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Palabras de escritores

Las siguientes dieciséis preguntas fueron enviadas a escritores y escritoras de las más diversas estéticas y ámbitos de circulación de la Argentina. Todos con una práctica prolongada en el oficio de la escritura y la edición. Cada uno dio generosamente sus respuestas y el valor, me parece a mí, de este ejercicio es, más allá de las respuestas de cada uno en sí, su puesta en relación, sus afinidades y contrastes. Espero sea de vuestro interés como lo fue y lo sigue siendo del mío. Se irán publicando gradualmente sin ningún orden más que el de la recepción del material. Hasta ahora: María Laura Fernández Berro, Aurora Venturini, Omar Genovese, Fernanda García Lao, Jorge Aulicino, María Teresa Andruetto, Fernando Alfón, Ana María Shua, Daniel Freidenberg , Susana Cella y Juan Bautista Duizeide.


Creo que para escribir es indispensable perderse
Juan Bautista Duizeide

Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
Me parece que la literatura es la institución donde la sociedad trata de encerrar a las obras y a sus autores para que no molesten.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
Las ficciones, entre otras cosas, sean su asunto los viajes interplanetarios, la transmigración de las almas o las dictaduras latinoamericanas, trazan un retrato de la sociedad en la que se escriben, se difunden y son leídas. Ese retrato tiene una dimensión política, aunque  no es excluyente ni siquiera en las obras de intencionalidad política  más directa. Por ejemplo, El matadero, que es una denuncia muy fuerte contra el autoritarismo y el ejercicio de la violencia estatal y para estatal durante el gobierno de Rosas, no es sólo eso. Ni el poema La refalosa, de Hilario Ascasubi, es un mero brulote pagado por Urquiza para ser repartido entre su soldadesca.
Hay momentos históricos en que la capacidad de interpelación de las ficciones -incluida sus capacidades de impacto político y social- resulta bastante directa y potente. Hay cantidad de ejemplos de esto en nuestra historia. Pongo un par no tan lejanos: más allá del valor que se le pretenda asignar a Operación masacre o a Rayuela, se trata de obras que marcaron a sus lectores, a su forma de insertarse en la sociedad, de activar políticamente, de vivir. No se trata de algo para lo cual basten las intenciones del autor, ni de una capacidad inmanente a la obra, sino de un diálogo con las condiciones sociales y políticas concretas de cada sociedad en cada momento histórico.
Actualmente atravesamos un período -décadas ya- de adelgazamiento de las capacidades de interpelación de la narrativa, de la poesía, del arte en general. No se trata sólo ni principalmente de cuánta gente lee y qué lee, sino de cómo lee, de cómo se vinculan lectura y cotidianeidad. La separación tajante entre campos de la experiencia humana me parece que tiene causas específicas en nuestra historia reciente -el vaciamiento cultural que forma parte de lo que Feierstein llama la etapa de realización simbólica del genocidio-, y causas en el reordenamiento neo liberal del mundo: básicamente en la tendencia a considerar a la humanidad en una sola de sus facetas, la de consumidora. Esto último tiene como corolario la preponderancia de determinado tipo de lenguajes -los lenguajes instrumentales de la publicidad, del entretenimiento, de la política ajenizada- en detrimento de otros lenguajes más densos, que no quedan afuera del mercado, sino que ocupan nichos de mercado, se convierten en consumo exclusivo o snob, en materia de papers, en asunto de expertos. O sea: son domados en su capacidad de interpelar. Ven licuada su dimensión utópica. Se incorporan al gran museo del mundo.
La narrativa, la poesía, la pintura muchas veces han asumido (y asumen) como una especie de táctica para no perder su capacidad de vincularse con el mundo y con los lectores, esos lenguajes del mundo desencantado y administrado. Como el arte tiene astucias de las cuales carecen éstos, puede tomar robadas sus materias y convertirlas en su propia materia. Pero en esa decisión, en esa táctica, acecha un peligro muy grande: también los lenguajes reglamentados tienen sus propias astucias y sobre todo cuentan con un inmenso poder para integrar todo aquello que pueda cuestionarlo en el dispositivo vigente de disciplinamiento y dominación. Me parece que el arte no debe de ninguna manera resignar su densidad, su capacidad utópica, que reside no sólo ni principalmente en los asuntos y temas que plantea, sino en su intento de construir otros lenguajes. Con la conciencia de que pretender y promover esos lenguajes otros ya es cambiar un poco el mundo, pero también con la conciencia de que un cambio de lenguaje no es de por sí el cambio del mundo. Quizás atravesemos un momento de resistencia artística. Quizás se termine, o ya se haya terminado, el arte como se lo entendió durante la modernidad.

¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
Ahora, tal vez momentáneamente y a causa del calor o de esa aceleración febril de hormiguero pateado que se desata a fin de año, descreo de cualquier tipo de redención. Y sin embargo, me siento a leer, a escribir, y cambian las mareas de mi cuerpo, el aire, el tono del mundo aunque no su materia.

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Me parece que si alguien quiere escribir para ser leído, para tener la seguridad de estar siendo leído, o más aún para ser leído casi instantáneamente por muchos, debe dedicarse al periodismo más convencional, a la publicidad, al entretenimiento mediático. Dedicarse a escribir discursos -slogans, bah, porque ya casi no hay discursos- a Alak, a Felipe Solá, por ejemplo, o escribir acerca de la campaña de Boca en el diario deportivo Olé.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
El lector completa la obra. Siempre planteo que para mí los libros que escribo son como barcos: yo los construyo, otros los navegan. A partir de las estructuras que construyo presupongo determinado tipo de navegaciones, pero eso no es más que presuposición mía. Una vez que el libro zarpa, zarpa. No escribo pensando en el lector. A veces, a lo sumo, en algún lector bien concreto: “que opinaría fulano o fulana si leyera esto”, “uh, me parece que esto le gustaría / le molestaría / le intrigaría a X”. Guiños, contorsiones de la línea con dobles lecturas muy focalizadamente dirigidas. A cierta/s persona/s. Pero tratando de no caer en una literatura amiguista, tribunera, que sólo puedan leer los enterados.
Me parece que la poesía o la narrativa se vinculan desde lo particular, y que por lo tanto no se puede pensar en lectores promedio y escribir para ellos. Cuando se empieza a hacer eso, me parece que se entra en la mercadotecnia, en la planificación comunicacional, en el discurso publicitario. Ojo porque hay libros que se fabrican así y se promueven así, libros que por ahí publica la misma editorial que saca los cuentos completos de Faulkner.

¿Tenés algún tipo de lector ideal?
No.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir literatura y por qué lo hiciste?
Desde que aprendí a leer, a los cinco años, soy un lector devorador. Sin embargo, comencé a escribir, quizás tardíamente para lo que son los parámetros habituales, recién cuando comencé a sentir una serie de pérdidas: la muerte de seres muy queridos, la pérdida de la posibilidad de ejercer una profesión -al menos en los términos en los que me parece debe ejercerse- para la cual me había preparado desde muy chico. Ahí comenzó el tiempo de las ficciones. No tanto por nostalgia, creo, aunque algo o bastante hay de eso, sino por el intento de inscribir en la duración propia del lenguaje fugacidades aún mayores a las del lenguaje: la luz de una tarde, una sonrisa, una mirada, una voz, escritas, aunque no estén más, de algún modo están ahí, en la narración. En definitiva, una forma, una más, de luchar contra la entropía. Una forma, una más, de encarar esa batalla perdida desde antes de entrar a ella. Quizás seamos la broma algo macabra de dioses burlones y aburridos, pero podemos cosas que ellos no pueden: ésa es nuestra única victoria, una victoria tan fugaz como todo lo humano.

