleza de sus órganos,

la resistencia de la vida dentro del agua,

su fuerza, su velocidad para el combate,

para la reacción,

su color incluso,

la sagacidad de sus ojos para afirmar

su predilección por la vida,

por seguir estando acá,

de este lado de las cosas,

el único acaso,

hoy nos parecen hermosos,

más precisos,

quizás porque preferimos los mecanismos,

los sistemas,

las ramificaciones,

la inteligencia de todo,

nos parecen más preciosos los millones de años,

los cientos,

los miles de millones de años

que demoró dios en crear a Adán y a Eva,

minuciosamente,

el roble y el ciprés,

el canto del zorzal a la mañana,

el juego del ajedrez,

la palabra nostalgia,  primavera,

nocturno, quietud,

la plaza un domingo a la tarde,

la música de Vivaldi,

un hombre esperando el tren,

a vos yéndote una mañana,

para siempre,

en crear al mismo Charles Darwin,

también,

que celebró esa demora,

esa complejidad,

esa perfección azarosa,

la vida incesante,

la eficacia de sus leyes duraderas,

la variedad de la vida creciendo de a poco,

de isla en isla,

de jardín en jardín,

de árbol en árbol,

de pájaro en pájaro,

mecánicamente,

invisible de tan gradual,

hacia nada,

hacia esa magia,

ese vértigo

que ahora mismo sucede,

mientras alguien traza con dedicación la superficie blanca

y otro,

del otro lado, ojalá,

recoge los signos dibujados,

ya fuera del agua,

con el mismo miedo involuntario a la muerte,

con las mismas ganas de llevar lejos su forma,

invisiblemente,

para vivir,

bajo las mismas leyes de dios.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Elegía XII

 

Saber que podemos prescindir de todo,

o de casi todo,

esa conciencia,

nos otorga una serenidad,

una suerte de paz,

una quietud,

a la vez que un gran fondo inaudible, creo,

de tristeza,

de comprensión,

que ninguna otra cosa nos podría enseñar,

saber que el agua en la que nadamos,

ayer,

las piezas del ajedrez con las que jugamos,

el tablero,

los padres que tenemos,

los amigos que queremos,

la mujer con la que estamos,

podrían faltar,

alguna vez,

y todo seguiría,

y de algún modo nada faltaría,

quizás porque ya sentimos que nada del todo poseemos,

que nada realmente nos hace falta,

también,

nos entrega,

nos arroja a la vida con una crudeza,

con una desprotección,

con una desnudez

que nos vuelve inmunes, increíblemente,

a casi todo,

la mujer que nos dice que se va,

la hermosa gata blanca y gris que cruzó el tapial,

el amigo que viaja,

la cuerda rota de la guitarra,

la luz que se corta,

la lluvia que interrumpe,

la lesión que nos derrota,

todo eso que nos separa del encuentro,

ha ocurrido tantas veces ya,

hemos sobrevivido tantas veces,

que sabemos, creemos saber ya,

que todo es innecesario,

profunda y dolorosamente innecesario,

incluso lo más querido,

las piedras que tirábamos al cielo de chicos,

los libros que leímos,

el polvo de la mesa de luz que soplamos,

el cono de luz de la lámpara,

los pájaros que conocimos,

sabemos, digo, profundamente sabemos

que la vida no lo requiere del todo,

entonces algo se corta para siempre,

después,

después de ese sentimiento,

después de esa conciencia irreversible,

de esa revelación,

algo se corta para siempre,

no sabemos del todo si es sabiduría o incapacidad,

esa renuncia,

sabemos que es eso lo que ocurre piel adentro,

allá donde no ingresan las ideas,

las palabras,

los buenos pensamientos,

los consejos,

en ese fondo tan humano en donde estamos solos,

tan solos,

en donde todo lo necesitamos, tal vez,

y podemos prescindir también de casi todo.


lunes, 16 de agosto de 2021

La trama del vestido

 

