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jueves, 25 de julio de 2013

Lo esencial

todo lo que no soy
todo lo no hago
todo lo que me llama
y me evado
todo lo que me lame y me limpio
lo que no tengo
lo que me traga y me escondo
todo lo que me desviste
y me tapo
todo lo que no puedo
lo que me haría pobre 
y sano
todo lo que a gatas busco y denodado

porque uno nunca sabe, al caer, para dónde saldrá la pastilla

martes, 23 de julio de 2013

Saudade

seguro de que vendría la pena
dije
más tarde o más temprano
canté
el miedo no está en el futuro
dijo
es el pasado que viene adelante
cantó
es el fantasma impreciso que desde el cuerpo se asombra

jueves, 18 de julio de 2013

Infierno III

Como castigo,
le dijo Dios al niño,
leerás un libro por cada pájaro que has muerto.
Pero ese no será el castigo, claro,
dijo Dios ante el asombro del niño.
Tu Infierno no serán los libros.
Tu Infierno serán los pájaros.
Los pájaros que seguirás buscando sin encontrar eternamente en los libros.

sábado, 13 de julio de 2013

El resto

la parte buena de la hoja
la parte rubia de la infancia
la parte verde de la tierra

el lado alto de la abeja
el lado ancho de la siembra
el lado furioso de la carrera

el costado lúcido de la polvareda
el costado translúcido del encuentro
el costado ansioso de la enredadera

el rincón sedoso de los álamos
el rincón húmedo de las lagunas
el rincón bárbaro de las alamedas

el sitio indistinto de los cardales
el sitio sudoroso de la primavera
el sitio entregado de la siesta

la semilla más alta
la copa más íntima
el cielo más imparcial

el terror más infinito
la fiebre más insondable
el ardor más insocial

las luces más incesantes
los truenos más invisibles

la gloria más ancha
el pozo más hondo
el pájaro más tibio
y solo
la única lluvia que un día valió la pena

y todo el resto es literatura.

jueves, 11 de julio de 2013

Autobiografía de otro

Llegó sin acento.
Trajo al mundo una contradicción cuya no resolución gustaba llamar Obra.
Se fue del campo a la ciudad.
Y viceversa.
Murió sin énfasis.
En el otoño lo taparon hojas nuevas.

viernes, 5 de julio de 2013

El reflejo de Verlaine

Et son reflet dans l`eau survit à son passage.
Paul Verlaine

quedarse
quedarse
no estar aún pero quedarse
no haber estado quizá pero quedarse
no haber sobrevolado el agua acaso nunca pero quedarse
después de sí quedarse
de la nada tal vez de sí pero quedarse
un reflejo, una mueca, una soplada,
quedarse
no sé qué pero quedarse
sin haber entrado alguna vez, tal vez, pero quedarse
sin haber llegado aún pero quedarse
sin haber crecido o verdecido
sin haber nacido una vez pero quedarse
que nos busquen en el agua entonces
pájaros
allí nadamos
allí nos quedamos
sin haber volado incluso

sobre la nada diáfana de nuestro reflejo  

miércoles, 3 de julio de 2013

Centauro

humano si apenas
o apenas
caballo
me indago en el cuerpo
las huellas que dejo
y no es cierto
ni apenas
no he venido a este mar para ser pez
y no es cierto
ni apenas
no he venido a este campo
para tierra, para barro, pasto, agua
o la arena
apenas en mi sombra montado he venido a ser la bestia del hombre
apenas
venida eso sí
con el cuerpo sedoso y ancho
cierto, febril
ansioso
espumado al borde del hocico blanco
hermoso
de nada dueño
sueño
muerdo los dientes blancos
me estiro
del otro lado del alambrado

martes, 2 de julio de 2013

La flaca mueca de cantar

Orfeo cantó siempre. Eso nos cuenta el caudaloso follaje de las ficciones griegas. Orfeo cantó siempre, eso sí, me pregunto qué. Me pregunto qué solamente porque sé, o me imagino, de lo que cantó después. Porque, como para todos, para Orfeo también hubo un después.
     Orfeo cantó siempre. No por nada fue hijo Apolo e hijo de Musa. Diríamos, pues, que no pudo sino cantar. Es decir, nunca cayó en largas digresiones anodinas preguntando, preguntándose por qué. Pero hubo un momento en el que su propio canto entendió, también, el para qué. Y ahí me atrevo a sospechar el tono y los cantos, los gritos que cantó.
    Porque Orfeo cantó siempre. Pero hubo una misma tarde en la que ganó sus nupcias y perdió a su amada. Eurídice, rápidamente hermosa, irresistiblemente joven, exhaló el alma cuando a su cuerpo fugaz y hermoso entró el veneno artero de una sinuosa serpiente. Ese fue el momento exacto en el que Orfeo supo no sólo la causa de su prodigioso canto, sino su destino, su finalidad. Orfeo decidió, a sabiendas de las bondades, de la magia incluso de su canto, ejercer más que de artista de hombre para cantar nada menos que en la Patria única y miserable de los muertos. Fue la pérdida, fue el intento del recupero, sobre todo o también, lo que al consabido sonido de la voz de Orfeo se le agregó el sentido.
     Porque Orfeo cantó siempre. Pero aún en vistas del movimiento inusual de las piedras, ante su canto, aún a sabiendas de la reverencia insólita de sauces, álamos y olivares, frente a su lira, Orfeo veía la gracia pero no el sentido. Ese le vino el día de su breve boda.  El día en que perdió a la que quizá siempre fue su futura esposa. Ese día desdeñó el canto por el canto, la lira por la lira. Ese día bajó a los Infiernos, hondos, inhumanos, incorpóreos, vagos, lira en mano, no a cantar, no a provocar la segura dicha ajena y la dudosa gloria propia. Ese día fue a recuperar a la mujer que lo había anonadado. Ese día fue a combatir su pena indudable, a devolverle a su vida el sentido que un veneno le había robado.
    Porque Orfeo cantó siempre. Pero cantar como lo hizo aquella noche, frente al sombrío Hades y a la estacionaria Perséfone, eso, tañer su cítara floral a la vera de un perro de tres gargantas, con el hambre triplicada para guardar que no se vayan, eso, entonar un canto frente a un río tenebroso, eso, cuentan o me imagino, eso nunca. Tañer, digo, las nueve cuerdas de su lira en esa geografía infame porque había que conmover a un rey intolerable, gestar los versos más hermosos de su vida para traer de regreso al mundo de las flores a una mujer que fue su savia, eso, cuentan o me imagino, eso nunca.
     Porque Orfeo cantó siempre. Pero un día se hizo no sólo signo sino además metáfora del canto. Del canto que comienza cuando otra cosa termina. Del canto que viene de la pena pero busca la dicha. Del canto cuya pobre gloria es la gloria de tener sentido. Porque no alcanza con ser hijo de un dios perfecto y una madre inspiradora o memoriosa. No basta el entendimiento de los muchos modos de la música ni de los vericuetos del viento íntimo que sale airoso por la boca. Es preciso caber, un poco al menos, en el sitio insoportable de la ausencia, del dolor tan propio que es ajeno, es preciso, y precioso, un ardor que promueva el recupero, es preciso que el canto deje la mueca para ganar la avaricia. La avaricia humilde, la módica avaricia de darle un significado noble, sentido, a la flaca mueca de cantar. Aunque al final no sirva para nada.