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sábado, 30 de junio de 2012

Las ramas crecidas del pez

Et de moi-même enfin me sauver tous les jours.
(Jean Racine; Andromaque)

Me fui más que me perdí. Me dejé más que me olvidé. Me deshice más que me camuflé. Me hundí más que me caí. Me soñé más que me dormí. Me traje más que me llegué. Me hice más que me surgí. Me subí más que me emergí. Me sumergí más que me ahogué. Me cerré más que me dejé. Me volví más que me arribé. Me pude más que me vencí. Me llevé más que me nací. Me dije más que me escuché. Ahora somos una sola sombra que se proyecta. Un mar. Una ola. Un pez. Que nada más que todo.

domingo, 24 de junio de 2012

La tela interminable

La historia refiere que no fue tan ardua la investigación que un mísero mendigo de una mísera isla griega requirió para indagar sobre los materiales utilizados en la construcción del tálamo nupcial del rey y la reina. Tampoco, refiere, fue tan lastimoso dibujarse un tajo breve en la pierna para la vista de una miope anciana ansiosa. La historia refiere que esa noche la reina supo lo que es un sexo nítido y duro, sin preocupaciones. Mientras, ella lo sospechó, Ulises flotaba.

sábado, 16 de junio de 2012

El mero hombre

Exegi monumentum aere perennius
Horacio

Píntame un árbol que no envejezca
Víctor Heredia

Ayer, un alumno me preguntó por la diferencia entre un artista y un mero hombre. Yo le conté que días atrás, Clara, mi hija, había pintado con crayones de color el sillón blanco de casa y que a mí se me había ocurrido, como reacción, retarla, decirle que eso no se hacía y esperar a que me lo repitiera para quedarme tranquilo acerca de la comprensión o incorporación del mensaje. Dije después que, según había leído, una nena llamada Daniela, de apellido Heredia, había hecho una cosa semejante con los muebles de su casa tiempo atrás, y que a su padre, artista, se le había ocurrido crear una canción para hablar de la rara alegría que la raya despareja en un mueble puede producir en un hombre, pero también de la incapacidad de un niño para entender la idea de caducidad o, lo que es lo mismo, en la capacidad de su hija de creer en la eternidad.

martes, 12 de junio de 2012

El zorro y la hormiga. Fábula II.

En una cruz del camino, en el pálido desierto, previsiblemente el zorro y la hormiga se cruzaron. La hormiga, mecánicamente, con abandono casi, arrastró sus futuros ardores hacia su pasado más irrenunciable. El zorro, en cambio, se quedó argumentando febrilmente a favor del camino que él, razonablemente, iría a tomar. Él siempre tendrá la razón, pensó apenas la hormiga, jamás el sentido.

sábado, 9 de junio de 2012

El león y la serpiente. Fábula I

a Irene, a Mirta, a Jorge

A ser Ulises se aprende.
Ser Aquiles es una fatalidad .

Oculta en sus dones la viborita reptaba rubia de colores. Allá arriba una pareja de leones, pálida, dormía. Sabían, sin fervor, que no podían hacer otra cosa que matar.

martes, 5 de junio de 2012

Diálogos II


Supongo que ustedes, compañeros,
recuerdan que en una época
me volví marino de agua dulce,
aunque por poco tiempo.
Joseph Conrad; El corazón de las tinieblas


