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jueves, 22 de enero de 2015

La lectura. Un círculo de escritores


                                                                          a Córdoba, a los libros que leí

Tengo ganas de decir: “toda literatura tiende a la endogamia”, o, también, “la lectura, a medida que se profesionaliza, se ensimisma”, o, “la literatura es un sistema narcisista, que se lee a sí mismo”, o, “cuanto más se academiza el acto de leer, más profundo y duro deviene su centro”. Tengo ganas de decir todo esto y en realidad es una sola cosa la que quiero decir, algunos de cuyos matices, espero, quizá converjan en dichas diversas formas. Voy al centro.
El lector es el sujeto que lee, claro, pero quien juzga, o fuerza a juzgar, no es el lector sino otro escritor, un libro pasado, un imaginario arraigado, un escritor estelar (que deja su estela).
Y es a eso a lo que buscan referirse las definiciones tajantes de apertura. Es a ese sistema que tiende a cerrarse sobre sí mismo pues los jueces, y las leyes que de ellos mismos emanan, pertenecen al pasado, con lo cual el dibujo tendería al círculo. Pongamos por caso. X es un escritor célebre. El lector (L) lee a Y, escritor novel. ¿Cuáles serán los parámetros, conscientes o inconscientes, de L para juzgar al flamante Y? Es acá donde se impone la legislación de X. Es decir, la literatura de X, es decir, lo que el lector proyecta como la gramática de X. Entonces: L lee a Y, pero es X quien lo juzga, quien lo precia, quien lo evalúa, quien lo decide. Es en cierto sentido entonces X quien lee a Y. El Escritor Sembrado quien recoge, con gusto o disgustado, los frutos brotados de Y. Pero entonces... ¿y L? Es decir, en este esquema tan sencillo, tan delineador, ¿dónde queda el lector?
Por supuesto que esta simplificación es un énfasis que procura captar los ejes de un sistema; no su complejidad. En realidad, el X de L (lo que X significa para L) entrará en tensión, más o menos violenta, con el L de Y. Cada L tendrá su X, por un lado, pero por otro, además, cada L tendrá la potestad (¿tendrá la potestad?) de graduar los filtros, de dosificar los diques que separan, a priori, a X de Y.
Pero me interesa menos la complejidad, confieso, que la lógica bruta del sistema. El mecanismo es centrípeto. Tiene vocación de círculo. Lo digo bestialmente. Cuando L leyó a Cortázar fue Borges quien lo leyó. Cuando leyó a Borges fue Lugones quien lo hizo. Cuando a Lugones fue Darío.
Son las viejas lecturas las que se ciñen sobre las nuevas. Son los viejos libros de la biblioteca quienes reciben, mal o bien, a los que ingresan. La fuerza que gravita (la sombra que se inclina) sobre cada nueva línea que nace, es la fuerza que gravita (la sombra que se inclina) desde cada vieja línea que cae. Si cae. Porque será necesario un díscolo para entreabrir el círculo. O dos. Porque hará falta un Y que diverja francamente de X, pero también un L de X que se permita disentir con ese Superequis que juzga, para leer con anuencia las ríspidas novedades de Y.

martes, 13 de enero de 2015

vidala para mis sombras


la amotinada sombra se desgaja
se descubre desgreñada en las huestes de otras sombras

la disociada sombra se diluye
cabalga en ancas de mil caballos en sombras

la amanerada, esmerilada sombra sustituye
desemplea la antigua carne que antiguamente fue su sombra

la desterrada sombra se agiganta
a fuerza de ser pequeña se brota toda a toda sombra

la íntima, la cerrada sombra se arrincona
carece de ira o de esperanza para ir a dar luz sobre las malas sombras

la pobre sombra se desgrana
se cae sobre las hojas
se cae sobre las hojas

miércoles, 7 de enero de 2015

Los desaparecidos


¿Era casuarina, cedro, pino, acacia, aguaribay,
paraíso, eucalipto, olmo, fresno, álamo,
sauce llorón, ceibo, plátano, tilo, roble, planta frutal?

Sobre la sombra anónima las sombras, provisoriamente,
prescindieron, sin pérdida, de identidad.

sábado, 3 de enero de 2015

Cuento que podría haber escrito (otro) y perdido hacia mil novecientos y tantos


Un capitán salado como el agua que hunde, ama o desprecia, persigue con premeditada pasión un monstruo blanco para vengar una reiterada pierna, una ausencia, allá en los mares hondos y fríos del mundo. Su inquina lo envilece o lo endiosa, lo heroísa; en todo caso, lo enfierece o lo animala. Un coraje inquebrantable le crece adentro mientras busca.

Allá en el sur de la provincia de Buenos Aires, un paisano baqueano y cuchillero a quien no han dejado de llamar Palancho, se encapricha la vida con una chancha jabalí a la que presume más grande que otras. Una huella desaforada al costado de una aguada le ha costado esa pena. Su familia ya no lo llama al mediodía para almorzar. El cuerpo se le adelgaza y le crece barba en casi toda la cara. Está sucio. La bestia, de quien sólo tiene el recuerdo brutal de una huella húmeda al costado del agua, le ha borrado los hábitos de la amistad y la gente. Una bestia le crece adentro, día a día, si, como espera, espera.

En un camino transitado y cordial de un campo nuevo de la llanura argentina un hombre de ciudad camina solo y una sombra le rodea lentamente la sombra. Un pájaro marrón y plano al que llaman chimango grita y le acerca una mueca de enemistad. No llega a rozarlo pero lo increpa. El hombre no tiene coraje pero un puño se le ha cerrado y de los dedos sobresale la ingenuidad de una piedra. Se enterará luego que le ha gritado sin pausa a un pájaro apenas rapaz y carroñero. Recién luego sabrá que lo ha buscado como pocas veces ha buscado. Un par de garras afiladas y curvas, piensa, le han crecido adentro, en esa breve pero íntima trasfiguración.

Piensa luego el hombre que al volver trazará un dibujo sencillo que prefigure la verdad.