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jueves, 28 de febrero de 2013

fingere


desaparecer
una posible respuesta
aparecer honesto
otra resta plausible al interrogante
aligerar la ficción
un atajo provisorio
dar cuerpo a lo fingido
una apuesta otra vez por lo jugado
pararse en la vereda quieto
con aspiración de raíz
un viejo deseo sin heroísmo
ir al fondo de la tierra
con vocación de esencias
una recuperación póstuma de la inocencia

voy caminando y las luces de los faros de la calle se apagan
crece la mañana tal vez
o los minutos que han pasado por acá no han logrado darme el tiempo


sábado, 23 de febrero de 2013

todo lo humano


es inhumano
este río de barro es inhumano
esta lava atravesada es inhumana
los vidrios del aire
la arena del agua
el fuego en las plantas
en los ojos la tierra
es inhumana
este espesor del vientre es inhumano
este llamado de bestia es inhumano
este horizonte desierto es inhumano
este deseo
la extensión de las manos
el fracaso en las uñas
la piedad de quien bate sus palmas
es inhumana
esta saliva que habla es inhumana
este silencio que calla es inhumano
el monstruo que persigue es inhumano
la calavera en las manos
la tumba en el cielo
la gloria en el llano
escapar sin fin es inhumano
huir hacia arriba es inhumano
temblar hacia adentro
vivir hacia abajo
esta ruina en la boca
es inhumana
esta lengua enferma es inhumana
esta fiebre arraigada es inhumana
esta raíz que no cesa
este tallo que no brota
este trago que no bebo
este licor que nos guarda
es inhumano
este pie en el más allá es inhumano
la locura de ser cuerdo es inhumana
respirar de este vacío
ladrar con otros perros
este humo de estar lejos es inhumano
esta bruma de ir flotando es inhumana
este infierno de ir al cielo
este caos de ir al centro
este cosmos o este olvido
da lo mismo
todo esto es inhumano
ni en los tajos de las hojas cabe el alma de este aullido
ni en la carne hay extensión para otras caídas
ni en el vuelo hay lugar para más alas
para más cera
para más agua

yo que buscaba tanto el mar
tantos ojos
y una pierna sola para fingir que no hay vencido



miércoles, 20 de febrero de 2013

Punto de fuga


Voy a proceder con inocencia, con una pretensión excesiva. Aquella de ser, sin rubor, contemporáneo al deseo. Contemporáneo también de mis límites, de mis lecturas y de sus faltas, de los errores de lecturas, de mi vocación siempre cándida de ser nuevo, momentáneamente, quiero decir, de escribir en la ficción de lo increado, estar de lleno en un “mientras tanto” que, es posible, acabe con el texto, sino antes.
     Quiero decir, insisto, que voy a intentar dejar el esbozo de un diagrama a la altura de mi estricta necesidad híperactual, de una urgencia, a saber, leer un texto.
     Algunas imágenes me ayudarán a vadear ciertos charcos en los que no me quiero hundir. Pretendo sortear conceptos como los de autor o sujeto de la enunciación, pero también fintear categorías tales como las de personaje, narrador, o sujeto del enunciado, esgrimidas en pos de las columnas fundacionales de una lectura.
     Me explico. Quiero leer, con la mayor justicia posible, un texto que me exige la postulación de una mano que, no por estar ausente de él, le es del todo ajena. Un punto desde el cual el texto viene hacia mí, se dirige, como una piedra en el aire, cuya dirección advierto, imagino o supongo, pero cuyo punto de tiro, la honda, queda afuera de todo paisaje visible. Quiero hablar de una fuente.
     Leo y siento el tironeo, la demanda, la exigencia, la vocación. Por no decir el llamado. Leo y atiendo, por momentos, un viento que sopla desde afuera, intangible, cada uno de los hilos que se mueven adentro. La trama misma parece urdida por él, moldeada, soplada, requerida o volcada. Leo y por debajo de cada cercanía oigo el perfume de una lejanía que todo lo tiñe, que todo lo empapa, lo humedece, que todo lo enluta o lo florece. Esa es la madre fuente.
     Veo (o me parece ver, o quiero ver, o estoy limitado a ver), veo, digo, una piedra etérea, toda sustancia e inmaterial, caída sin estrépito en el agua de cuyas ondas concéntricas fluidas sobre el texto es madre. Me interesa la piedra, la madre piedra, la madre centro. Es un vientre, como se ve, lo que me importa.
     Claro que todo esto es “anterior” al texto. (Y si pongo comillas es porque quiero desligarme del costado temporal del término.) Digo “anterior” como podría decir “oriental”, “meridional” al texto. Lo que intento significar es un punto “más acá” o “más allá” del paisaje visible de la letra. Todo entre comillas, porque no pienso en categorías espaciales o temporales. Pienso en un punto de fuga imaginarios, o varios, adonde van a parar todas y cada una de las líneas (esto es una exageración didáctica o estilística) de la textualidad evidente. Imagino un sujeto tácito, entrevisto en las declinaciones o en los pronombres de la letra, es decir, en los restos de una lengua muerta , o, mejor, innacida, pero rastreable en los coletazos del pez inapresable pero vivo, táctil, que se mueve en la fugacidad del discurso.
     Es que hay otro Pez. El gran pez que explica las burbujas de la superficie del agua, la sangre ascendente, la leve marea, los olores, la ausencia, la presencia o la fuga de todos los demás peces.
     Busco, porque necesito, una fuerza. Un color blanco invisible causa, motor o llama de todo retazo de arcoiris, movimiento o chispa acaecido en el paño resultante de la hoja. Busco, porque me falta, la silueta imaginada de una mano. Para explicar cada una de las piedras, las lanzas, cada uno de los vidrios llegados que hacen ruido sobre el libro.
     Leo y veo las sombras. Los cuerpos en realidad, con color y masa de sombra. Y yo busco un Sol, Madre, por afuera del texto, de tan adentro. Una carne única para todos los conejos, para todos los perros, los payasos, los trompetistas y las danzas casi levitantes de las bailarinas.
     Todo bastante antropomórfico, es verdad, todo a la altura de un hombre. Pero no un hombre. Es un Silencio lo que rastreo por los intersticios de signos, silencio madre de todos los gritos y las vulgaridades del lenguaje paterno, de las miles de lenguas hijas, o los cientos de miles, mejor, de hijos de la Lengua. Un cielo natal, letrado, culto, es decir, caído en tierra. Y sí, a la altura de un hombre, de su obligado silencio. Porque lo que añoro, creo, es un deseo. Y el deseo, como sabemos, nunca es pasto de las fieras. Como todo lo importante, el deseo, porque no habla, queda afuera.
     Un deseo, un silencio, una piedra o un hueco, un sol madre, una fuerza madre, un vientre, una fuerza desde adentro, una fuente prístina, primordial o arcana, Oriente, una Soledad, podría agregar, que den sentido a la harina palpable de los signo, que adivinen, desvelen, construyan o inventen una raíz última de todos los árboles, madre de todas las hojas, semen fecundo de un semivacío, de un semiolvido, de un signo.