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
Fray Luis de León, Quevedo, Cervantes, Shakespeare, Oscar Wilde, Mary Shelley, Bram Stoker, Poe, Emily Dickinson, Walt Whitman, Charles Dickens, Nathaniel Hawthorne, Herman Melville, Baudelaire, Rimbaud, Joseph Conrad, Stevenson, Jack London, Mark Twain, Stephen Crane, Hart Crane, William Henry Hudson, John Steinbeck, Erskine Caldwell, Ernest Hemingway, William Faulkner, Cesare Pavese, Italo Calvino, Raúl González Tuñón, Borges, Arlt, Saer, Di Benedetto, Haroldo Conti, Sara Gallardo, Onetti, Rulfo, Guimaraes Rosa, Clarice Lispector, Álvaro Mutis, Juanele Ortiz, Ricardo Molinari, César Vallejo, Jorge Teillier, Leónidas Escudero, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Huidobro, Gonzalo Rojas, Pessoa, Eisner, Pratt, Quino, Fontanarrosa, Chamico, Breccia, Winsor Mc Cay, Eliot, Bernardo Kordon, Juan Filloy, Balzac, David Viñas, Rodolfo Walsh, Ambrose Bierce, Miguel Ángel Bustos, Arnaldo Calveyra, Roberto Juarroz, Henri Michaux, René Daumal, Blaise Cendrars, Boris Vian, Enrique Molina, Viel Temperley, Francisco Madariaga, William Hope Hodgson, Lord Dunsany, Lovecraft, Saint Exupery, Le Clezio, Stephen King, Steven Millhauser, Ray Bradbury, Scott Fitzgerald, Julio Cortázar, Daniel Defoe, Jonathan Swift, Jules Verne, Ryunosuke Akutagawa, Yukio Mishima, Matsuo Basho, Guido Crepax, Hergé, Dante Quinterno, Malcolm Lowry, Dylan Thomas, Philip Dick, William Butler Yates, Hugo Foguet, Humberto Costantini, Libertad Demitrópulos, Juan José Hernández… Si alguien encuentra un hilo conductor, qué digo, una hilacha aunque sea, en este laberinto, ¡por favor avise! Y todavía no llegué a los argentinos más o menos contemporáneos: Carlos Gamerro, Leopoldo Brizuela, Christian Aliaga, Pablo Ohde, Jorge Boccanera, Bustriazo, Axat, María Laura Fernández, María Negroni, Mariano Dubín, Damián Huergo, Fernando Krapp… Esta enumeración intentó, como mi biblioteca, un orden, algún orden. Y terminó en esto. ¡Uf!

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocido/a por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Me interesan las lecturas que me digan algo, que me sorprendan, que me sacudan, que me nieguen, me discutan, que me afirmen desde un lugar que ni imaginaba. Y eso pueden hacerlo tanto críticos como lectores salvajes, lectores de dos libros semanales o novatos. Desconfío de cierta apreciación fetichista por la crítica de y para críticos, prefiero los textos acerca de la literatura escritos por los mismos autores de ficción (Borges sobre todo, Arlt, Cortázar, bastante de Gamerro y de María Negroni, algunas lecturas de Guillermo Saccomano). Pero descreo simétricamente del desdén por la teoría, por la crítica y por  la historia literaria.

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
No.
La originalidad y la novedad como imperativo categórico me parece una enfermedad de adolescencia de la escritura. Con esto no quiero decir que no sean valores, sino que se encuentran en relación con otros. La historia de la narrativa como historia de la aparición y el uso de determinados recursos, o como la aparición y despliegue de determinados asuntos, me parece más vale una cuestión de profesores de literatura. No es la única forma de leer ni necesariamente la mejor. En cuanto a la idea de vanguardia, ya a mediados del siglo XIX Charles Baudelaire, un clásico romántico que es padre a su pesar de las vanguardias, alertaba acerca del uso de las metáforas militares en el arte. La idea de una vanguardia que aglutinara en sí misma la innovación artística, la revulsividad social y la rebeldía política es en sí misma un exceso. Un hermoso exceso pero exceso al fin. Desgraciadamente para nosotros (porque supongo que habrán sido momentos intensísimos para ser vividos) no vivimos la época de las vanguardias, sino que las miramos desde la distancia de muchos años. Y no sólo eso: ya hay una larga revisión crítica de lo que han sido las vanguardias. De esas lecturas me interesa particularmente la de Eduardo Subirats, quien plantea que tras la gestualidad de la ruptura, en buena parte las vanguardias incurrieron en una especie de pastoral acrítica de la modernidad. Mientras que, en buena parte, el romanticismo y el neo romanticismo, tan execrados como reaccionarios, fueron una primera reacción contra la razón instrumental. Subirats analiza particularmente esto en relación al gusto romántico por las ruinas y a la obra del pintor David Caspar Friedrich. Además, las vanguardias históricas no fueron todas iguales: no fueron iguales el futurismo ruso o el italiano, no lo fueron el expresionismo y el surrealismo. Notablemente, el lenguaje publicitario multiplicó hasta el hartazgo (¿hasta la pérdida de toda capacidad de significar?) los rasgos de estilo del surrealismo o del pop…


¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro?
Es distinto cada vez. Cuando tuve un plan, el plan me sirvió sobre todo para arrancar. Una vez que estuve en camino, ese camino se reveló a sí mismo como otra cosa y en parte me fui dejando llevar, en parte tomé decisiones nuevas. Creo que para escribir es indispensable perderse. Ése es el gran, el mejor plan: ya no saber dónde se está ni para dónde se va. Si uno tiene un plan de hierro, si sabe muy de antemano de dónde parte, adónde va a llegar y por dónde va a pasar, nunca arribará a algo nuevo.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales?
Generalmente la narrativa, la poesía pueden decir más cosas, pueden decir otras cosas, pero sobre todo pueden decir distinto: y en ese distinto, ya acechan el más y lo otro. Siempre están diciendo otra cosa, siempre se van más allá, fugan.

