Cerré los ojos y las vi pasar a ellas,
ahí estaban,
Pilar, Camila, Anahí, Yamila, María de los Ángeles...
ahí estaban, yo las vi...
Pilar regaba las plantas,
guiada por el hábito, a juzgar por su rostro,
indiferente,
más que por el deseo,
Camila corría las cortinas, con decisión,
consciente sin duda
que del otro lado estaba el sol que necesitaba
a esa hora clara de la mañana,
con Anahí estábamos desnudos y en la cama,
leyendo poesía, supuse,
así llegaron,
así las vi...
fueron unos segundos y fue un lado grande, pienso,
de la historia de mi vida,
lo que pasó por allí,
pasaron con amabilidad, ecuánimes,
sin detenerse, sin emoción,
con distancia...
Yamila de trenzas subía una escalera, perfecta,
sabía que me encantaban sus trenzas,
su pollera liviana,
y yo también lo sabía,
María lloraba y no quería que me fuera,
sentada en lo que había sido nuestra cama,
porque nunca es fácil aceptar los finales,
más aún cuando es otro quien decide por nosotros,
y esa vez le tocaba a ella aceptar,
Camila me despedía con amor y se iba,
irreversiblemente, esta vez,
y yo acepté como se acepta lo que quizás sin saberlo
se ha buscado...
fueron unos segundos,
precisaba relajarme y por eso cerré los ojos,
quise sentir la respiración,
el corazón latiendo desde adentro,
el pulso en las manos,
el aire entrando y saliendo
pausadamente del cuerpo,
y en cambio lo que
ocurrió, furtivamente,
fue que una vida apretada y reducida,
¿el lado más amable, más cálido,
más animal, acaso más imaginario de mi vida?,
pasó por mí...
he vivido muchos años, pienso ahora,
y he pasado, como todos, muchas cosas,
pero todas han sido suavizadas,
significadas, reducidas, espejadas,
multiplicadas,
y hasta en ocasiones absorbidas
por las mujeres que he amado,
y hace un momento las vi, a todas ellas,
como si algo dentro mío las hubiera convocado,
¿por qué?, ¿para qué?, ¿qué cambió en mí cuando se fueron?,
y fue simple...
yo quería salir de una suerte de opresión
en la mente,
buscando el ritmo gradualmente regular de la respiración,
con la mente concentrada
en cada una de las partes del cuerpo,
las puntas de los dedos de un pie, primero,
trayendo la mente hacia el resto del pie, como subiendo,
después,
luego del otro,
las piernas luego, las rodillas,
la cintura, lentamente, muy lentamente,
el vientre...
pero todo se interrumpió, sin violencia,
sin transición,
y estuvieron ellas ahí,
ellas, que no se conocieron...
Guadalupe servía vino en el balcón,
¿por qué siempre que te recuerdo, sonreís, Guadalupe?,
Soledad en cuclillas sembraba un árbol en el patio de su
casa,
quizás con menos fe que voluntad, como toda ella,
las uñas con tierra y el pelo sin orden,
nunca más estuvo así de hermosa,
claro que nunca se lo dije,
Juliana me pedía por favor que no mencione su nombre
en una canción,
que la comprometía...
y yo que sólo quería sentir la respiración,
olvidar momentáneamente el día que me había dejado exhausto,
agotado, sin resto para más,
calmar el torbellino
(como dejó dicho en una de sus máximas famosas
un maestro indio del yoga)
de la mente,
y en cambio, lo que vino fue un deslizarse de imágenes
de una parte grande de mi vida,
¿por qué vino todo aquello en ese momento de cansancio,
de agotamiento, de fastidio incluso?...
yo no las olvido,
¿cómo las voy a olvidar?,
no creo que jamás ya las olvide,
qué habría sido mi vida sin ellas, pienso,
simplemente no la puedo imaginar,
ahora que soy más o menos incapaz de amar
como lo hice,
ahora que veo nacer de a poco
una vida amorosa acaso imaginaria
o real pero superflua,
ahora que algo prefiere en mí el poema de amor,
las canciones de amor,
al amor mismo, a veces,
porque busco más en la palabra la justificación,
que en la textura de los cuerpos,
o porque pasan por mi vida sin peso,
como flotando,
pero también por haberme quedado parcialmente reducido
a esa palabra,
a la palabra estilizada,
a la palabra reflexiva,
la palabra escrita,
ahora entonces pasan por mi espíritu y yo estoy a solas con
ellas,
de nuevo,
en esta casa que casi no las ha visto...
María que vuelve y me mira,
¿qué me querías decir, María, y no te atreviste?,
Soledad que me desprecia levemente sin notarlo, creo,
al salir de la habitación
(yo no te juzgo por eso, Soledad),
Pilar que se inclina temblando sobre mí,
por la ventanilla de un auto, de noche,
para decirme la última cosa que me dijo,
sin duda importante,
y yo no la oí,
y ellas sienten piedad por mí, creo,
todas ellas,
pero también vuelven a sentir el amor, lo puedo sentir,
ahora sin discordia,
la ternura, el perdón,
no hemos sido traidores, ¿no?, ni canallas,
ni ingratos,
he escrito mis palabras más honestas pensando en ellas,
sintiéndolas enteramente a ellas,
o guiado por el recuerdo,
quizás inventándolas...
ahora es tiempo de conservarlas en el espíritu, tal vez,
como un tesoro,
como un don que nos dejara el azar de la vida,
hasta volver a querer así,
de un modo tan entero, tan real...
mientras tanto, veo, siguen conmigo
en las habitaciones luminosas de esta casa,
entre estos vidrios, estos ventanales,
entre estas plantas medio olvidadas
que casi no conocen,
lo sé, porque hoy las vi...
¿querés cantar, Celeste?,
¿te acompaño en la guitarra?,
¿salimos a caminar, Julieta?,
¿ya te vas?,
y estoy seguro que están cómodas así,
tan cerca, tan a solas,
en sus vidas sin mí
(¿quién seré yo en su recuerdo?),
sólo si me quedo callado y las veo vivir,
pues esas parecen ser las reglas que me traen de lejos,
y yo las contemplo con precisión,
de nuevo,
quizás como nunca las he mirado
(Anahí se desliza sola aprovechando la corriente del río,
de espaldas, y nada bien,
Macarena tiene las rodillas, los brazos
y la cara en un mismo lugar,
y es invisible cuando mira el mar),
como una historia de amor vivida muchas veces,
sin la incomodidad,
sin el temor al desengaño de tener que interrumpir
con la realidad,
con la inflexible realidad,
la delicada perfección de nuestro sueño.