martes, 19 de febrero de 2013

adónde irás veloz y fatigada


desprolijas en el cielo
en el aire chiquitas
y sin orden
sin concierto
o causa
insensatas e imprecisas
o inexactas
sin regla las viejas golondrinas
cruzan la tormenta sin trazo ni huella
bajo el desierto nublado del mundo
miran el suelo
levemente
o piadosas
sin importancia piensan lo mismo
o lo saben
de los hombres que escriben
o nombran sin ardor
el aprendido 
el sucio caos

domingo, 17 de febrero de 2013

algo semejante


una biblia
o algo semejante
un dios
o algo semejante
un fervor
o algo semejante
un milagro
o algo semejante
una llegada
o algo semejante
un don
o algo semejante
una aparición
o algo semejante
un brillo
o algo semejante
la luna en los ojos
o algo para simular

viernes, 15 de febrero de 2013

La E de la veleta

a mi viejo, un campo

Vio un jilguero, al amanecer, gritando amarillo en la letra E de la veleta
Una cortina de álamos, en quieto mecimiento, con el sol arriba y adentro
Más de tres mil golondrinas sobrevolando sin orden y en concierto un juncal nacido en agua hermosamente sucia de laguna
Vio la desesperación fingida de los teros al borde de sus huevos vertidos lejos
Una sombra gigante de monte sobre el rumbo de un camino viejo
Vio deslizarse sin roce una piedra redonda y roja por debajo de la barba negra del maíz
A la noche vio a Orión geométrico y manso contradiciendo la negritud de la noche
Y la Cruz del Sur por supuesto
Vio un sauce nuevo naciendo con la obsesión de su sombra
Vio los mismos pájaros que habían sido sembrados en la inmediatez de la infancia
Cuervos marrones y verdes que nada sabían de literatura
Y garzas que nada sabían de cuervos
Vio, a la tarde, mordido en su boca el mundo, en una hoja larga y áspera de eucaliptus
Vio la circularidad ininterrumpida del horizonte largo y lejos
Y alambrados sin fuerza
Y ganado con la cabeza sin esfuerzo
Vio dos orejas de yegua blanca entre su frente y el movimiento alto del camino  quieto
Un monte de acacias, uno de robles, y uno en el cielo de patos silbones
Vio de cerca la luz intransigente
Una oscuridad tan diáfana
Un calor tan viejo
Un sabor tan nuestro
Que tuvo, por momentos, un verdadero miedo de haber sido, irreparablemente, feliz y cierto

miércoles, 6 de febrero de 2013

Algo así debe ser el río

ser líricos, ya que no exactos...

Mi abuelo decía sentir placer al ejercer la práctica suave del martillo sobre el clavo. Un placer que comienza tarde, decía, y termina pronto. Es el mínimo goce de un deslizamiento, al tercero o cuarto golpe, si la superficie es blanda y buena la puntería, que acaba con el borde frío del martillo ejerciéndose contra el cemento o la madera. Lo que queda, decía, es un recuerdo de haber estado felices. La felicidad no es una preparación ni un término. La alegría es un distraído y silencioso deslizamiento. Una rara facilidad. El metal plateado, cilíndrico y puntiagudo, resbalando sin esfuerzo ni violencia dentro de otra superficie que ya no es él. El recuerdo no hace a la felicidad, decía, pero la invita. Llama a la reiteración, a la reiniciada redundancia.

No tenía cara para el placer el abuelo. 
Su gesto era el de la inteligencia. 
Sus brazos eran los de una larga y aprendida espera.