Alguna vez te detuviste a mirar las cosas desnudas,

las cosas a solas,

vos y ellas,

un árbol, una botella, una palabra,

una enredadera,

el movimiento del sol,

a la tarde,

las olas,

te animaste alguna vez a ver las cosas de siempre

en su desnudez,

en su insignificancia,

en su solidez,

cómo están hechas las bibliotecas,

los libros,

la trama de las trenzas,

del vestido,

las canciones de Charly,

el sistema tonal,

las reglas del ajedrez,

la historia de los idiomas,

la palabra inocencia,

pensaste alguna vez en quitarles provisoriamente

las palabras a las cosas,

las ideas a las cosas,

las ilusiones,

las pasiones a las cosas,

viste de cerca alguna vez cómo está construido el mundo

en alguno de sus rincones,

cómo una mano se frota contra otra mano

bajo el frío del agua,

cómo cubrimos de pieles los pies,

a la mañana,

cómo apoyamos la cabeza en lo blando,

al final,

tu cuerpo increíblemente horizontal,

antes de dormir,

y después, después dormir,

sentiste alguna vez la maravilla de todo lo inventado,

la belleza, no el sentido,

la cultura humana,

el martillo,

los lápices de colores,

el fuelle del acordeón,

los molinos,

los martillos del piano,

la música de Chopin,

viste alguna vez de cerca esas cosas,

te viste desnudo alguna vez,

vos,

sin tu nombre, sin los adjetivos de tu nombre,

sin los verbos,

los adverbios de tu nombre,

te has visto crecer

alguna vez,

miraste alguna vez el mundo desde afuera,

hoy, por ejemplo,

o de veras de adentro,

te detuviste alguna vez ante lo visto a desnudarlo,

le devolviste a las cosas la materialidad

de las cosas,

su irreductibilidad,

su aspereza,

su belleza,

su idiotez,

su anterioridad,

el macizo sinsentido de las cosas,

sentiste alguna vez la tierra en la mano,

sentiste entonces hasta el vértigo,

hasta la emoción,

la masa desintegrada y oscura que te ensucia la mano,

despertaste,

abriste los ojos,

leíste un poema alguna vez por primera vez,

ahora por ejemplo,

te pregunto,

te lo pregunto,

esto es una pregunta.

domingo, 8 de agosto de 2021

La tristeza de las lesiones

 

Hemos hablado poco de la tristeza de las lesiones,

creo yo,

muy poco,

quizás, se me ocurre,

porque es un sitio irremediable de realidad,

de lo terco,

de lo macizo,

de lo inapelable de la realidad,

las fibras de un músculo que se gastan,

se deshacen, se despegan, se quiebran,

se parten,

deshacen la trama,

y nosotros,

que somos esa trama del cuerpo, ese tejido,

pero también,

quizás más aún,

un espíritu, un deseo, una voluntad

queriendo seguir,

que no acepta,

sentimos que es allí,

entonces,

en esa herida del músculo,

en ese desprendimiento del hilo de un tendón,

en esa opresión del nervio,

en esa grieta en el hueso,

en esa articulación,

donde se juega lo que podemos hacer,

lo que al fin somos,

más allá de lo que queríamos,

de lo que buscábamos,

de lo que deseábamos o proyectábamos,

para nosotros,

lo que queríamos ser,

la vida que queríamos llevar,

ese espacio interior, oscuro,

difícil de imaginar,

invisible para el resto,

se constituye entonces,

subrepticiamente,

en el lapso de una milésima de segundo,

apenas,

en un campo de batalla,

el sitio en el que una idea, un sueño

es derrotado

por las cosas que deciden lo real,

la clausura,

la contraparte de lo vivo,

lo vital,

lo deseante,

la lesión,

la trama de fibras que se ha desgarrado,

lo sabemos,

no podemos dejar de saberlo,

sentimos la herida,

la verdad de la carne que nos revela

lo pequeño,

lo ínfimo,

lo escaso,

lo mortal,

y de pronto la mirada anhelante hacia adelante,

hacia arriba,

se concentra

en lo que nadie ve y nos limita,

en lo que nadie sabe y nos humilla

desde adentro,

desde nosotros mismos,

ya no hay nadie más allá afuera,

o casi nadie,

nos duele entonces el dolor, claro,

pero más nos duele lo que trasciende ese dolor,

el símbolo,

el cuerpo nuestro que nos niega,

nada más humano,

nada menos divino que una lesión,

ese momento que es eterno aunque casi no dura,

alguien tomó la decisión

por nosotros,

ya no podremos seguir,

la rodilla en la mano,

arriba el sol, afuera los otros,

que ya casi no existen,

que se apagan,

el gesto de dolor físico

y el otro,

allí estamos,

nosotros,

tan solos,

atravesados de lado a lado por nuestra parte de carne,

de hueso y fibra,

de líquido, grasa, articulaciones y sangre

que somos,

allí estamos,

horribles,

en el lugar en el que estuvo alguna vez un actor trágico

frente a un público,

hablando de la vida,

pero sin teatro,

pero sin gente,

pero sin actores,

en el medio intrascendente de la vida misma,

nunca habíamos sido tan humanos,

entendemos vagamente,

tan reales, tan irremediables,

nunca habíamos estado tan solos.