¿Se puede crear desde la felicidad?
Para mí el proceso creativo es un momento de altísima intensidad, no sé si usar la palabra “felicidad” porque está socialmente demasiado bastardeada. A esa intensidad tan especial puedo arribar desde momentos tranquilos, desde momentos de excitación, desde momentos de alegría o desde momentos de una desesperación casi insoportable.

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
El libro de los horizontes

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
Cervantes. A tal punto que Eva Perón, en más de un aspecto, podría considerarse una creación de Cervantes. Los molinos de viento contra los que luchó Eva no eran molinos de viento, sino factores de poder que aún hoy conservan su capacidad de oprimir y de explotar. Y conservan también -y no se trata de un arma menor- una capacidad de construir ficciones socialmente aceptadas que los legitiman, naturalizan una forma de ordenar el mundo y coadyuvan a mantener su lugar en ese mundo. Si Alonso Quijano, embotado de novelas de caballería, salió armado a desfacer entuertos, Eva desde un lugar que sintetiza quijotismo y pancismo salió a desfacer otros entuertos: entre ellos la ficción de caballerosidad de los poderosos.

¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?
Con un pedido de disculpas por haberme extendido tanto a causa de una imposibilidad de síntesis. Y con una invitación a leer a Homero, a Dante,a Shakespeare, a Cervantes, a Calderón de la Barca, a Fray Luis de León,  a San Juan de la Cruz, a Quevedo, a Baudelaire, a Rimbaud, a Dickens, a Flaubert, a Twain, a Melville, a Conrad, a Stevenson, a Hudson, a Sarmiento, a Paz, a Mansilla, a Hernández, a Pavese, a Calvino, a Vittorini, a Borges, a Arlt, a Tuñón, a Conti, a Sara Gallardo, a Saer… Hay allí una reserva de horizontes para tiempos difíciles.

(diciembre de 2012)



Literatura es todo el resto
Susana Cella

Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
En principio diría que es un arte cuyo material son las palabras, me gusta pensar a la literatura como la posibilidad de significaciones virtualmente infinitas, como un tipo muy particular de discurso que puede contener en sí todas las voces, crear imaginarios y alimentarse simultáneamente de ellos, aportar a un modo de conocer y relacionarse con el mundo de manera singular, con la razón, los sentidos, sentimientos e interrogantes. Por otra parte, cuando hablo de literatura, pienso en aquello que tiene que ver con la tarea desafiante de leer/escribir, como las dos caras inseparables de una moneda. Literatura es todo el resto, y ese resto es aquello que hay que buscar arrancar al silencio la palabra precisa.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
Todo texto es ficcional si se entiende la ficción como el proceso por el cual se modula la materia lingüística, se figura y configura un relato. No opongo ficción (como pura invención) a “realidad” y menos a eso llamado “no ficción”. Desde luego los relatos tienen mayor o menor relación con lo empírico; pero todos pueden incidir con sus modos diversos. Las ficciones o relatos producen sentidos, que bien pueden ser diversos, promueven una interpretación de los acontecimientos, suscitan adhesiones o rechazos, anidan en la vida cotidiana, en las relaciones interpersonales, en lo que se desea o no y aportan a otros saberes. Por tanto creo que sí interviene políticamente en el devenir histórico de un país. Tenemos muchos relatos acerca de nuestro origen, del pasado y del presente, y también relatos sobre futuros posibles o imposibles. Tienen que estar y que están, en los distintos medios por donde pueden circular, la oratoria, el libro, las revistas, el cine, la televisión, los mass media en general.

¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
No sé si hablaría de redención o salvación personal o colectiva, sí creo que la lectura, en particular de aquellos textos cuya riqueza suele trascurrir en el tiempo, amplían horizontes de pensamiento, enriquecen, aportan al modo en que recibimos otros mensajes, en tal sentido, ciertos libros pueden alejarnos de la banalidad o de la falta de discernimiento, y eso sería como una especie de salvación, en tanto preservación de valores, en tanto ser más capaces de sopesar los variados mensajes circulantes, en tanto posibilidad de poner en entredicho algo que se quiere imponer como verdad o naturalizarse como sentido común. En cuanto a la escritura, más bien la veo como una necesidad para ciertas personas, algo que se les presenta como ineludible y que se hace con esfuerzo. La escritura como terapia me parece una necedad.

