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domingo, 25 de julio de 2021

Qué te parece, amiga

 

Qué te parece, amiga, si salimos a caminar,

qué te parece si salimos a recorrer

las líneas paralelas,

profundas

que ahora vemos a través del cuadrado limpio

de esta ventana,

qué te parece si participamos

del invierno en curso,

si nos volvemos como un árbol

parte del paisaje

de otros que desde alguna ventana luego nos miran,

qué te parece si salimos a mirar, en cambio,

los eucaliptus de cerca,

los palos borrachos de cerca,

los fresnos de cerca,

qué te parece si alzamos del suelo

los frutos que se caen,

las ramas que se quiebran,

las hojas dispersas,

qué te parece, amiga,

si bajamos la escalera,

si doblamos la esquina,

si llegamos al parque,

levantamos la vista,

ampliamente,

y nos ponemos a caminar,

es tan sencillo el invierno,

tan tenso, si hace frío,

tan elemental,

qué te parece si cambiamos la simetría

de quien observa de lejos

por la incomprensión

de ver de cerca las cosas,

de estar a tientas junto a ellas,

qué te parece, amiga, querida amiga,

si llevamos estos cuerpos

a participar de lo vivo, de lo macizo,

de lo hueco, de lo ajado,

de lo duro, lo cortante, lo durmiente,

de lo informe,

de lo hermoso y de lo feo,

de lo anónimo,

lo irreductible,

qué te parece, amiga, si al poema lo escribimos luego,

al regreso,

si nos damos un rato para estar entre las cosas,

allá afuera,

con frío, con imperfección,

incluso con indiferencia,

qué te parece si dejamos las palabras

en el departamento,

con los otros libros,

con la música que nos gusta,

con Piazzolla y con Chopin,

y nos dejamos ir bajo el cielo,

con esterilidad, sin deseo,

qué te parece si salimos a caminar,

sencillamente,

a ser eso que son otros ahora,

eso que miramos,

eso que vive con simpleza

lo que miramos nosotros con fervor,

qué te parece si caminamos contra el sol,

ahora,

la tarde está bajando,

en un rato todos seremos hojas dispersas

y tenues,

o apagadas,

caminando por la avenida,

cuerpos ajenos en la diagonal,

cosas que se mueven entre cuerpos,

abandonados de todo,

carentes de sentido,

pues no necesitamos,

desde una ventana alguien verá, entonces,

un dibujo,

trazos en las calles,

la simetría de quien mira de lo alto,

como un cuadro,

que intentará dejar,

con un fondo de ironía, ya lo sé,

eso que sabe,

delicadamente en las palabras.

viernes, 16 de julio de 2021

Elegía de invierno

  

Hoy es diez de Julio,

es de mañana,

estamos en la ciudad de La Plata

y es invierno.