domingo, 25 de julio de 2021

Qué te parece, amiga

 

Qué te parece, amiga, si salimos a caminar,

qué te parece si salimos a recorrer

las líneas paralelas,

profundas

que ahora vemos a través del cuadrado limpio

de esta ventana,

qué te parece si participamos

del invierno en curso,

si nos volvemos como un árbol

parte del paisaje

de otros que desde alguna ventana luego nos miran,

qué te parece si salimos a mirar, en cambio,

los eucaliptus de cerca,

los palos borrachos de cerca,

los fresnos de cerca,

qué te parece si alzamos del suelo

los frutos que se caen,

las ramas que se quiebran,

las hojas dispersas,

qué te parece, amiga,

si bajamos la escalera,

si doblamos la esquina,

si llegamos al parque,

levantamos la vista,

ampliamente,

y nos ponemos a caminar,

es tan sencillo el invierno,

tan tenso, si hace frío,

tan elemental,

qué te parece si cambiamos la simetría

de quien observa de lejos

por la incomprensión

de ver de cerca las cosas,

de estar a tientas junto a ellas,

qué te parece, amiga, querida amiga,

si llevamos estos cuerpos

a participar de lo vivo, de lo macizo,

de lo hueco, de lo ajado,

de lo duro, lo cortante, lo durmiente,

de lo informe,

de lo hermoso y de lo feo,

de lo anónimo,

lo irreductible,

qué te parece, amiga, si al poema lo escribimos luego,

al regreso,

si nos damos un rato para estar entre las cosas,

allá afuera,

con frío, con imperfección,

incluso con indiferencia,

qué te parece si dejamos las palabras

en el departamento,

con los otros libros,

con la música que nos gusta,

con Piazzolla y con Chopin,

y nos dejamos ir bajo el cielo,

con esterilidad, sin deseo,

qué te parece si salimos a caminar,

sencillamente,

a ser eso que son otros ahora,

eso que miramos,

eso que vive con simpleza

lo que miramos nosotros con fervor,

qué te parece si caminamos contra el sol,

ahora,

la tarde está bajando,

en un rato todos seremos hojas dispersas

y tenues,

o apagadas,

caminando por la avenida,

cuerpos ajenos en la diagonal,

cosas que se mueven entre cuerpos,

abandonados de todo,

carentes de sentido,

pues no necesitamos,

desde una ventana alguien verá, entonces,

un dibujo,

trazos en las calles,

la simetría de quien mira de lo alto,

como un cuadro,

que intentará dejar,

con un fondo de ironía, ya lo sé,

eso que sabe,

delicadamente en las palabras.

viernes, 16 de julio de 2021

Elegía de invierno

  

Hoy es diez de Julio,

es de mañana,

estamos en la ciudad de La Plata

y es invierno.