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Sí, por eso de la necesidad. Además no es “nadie” si ya quien escribe lee lo que ha escrito.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
No escribo pensando en un perfil de lector, de ningún tipo. Creo que eso atentaría contra la libertad de expresión, en cierto modo me parece alienante, como si se estuviera haciendo un producto para que cierta gente lo compre, escribiendo algo para agradar a determinado público. Al escribir pienso en lo que estoy escribiendo, quien recibe y cómo recibe es algo incierto, la disimetría entre el emisor y el receptor es constitutiva.

¿Tenés algún tipo de lector ideal?
Creo que la idea de lector ideal es más una especie de hipótesis, que bien puede servir para definir a aquel lector con el que el escritor comparte una enciclopedia similar (pero nunca idéntica, de ahí lo de “ideal”). En cambio hay lectores concretos y disímiles. Pensando en qué lector me interesa, podría decir que quien busca e indaga, se pregunta y cuestiona. Alguien que rechace lo remanido o fácil.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir literatura y por qué lo hiciste?
Sí, hace mucho, digamos que todavía no dejaba la infancia y ya andaba concibiendo novelas, muy románticas, claro. Según lo que leía en esos tiempos. Quería ser como Jo, la de Mujercitas. En cuanto al por qué, simplemente porque era lo que más me gustaba hacer. Junto con leer, claro.

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
Puedo. Poetas y narradores: algunos clásicos como Shakespeare, Cervantes, Baudelaire, Mallarmé, Oscar Wilde, otros más cercanos como César Vallejo, René Char, Pablo Neruda, William Faulkner, James Joyce, Francisco Urondo, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Juan José Saer, Leónidas Lamborghini (no es exhaustiva la lista). Respecto de algún patrón o constante, que todos ellos buscaron incesantemente la palabra justa.
 
¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocido/a por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Más que reconocida, me gustaría ser leída por quien pueda recibir algo de mi texto. La crítica no es un bloque, hay quien puede leer con sensibilidad e inteligencia sin someterse a la tiranía de pautas prefijadas, o sea, haciendo de la crítica lo que es, el cuestionamiento de supuestos. Pero también suele suceder que la llamada crítica sea una repetición de fórmulas, la adhesión a una moda teórica, una maniobra para entronizar alguna tendencia o mera paráfrasis, con lo cual el resultado es de empobrecimiento general de la literatura en aburridos papers o comentarios. Así, en cuanto a lectores especializados, me interesan los lectores exentos de prejuicios y sutiles. En mi experiencia, he visto lectores llamados aficionados, capaces de descubrir algo en un texto complejo y sentirse tocados por él. Respecto de un novato, digamos, alguien que recién llega a la literatura, me gustaría que el texto lo impulsara a seguir leyendo, a descubrir todo lo que puede decirse mediante la literatura.

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
Las vanguardias son algo que ha sucedido hace bastante tiempo y creo que nos ha dejado un legado múltiple, así como las tradiciones que la antecedieron y sucedieron. Si por vanguardia se entendiera algo así como salirse de lo consabido, entonces, podría decir que sí juega un papel. A la hora de escribir me gusta estar en compañía imaginaria de aquellos escritores cuya palabra ha sido plena. Respecto de la originalidad, más bien pienso en lograr la expresión propia, un estilo, digamos, la marca singular. La novedad per se me resulta poco confiable. Me hace acordar a la publicidad.

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro?
En general, sí, cosa variable según de lo que se trate, y desde luego, los planes iniciales se van modificando al andar.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales?
Sí, porque la literatura apuesta a activar todos los componentes de la palabra y lograr así una significación potenciada. Tiene suficientes recursos para decir en más. Los discursos de la comunicación por otra parte, adquieren más densidad cuando se alimentan de la literatura.

¿Se puede crear desde la felicidad?
Es una palabra grande esta de felicidad. Supongo que podemos hablar más acotadamente de un estado de tranquilidad, satisfacción, bienestar. Y desde ahí, sí, creo que se puede escribir. Más, quizá sea muy difícil en un estado de extremo padecimiento, aun cuando hay algunos casos admirables en que alguien pudo poner palabra en medio del dolor o la desesperación. Pero no creo en el mito de la tristeza para ponerse a escribir.