- Salí de acá.
- ¿Por qué lo hacés?
- Salí, no seas salvaje.
- ¿Para quién lo hacés?
- Salí, ¿no te das cuenta cuando no te quieren?
- Nunca te gustaron los buenos espejos a vos.
- ¿Y a vos?
- A mí los espejos ni se me acercan.
- Quizá porque no existís.
- Ya voy a existir, tené paciencia.
- Sádico.
- Siempre preferiste los espejos buenos, perdón, los espejitos buenitos. Las margaritas mágicas.
- Vos también, lo que pasa es que vos te buscás a la sombra, cuando nadie te ve, solo.
- Dicen que es preferible.
- Forro.
- ¿Qué pasa? ¿Ya no usás las palabras como antes? Forro... Antes me decías otras cosas más exactas, más líricas.
- Las uso como quiero, bueno, como puedo.
- Como quieren, dejame que te corrija levemente, como pueden. Espejito, espejito...
- Vos no sos ni tan despiadado ni tan implacable. Nos conocemos.
- ¿Insobornable? ¿Esa es la palabra que estabas buscando? Antes las palabras te quedaban cerca, ahora parece que se te hubieran ido, ¿puede ser? O siempre usás las mismas. ¿Son las que la margarita conoce?
- Estás intratable.
- Antes te gustaba. Estabas orgulloso de mí. Te vanagloriabas de mi vida de asceta. Te gustaba quedarte a solas conmigo porque me decías que yo no era compañía para nadie. ¿Qué pasa? ¿Le tenés miedo a la oscuridad ahora? ¿Te volviste niño?
- A vos te tengo miedo, a vos, a tu sombra absurda.
- ¿Y esa retórica? Antes no hablábamos así. Te volviste un dulce cariño. Un tierno.
- ¿A qué viniste?
- A pedirte que lo pienses. Los dos estamos solos. Vos con tus espejitos, yo, entre la pluma y la pared. ¿Venís?

lunes, 4 de junio de 2012

Diálogos I

                                                                                 Hablaban de un caballo.
                                                                        Yo creo que era un ángel.
                                                                                      Oliverio Girondo
     

-         ¿Vino?
-         Sí, pero se fue
-         ¿Adónde?
-         ¿Qué importa eso? ¿Realmente creés que puede haber ido a alguna parte?
-         ¿Vos lo viste?
-         ¿Hoy?
-         Alguna vez
-        
-         ¿Adónde?
-         Bueno, adónde es una pregunta un poco excesiva. Lo sospeché, lo intuí, lo deduje.
-         ¿Adónde?
-         No sé, no sé. Había algo detrás que te hacía pensar en algo, en algo más que lo que mirabas que lo que veías.
-         Las palabras engañan.
-         No seas simple.
-         Las palabras son máquinas de construir charcos en la nada.
-         No te hagás el poeta que te queda mal. Las palabras a veces son algo más, no digas, ¿o me vas a decir que nunca lo sentiste?
-         ¿A él?
-         A él, sí a él. Digo que a veces las palabras dicen algo más. Quiero decir, a veces tienen algo más.
-         ¿Cuándo salen o cuándo llegan?
-         No seas cínico. Eso es falta de inteligencia.
-         ¿Qué cosa?
-         El cinismo
-         Es falta de admitir la falta de inteligencia. Yo digo “algo” y no digo más no porque me haga el misterioso sino porque no sé nada más. Vos te ponés cínico delante de la perplejidad.
-         Ahora sos vos el poeta.
-         Pelotudo.
-         Ahora sí, ¿ves?
-         Ahora sí, ¿qué?
-         Ahora sí que puedo ver que las palabras tienen algo más que forma y fondo. Pelotudo. Sí. Pero ya lo perdió. Mirá. Pelotudo.
-         Vos a él lo viste, lo que pasa es que lo envidiás. Le envidiás el uso. Le envidiás las palabras con carne.
-         Yo lo oí hablar. Eso no es ver a nadie.
-         Vos lo sentiste.
-         Puede ser.
-         ¿Y por qué te cuesta tanto aceptarlo?
-         Porque lo extraño.
-         No seas estúpido que yo sí lo extraño de veras.
-         Entonces lo conocés.
-         No. No lo conozco. Pero logró que lo extrañara.
-         ¿Ves? Vos sos el pelotudo.
-         Él se agotó. Estuvo acá, yo lo ví, pero se agotó.
-         ¿Y esa agua?
-         Es un charco. O acaso te estás volviendo creyente.

sábado, 2 de junio de 2012

La otra puerta

...porque esta puerta tiene otra llave
José Hernández

Abrí la puerta despacio. Tenía miedo que adentro hubiera alguien. Entré apenas. Cerré la puerta despacio. Tenía miedo que afuera hubiera alguien.