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sábado, 21 de junio de 2014

Los artistas


Él leía Shakespeare para no mirarla
Ella tocaba el piano para no escucharlo
Él trabajaba versos para no acecharla
Ella escuchaba Schumann para no buscarlo
Él ganó dinero para no abrazarla
Ella ganó dinero para no aceptarlo
Fueron juntos dos grandes artistas
Ricos y geniales
Toda una vida el uno al servicio del otro

martes, 10 de junio de 2014

Submundos


mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben
(Rosalía de Castro)

creer que un cielo en un infierno cabe
(Lope de Vega)

¿una birra?
(Jorge Gerstmayer)


domingo, 8 de junio de 2014

El canto del abuelo

¿Qué apuro le habrá agarrado al abuelo para morirse, aquel 19 de febrero de 1999, si hasta el médico le había permitido al menos dos años de vida más? Era bastante joven, ahora que lo pienso. Era medio artista. Quizá por eso también. La sorpresa es algo que siempre desveló a los artistas. Nadie se lo esperaba. Se lo encontró en su casa, al calor de la salamandra, con leña recién echada, apenas humeante, roja de caliente, estaba sentado o a medio sentar en una silla naranja de madera, de muy mal gusto, la guitarra en la mano, el pulgar derecho en la cuarta cuerda, la mano izquierda en un todavía apretado mi menor. Claro que el abuelo nada sabía de guitarras, ni de acordes, ni de música, ni de cuerdas. Si no, claro, yo no estaría dedicándole buena parte de mi vida a una muerte que, por indeseada no deja de ser natural. Mi desvelo fue siempre ese mensaje último. Ese mi menor. ¿Lo habría tocado antes? ¿Por qué el dedo en la cuarta y no en la sexta, por ejemplo? ¿Fue todo azaroso y mi desvelo es ocioso? ¿Me hablaba a mí? ¿Condescendió, en ese último gesto, a darle algún mínimo de sentido a mi vida? ¿Cómo podía saber que yo sería el primero en llegar y verlo? ¿Quiso realmente decirme algo? ¿Vio mi espanto y murió después? ¿Murió el abuelo? ¿Existió alguna vez?

sábado, 7 de junio de 2014

Ya todo está

Si naciera otra vez, me aprendería todo Borges de memoria. Palabra por palabra, frase por frase, texto por texto. No como un juego absurdo de Pierre Menard, no. Sólo que no perdería el tiempo leyendo otros autores, otros estilos, otras formas. Si me preguntaran, por ejemplo, por Malvinas, por el peronismo, por Dios; si hablara del desierto, de Francisco Madero, de mis padres, de los caballos que monté, buscaría mis palabras en las de él. No para decir lo mismo de las mismas cosas, no. Sólo buscaría en él todas las cosas para decir, todas las maneras, todas las frases, todas las bromas, toda la erudición. No quiero entrar en un juego borgeano. Debería callarme acá. (En este país, se corre siempre el serio riesgo de querer jugar a lo borgeano.) Debería callarme acá. Decir solamente que lo mismo que vale para Borges vale para Shakespeare. Pero eso para cuando nazca otra vez. 

miércoles, 4 de junio de 2014

XX

era bello hasta lo doloroso
lascivo hasta lo sagrado
simple hasta lo divino
múltiple hasta lo unánime
pequeño hasta lo magnánimo
alto hasta lo invisible
era hermoso hasta lo inútil
sensible hasta lo insocial
mínimo hasta lo infinito
sólido hasta lo abstracto
delicado hasta lo brutal
íntimo hasta lo inaccesible
era bello hasta lo doloroso
hasta lo lacerante hermoso
hasta lo inverbal