Unas breves palabras sobre el Meme
Si bien la palabra que los nombra
es indigna de eso que nombra, cosa que no pasa, por ejemplo, con el jazmín del
país, con el roble americano, que lo mejora, con la Plaza San Martín, que la
merece; si bien el nombre, digo, degrada la pieza que nombra y en parte
contribuye a quitarle prestigio, (al menos para quienes se fían demasiado en
las formas), el tono de nuestra época, lo creo profundamente, está diseñado,
encarnado o simbolizado por eso que triste o resignadamente llamamos meme. Conozco la historia del nombre,
pero eso no lo justifica ni nos importa. El meme en su sentido más cotidiano,
no académico, esa imagen que viene acompañada, en diálogo ingenioso con un
texto, está como ganada de su propia vocación de parodiar, de su propio
grotesco desde el nombre. Pero olvidemos el nombre y halemos de esa pieza
cultural que toda persona de bien recorre a diario, espasmódicamente. Humor,
brevedad, síntesis, ingenio, imaginación, escepticismo, hedonismo, espíritu
estoico, grotesco, autoreferrencia, volatilidad, organismo que se multiplica a
sí mismo, metáfora, collage, surrealismo, imagen y texto. Todo está allí. Es el
aleph de nuestro tiempo. Si alguien, en un tiempo futuro, quisiera saber cómo
sentía profundamente la sociedad de nuestro tiempo, no sus elites, no sus
académicos, sino la gente digamos de civil, debería seriamente ponerse a estudiar
memes. Sería un trabajo de arqueología cultural divertido. O quizás no; sólo habría
que saber con qué se reirán o simplemente simbolizarán la realidad en ese
futuro lejano. Vivimos un tiempo que, saludablemente, quizás sabia y
desesperadamente, ha decidido salir de la seriedad, de la solemnidad, del
lamento, de la queja y el tono grandilocuente de la tragedia. Dije del tono; no,
y por eso el meme llega a veces a lugares insospechados, ontológicos o
metafísicos, del contenido. El meme es aquel intervalo en la vida, porque
siempre es un intervalo, que, como una buena intervención psicoanalítica, te
arranca del goce de sufrir (“el goce de estar triste”, dirá Borges), de tomarte
demasiado en serio. Digamos que en algún sentido es nuestro memento mori, nuestro recuerdo
permanente, divertido y comunitario, de que un día vamos a morir. Ese es, creo
yo, el espíritu general que lo aviva y lo reproduce. Ese es el chiste que está
por debajo de todos los chistes, el humano. La broma de nacer y morir de quien
ni siquiera, como en los memes, conocemos el autor. Por primera vez quizás
hemos llegado de veras a la certeza de que estamos de paso, de que no hay más
vidas; eso que ya no es retórica ni poética, sino sensibilidad profunda. Está
detrás casi de cada acto. Acaba de llevarte el auto la grúa, sabés que no
tendrás dinero para pagar el acarreo, que vendrá una multa, un disgusto, que te
enfrentará a tus limitaciones y a las del sistema que te contiene, y recibís un
meme que te arranca, porque te la arranca, una risa. Habría que ser muy canalla,
hipócrita o infantil para pensar que reírse es un acto de irresponsabilidad o que
lo produce. No es así. Tendremos que ir de todos modos al juzgado de faltas o
simplemente pagar la multa. Podremos incluso organizar una manifestación en
contra de los procedimientos abusivos, injustos o perversos de nuestra
dependencia municipal. La diferencia está en cómo se pasa ese tiempo de drama.
El meme, decía, quizás debiéramos
decir, el buen meme, está lleno de virtudes. Estoy convencido de ello. Una, que
no es para nada menor, es la de contar una historia de (y por) los que no hemos
ganado, que somos casi todos. Los memes suelen construir representaciones en
las que se contraponen los seres más o menos imaginarios que poseen el dinero,
la belleza, la juventud, la fama, el poder (todo en proporciones inaccesibles
para el ciudadano de a pie), todo lo que aglutina la palabra éxito para nuestra sociedad, para
contraponerlos con finalidad humorística a un yo que es un nosotros
grande como casi todo el mundo. El protagonista de los memes, que habla casi siempre
en primera persona, es quien no es eso imaginario y perverso que construyen los
medios masivos de comunicación y quizás también nosotros mismos, nuestros
héroes. Esa es una historia que se cuenta todos los días por las redes
sociales. Los libros de historia que digan lo que quieran.
Y es sabio también porque es
estoico y es epicúreo a la vez. Ese es el tono de nuestra época, ¿no es verdad?
Digamos que es un tango al revés. Releva las causas, los motores y móviles de
nuestra vida que no son prestigiosos, ni profundos, ni bellos, la mayoría de
las veces. No me despertó un mensaje tuyo de amor, dirá un meme, esta mañana, sino
las ganas de ir al baño. Ese gesto es el mismo que el de quitar una máscara. También
es como la poesía (cierta idea falsa de la poesía) al revés. Eso es por
supuesto un modo profundísimo de poesía. Excepto que la poesía no estuviera en
este mundo, entre otras cosas, para revelar lo que las palabras diarias
ocultan. Otra forma de ser profundamente poético es extraer la gracia, a veces
una rara belleza, su eficacia, en fin, de nuestras miserias, de nuestras
faltas, de nuestra esencial insignificancia.
Hablo sólo de estas cosas porque ya
hay ríos de tinta escritos sobre esta práctica masiva y cotidiana. Los que
tenemos una formación clásica no podemos dejar de ver en los memes especies de
fragmentos de la mejor literatura que hemos leído, pero eso no es necesario.
Creo que ese fragmentito breve y precario y efímero de realidad que es el meme
(que no cree tampoco en la posteridad) es una creación que se vale a sí misma.
Nos refleja mejor que nada. Es la mejor literatura de nuestra época, sin duda, o
la que mejor se adapta a ella. Claro que hay buenos y malos memes, como hay
buena y mala literatura. Claro que tienen la restricción que les da el género.
Claro que hay memes inmorales, de mal gusto, o simplemente bobos. Pero tengo la
impresión de que no son los que tienden a reproducirse más (o eso me dice la
percepción de las cosas que me dan mis algoritmos, como ha sido siempre).
Creo que en la historia de la
humanidad, jamás ha circulado mayor caudal de creatividad, de imaginación y de
humor. ¿No era eso lo que querían del sapiens? El grado de metaforización al
que venimos acostumbrándonos es mayor al de cualquier vanguardia, requiere de
un nivel altísimo de simbolización, y lo mejor es que es aceptado por todos,
porque no procedió por saltos, quizás, como quería Leibniz para el mundo
natural, sino por grados. Y porque se hizo desde y para nuestra sensibilidad.
Somos muchos, muchísimos a los que
esa pieza cultural y a veces artística que es el meme nos mejora la vida a
diario (la vida diaria y la del espíritu). Esa es una razón que no deberíamos
rechazar, quién podría rechazarla sin cinismo, para estar orgullosos de ellos.
Yo quisiera que estas palabras
fueran un gesto de gratitud a quienes a diario los crean y difunden en soledad
y en anonimato.
(Sé que esto es también una
idealización. Ya un meme, ojalá y bellamente, se burlará de mí)