No deberíamos perder la oportunidad,

pienso, mientras camino por el parque

y el frío me tensa los hombros, el cuello,

las manos,

de ver los árboles por dentro,

de entender al menos de una manera visual,

profunda, casi instintiva,

cómo están hechos los árboles,

sus troncos macizos, sus ramas,

sus curvaturas, sus rectas,

sus líneas ascendentes, verticales,

o descendentes, oblicuas,

sus cruces, sus encuentros,

sus figuras imperfectas,

las ramas que siguen,

las que se quedan,

es decir, su estructura, su mecanismo,

su complejidad,

luego vendrá la primavera,

allá por septiembre,

volverán las hojas,

aunque sabemos que las hojas no vuelven,

sólo nacen otras nuevas,

las viejas se mueren y desaparecen,

pero nos gusta pensar con esas ideas a veces,

que son las mismas y que entonces vuelven,

llegará la primavera, decía,

allá por septiembre,

con su calor, su tibieza,

con sus hojas, sus flores,

y entonces,

sólo veremos de los árboles eso que los recubre,

eso bello que los informa,

los presenta,

eso que les otorga su esfericidad, sus triángulos,

sus conos, su densidad,

sus sombras,

eso que también son ellos, claro, todas esas hojas,

pero en su terminación,

en su ofrecimiento,

en su espectáculo,

ahora, en cambio, en este invierno,

esta mañana, por ejemplo,

en este parque,

con este frío,

si uno camina incluso por las calles y mira los árboles,

entonces ve la madera que las hojas luego nos ocultan,

más blanca si es un álamo,

oscura si es un fresno,

rugosa,

o lisa y sin relieves,

es decir, uno ve también su textura,

ahora,

eso anterior,

su manera descansada,

despojada y distendida de estar,

nunca había pensado, hasta hoy,

en la maravilla de esos mecanismos,

de esos sistemas de varas,

de esa trama de madera entretejida que es un árbol,

el encanto de sus grosores diferentes,

su sensibilidad al viento,

sus estabilidades relativas,

su necesidad,

su extensión,

aconsejo, si me permiten,

mirar esas cosas en días distintos,

porque lo que uno ve, además de la estructura,

además de lo inextricable o sencillo de esas líneas,  

es el cielo contra el que se mira,

cielos blancos,

cielos celestes,

cielos oscuros,

cielos lisos,

cielos brillantes,

cielos brumosos,

cielos anodinos,

aconsejo, si se me permite, también,

ir solo,

ir callado,

preferiblemente,

todo

o casi todo se pierde si uno deja las cosas en las palabras.

lunes, 5 de julio de 2021

El celo

  

Si Eva, un día, entra en celo,

si llega el celo, quiero decir,

como ahora,

por ejemplo, esta mañana,

entonces,

Eva dice la verdad,

su maullido, ese día,

como ahora,

fisiológicamente se hace hondo,

se ahueca y se rellena, retumba,

se completa,

eso es contradictorio, lo sé,

pero sólo en apariencia,

pues sucede,

se ahueca y se ahonda, se llena,

ya no sale lo que dice,

lo que quiere decir, digo, por la garganta,

lo que pide, lo que demanda,

lo que exige,

lo que sabe de algún modo

que le corresponde y no tiene,

lo que ni siquiera conoce,

porque es más grande que ella, eso,

y es anterior,

lo que enuncia,

no le sale por la garganta,

cuando Eva entra en celo, repito,

uno escucha,

uno sabe

que la que está hablando, ahora, ya es la especie,

Eva gana en fuerza, como individuo,

pero se desdibuja,

en el mismo momento,

se diluye en lo que la excede y la prolonga,

su especie,

se reintegra, mejor,

ya no es ella la expresada por el grito,

solamente,

son los cientos de miles de millones

de felinos que han maullado,

antes que ella,

y después,

es decir, alguna vez,

y es cada una,

también,

porque lo que dice no le viene ya de la garganta,

decía,

y es audible,

sólo hay que saber escuchar,

y es un grito, puede ser, lo consiento,

apenas tolerable, de tan cierto,

puede ser,

pues es grito solidario, aunque no quiera,

con todo lo demás,

y sin embargo, por supuesto,

es un grito solitario, también,

claro,

Eva está sola,

no creo que lo sepa, pero está sola,

se pasea por la casa,

en círculos involuntarios,

o en desorden,

se agiganta,

y yo, diminuto,

sólo puedo escuchar su maullido,

sentirme, mientras dura, parte de algo más antiguo,

más verdadero y más profundo,

más vasto en todo caso,

que ella y que yo,

y esperar que se le pase,

que cese,

que se calme,

que todo el peso de los siglos que la habitan

se vaya de su panza,

de su voz,

de sus entrañas,

para recuperar la serenidad de la casa,

otra vez,

que vuelva a mirar sin causa frente a la ventana,

silenciosamente,

a jugar con el ovillo de papel,

ingenua y astuta,

como siempre,

a pedir comida cada tanto,

arañando sin codicia la alacena,

a dejar que el sol le metalice lo blanco,

en este invierno,

le ilumine lo gris,

y le cierre los ojos,

de a poco,

por fin,

y que duerma.

jueves, 3 de junio de 2021

Los milagros II

 

Ingresa en el aire,

prendida del aire asciende,

recorta la parte del cielo que lleva su forma,

y luego,

persiste en el aire,

sin pausa,

aumenta la fuerza pequeña que da su caída,

después,

desciende,

y cae inaudible,

o apenas audible,

ingresa en el agua,

y entonces,

el agua la borra,

tan líquidamente,

el agua se bebe la piedra y comienza su danza,

un círculo así tan perfecto,

se aleja del centro

del sitio preciso en donde ha caído la piedra,

y sin deshacerse,

relieves del agua los círculos crecen,

se alejan, se extienden,

y nacen de nuevo,

y son como anillos,

como aros del agua,

van unos tras otros,

más rápidamente,

se agrandan y suman,

suceden,

tan naturalmente,

y la perfección de las formas más amplias

entonces se borran,

de a poco,

tan fluidamente,

así se deshacen,

y luego del todo ya desaparecen,

pues una tras otra las formas se apagan,

el agua ya quieta recobra su gesto,

su inmovilidad,

ya todo se apaga y acaso ya nada ha quedado,

excepto una forma,

lo terso de todo,

el agua insensible,

ahora,

sólo hay una piedra en el fondo del agua.