No deberíamos perder la oportunidad,

pienso, mientras camino por el parque

y el frío me tensa los hombros, el cuello,

las manos,

de ver los árboles por dentro,

de entender al menos de una manera visual,

profunda, casi instintiva,

cómo están hechos los árboles,

sus troncos macizos, sus ramas,

sus curvaturas, sus rectas,

sus líneas ascendentes, verticales,

o descendentes, oblicuas,

sus cruces, sus encuentros,

sus figuras imperfectas,

las ramas que siguen,

las que se quedan,

es decir, su estructura, su mecanismo,

su complejidad,

luego vendrá la primavera,

allá por septiembre,

volverán las hojas,

aunque sabemos que las hojas no vuelven,

sólo nacen otras nuevas,

las viejas se mueren y desaparecen,

pero nos gusta pensar con esas ideas a veces,

que son las mismas y que entonces vuelven,

llegará la primavera, decía,

allá por septiembre,

con su calor, su tibieza,

con sus hojas, sus flores,

y entonces,

sólo veremos de los árboles eso que los recubre,

eso bello que los informa,

los presenta,

eso que les otorga su esfericidad, sus triángulos,

sus conos, su densidad,

sus sombras,

eso que también son ellos, claro, todas esas hojas,

pero en su terminación,

en su ofrecimiento,

en su espectáculo,

ahora, en cambio, en este invierno,

esta mañana, por ejemplo,

en este parque,

con este frío,

si uno camina incluso por las calles y mira los árboles,

entonces ve la madera que las hojas luego nos ocultan,

más blanca si es un álamo,

oscura si es un fresno,

rugosa,

o lisa y sin relieves,

es decir, uno ve también su textura,

ahora,

eso anterior,

su manera descansada,

despojada y distendida de estar,

nunca había pensado, hasta hoy,

en la maravilla de esos mecanismos,

de esos sistemas de varas,

de esa trama de madera entretejida que es un árbol,

el encanto de sus grosores diferentes,

su sensibilidad al viento,

sus estabilidades relativas,

su necesidad,

su extensión,

aconsejo, si me permiten,

mirar esas cosas en días distintos,

porque lo que uno ve, además de la estructura,

además de lo inextricable o sencillo de esas líneas,  

es el cielo contra el que se mira,

cielos blancos,

cielos celestes,

cielos oscuros,

cielos lisos,

cielos brillantes,

cielos brumosos,

cielos anodinos,

aconsejo, si se me permite, también,

ir solo,

ir callado,

preferiblemente,

todo

o casi todo se pierde si uno deja las cosas en las palabras.

lunes, 5 de julio de 2021

El celo

  

Si Eva, un día, entra en celo,

si llega el celo, quiero decir,

como ahora,

por ejemplo, esta mañana,

entonces,

Eva dice la verdad,

su maullido, ese día,

como ahora,

fisiológicamente se hace hondo,

se ahueca y se rellena, retumba,

se completa,

eso es contradictorio, lo sé,

pero sólo en apariencia,

pues sucede,

se ahueca y se ahonda, se llena,

ya no sale lo que dice,

lo que quiere decir, digo, por la garganta,

lo que pide, lo que demanda,

lo que exige,

lo que sabe de algún modo

que le corresponde y no tiene,

lo que ni siquiera conoce,

porque es más grande que ella, eso,

y es anterior,

lo que enuncia,

no le sale por la garganta,

cuando Eva entra en celo, repito,

uno escucha,

uno sabe

que la que está hablando, ahora, ya es la especie,

Eva gana en fuerza, como individuo,

pero se desdibuja,

en el mismo momento,

se diluye en lo que la excede y la prolonga,

su especie,

se reintegra, mejor,

ya no es ella la expresada por el grito,

solamente,

son los cientos de miles de millones

de felinos que han maullado,

antes que ella,

y después,

es decir, alguna vez,

y es cada una,

también,

porque lo que dice no le viene ya de la garganta,

decía,

y es audible,

sólo hay que saber escuchar,

y es un grito, puede ser, lo consiento,

apenas tolerable, de tan cierto,

puede ser,

pues es grito solidario, aunque no quiera,

con todo lo demás,

y sin embargo, por supuesto,

es un grito solitario, también,

claro,

Eva está sola,

no creo que lo sepa, pero está sola,

se pasea por la casa,

en círculos involuntarios,

o en desorden,

se agiganta,

y yo, diminuto,

sólo puedo escuchar su maullido,

sentirme, mientras dura, parte de algo más antiguo,

más verdadero y más profundo,

más vasto en todo caso,

que ella y que yo,

y esperar que se le pase,

que cese,

que se calme,

que todo el peso de los siglos que la habitan

se vaya de su panza,

de su voz,

de sus entrañas,

para recuperar la serenidad de la casa,

otra vez,

que vuelva a mirar sin causa frente a la ventana,

silenciosamente,

a jugar con el ovillo de papel,

ingenua y astuta,

como siempre,

a pedir comida cada tanto,

arañando sin codicia la alacena,

a dejar que el sol le metalice lo blanco,

en este invierno,

le ilumine lo gris,

y le cierre los ojos,

de a poco,

por fin,

y que duerma.