La pedagogía Zen dice que la sabiduría y la ignorancia se hayan muy próximas. La fase inicial o grado cero del conocimiento y la fase última o grado superior coinciden en algo. La fluidez.
Me ha pasado en mis talleres de escritura que un alumno arranca el ciclo escribiendo de manera muy fluida y muchas veces muy bien y que luego de unas clases, en donde tratamos de ver cómo está construido su texto o cómo funciona, de ver otras formas posibles, de sumar conceptos, maneras, en fin, el alumno va perdiendo espontaneidad y frescura. He tenido mis momentos de sana angustia al parecer comprobar que el taller estaba produciendo lo contrario de lo que se proponía, es decir, retrocesos en lugar de avances. Pero por suerte había dos cosas: una convicción y la posibilidad de conversarlo con él.
La convicción es la de que en la gran mayoría de los casos es altamente fecunda, si el camino a seguir por el alumno busca ser largo y paciente, la concientización de los mecanismos que se juegan muchas veces involuntariamente al momento de crear una obra. De esa manera, sigo creyendo, se pueden pensar nuevas posibilidades, afianzarse en la propia, abrir un horizonte más amplio en el cual no esté ausente la posibilidad de elección, discutir sobre los modos en que se crea, etc., para seguir, cambiar o simplemente abonar el suelo en donde se trabaja.
Pero este proceso tiene la desventaja de pasar por un momento que a primera vista parece fallido y frustrante. Al conocer más, al saber medianamente aquello que se está haciendo, el discurso se vuelve más trabado e híbrido, se pierde la intuitividad del comienzo, se cae en un exceso de conciencia y autocontrol que, creo yo, no es compatible con el acto creativo.
Pero el tema está en cómo lo pensamos. Si pensamos que lo que estamos haciendo es crear, sin más, con la ya dudosa ayuda de un maestro, entonces la respuesta lógica y comprensible es la huida rápida. Si, en cambio, se comprende que este es un proceso de aprendizaje en el que, eventualmente, puede haber trabajo de pura creación, entonces no habrá frustración, habrá aprendizaje.
El camino es más largo pero más fértil, a mi entender. A medida que se van adquiriendo otros saberes, otras técnicas, otros recursos, otras herramientas, la mochila se hace pesada y compleja. Pero luego de la pericia tiene que venir la destreza. Cuando estos nuevos elementos se ponen en juego durante un tiempo, los nuevos mecanismos se aceitan y el camino ahora es más amplio y menos forzado. La pericia es diestra.
Por supuesto, al momento de crear, la pericia debe someterse a la destreza. El autocontrol debe secundar al impulso creativo, a la confianza en lo aprehendido. Lo que fue mero saber ahora es parte constitutiva del sujeto creador, lo que fue externo es ahora interioridad. No sabremos, por lo general, que lo que estamos buscando es el complemento directo de un verbo, o un calificativo que modifique a un sujeto desde el predicado, o por lo menos no será conciente o importante. Porque ese saber ya está interiorizado y lo que hacemos “intuitivamente”, o no lo es del todo, o, mejor, es una intuición entrenada, como a mí me gusta pensarlo.
Esta instancia de crear desatendiendo lo aprendido suele ser, al comienzo, casi un trabajo de liberación, pues uno lucha por momentos por emanciparse de los conceptos y preceptos para dejarse llevar por algún tipo de pulsión o inspiración que suelen marcar los derroteros de una obra.
En una instancia posterior puede que queramos saber (o no) lo que hemos hecho, pero ya no importará, al menos a los fines de la calidad de lo creado.
Entonces, como dicen los maestros Zen, la “sabiduría” del final se parecerá a la “ignorancia” inicial. El maestro y el no iniciado se parecerán en la espontaneidad, en la intuitividad, en la fluidez de sus movimientos y de sus actos. Pero con una diferencia cualitativa. Que el aprendiz, apenas es eso, el maestro es eso y una huella larga detrás. Para el aprendiz es un camino de partida. Para el maestro, uno de llegada.