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
Mundo.

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
Los dos. Cada uno a su modo.

¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?

Diciéndoles que la literatura no se mancha.

(Agosto de 2012)




La literatura es un modo interesante de relacionarse con un texto
Daniel freidenberg

- Si tuvieras que ensayar alguna definición de literatura, ¿qué dirías?

¿Hace falta definirla? ¿Qué ganamos con definirla? ¿Y qué perdemos? Porque tal vez algo perdamos, algo dejemos afuera, algo forcemos, ¿no? En todo caso, si vamos a lo seguro, “Literatura” es una materia, un rubro, un lugar social. Si vamos, en cambio, a lo que a mí me pasa frente a esa palabra, “literatura”, bueno, habría ahí algo, un objeto hecho de palabras, y una necesidad de meterme en ese mundo verbal, a ver si puedo desconocerme y avizorar el relumbre de algún sentido diferente o algún aspecto inesperado en las palabras y las cosas.

- ¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
No puede no intervenir. ¿Hay algún discurso político, periodístico o publicitario que no sea alta y esencialmente ficcional? ¿O a qué estás llamando “ficción”? Si te referís a poemas, cuentos, novelas, tal vez, sí, incidan. ¿No se dice acaso que "el aleteo de las alas de una mariposa en Berazategui puede provocar un huracán en Manchuria"? Eso en cuanto a si “puede”. En cuanto a si “debe”: por qué cargarle a los textos semejante tarea, ¿no es mucho? Si uno tiene algún tipo de posición política –y todos la tenemos, aunque no todos se atreven a pensarlo− algo de eso estará moviéndose en lo que uno escribe, como en todos los actos que uno lleve a cabo, a veces contradictoriamente y con efectos impredecibles. La mayoría de las veces, en realidad. Más vale, de todos modos, no hacerse el desentendido, hasta donde uno puede.

-¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
No creo en eso ni creo en ninguna otra cosa. No se trata de creer. A veces, escribiendo o leyendo, uno siente que está haciendo lo que debe, quiere y necesita hacer. Habría algo de redención o salvación en eso, ¿no? En lo personal, claro. En cuanto a redenciones o salvaciones colectivas, en fin, me huele a nazismo, por decirlo así, o a alguna monstruosa imbecilidad en esa línea. Hablo de la ilusión de alcanzar algún tipo de redención o salvación colectiva, claro, porque no veo cómo algo así podría darse si no es como ilusión. Los pueblos pueden liberarse, emanciparse, tomar en sus propias manos su destino, en mayor o menor medida, no redimirse o salvarse. Pero pueden, sí, y muchas veces ha ocurrido, ilusionarse con que se van a redimir o salvar, purificándose, lavándose de las imperfecciones o manchas propias de lo humano, extirpando lo contradictorio: es una ilusión mortífera.

-¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Sí, lo hago, al menos cuando escribo poesía, es decir cuando escribo, en el sentido que más me gusta darle a la palabra “escribir”. ¿Cómo puedo saber si va a ser leído o no? ¿Qué se yo que va a pasar mañana, o esta tarde, o dentro de cincuenta años, con lo que escribo, o si voy a seguir vivo dentro de un par de horas? Siempre uno supone que va a ser leído, aun en los casos en que todo indica que eso no va a ocurrir. Uno apuesta, es la apuesta lo que vale, el primer y principal premio es la apuesta misma. Y ahí, entonces, entregado al placer del trabajo de la escritura, aparece lo que uno necesita, y lo que luego vaya a pasar con lo que uno está haciendo pierde entonces importancia. De vivir se trata, si se entiende a qué me refiero cuando digo “vivir”.

-¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
El lector siempre lee mal, siempre lee otra cosa, de lo contrario no existiría la literatura, único tipo de discurso, o modo de entender el discurso, que supone aceptar eso: se lee mal, se lee otra cosa. Empezando por el primer lector de cualquier texto, que es la persona que lo escribe. Trato, entonces, de que no pese, y a veces lo consigo. O de no tomármelo muy en serio, al menos.

-¿Tenés algún tipo de lector ideal?
No tengo ningún ideal, de ningún tipo. A veces hay intuiciones, aspiraciones, deseos, ganas, chispazos, preferencias, y ahí vamos entonces, a ver qué pasa. Más que en lectores, de todos modos, pienso en lecturas, o efectos, o posibilidades de trabajo que alguien tal vez pueda hacer con los textos que produzco.

-¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir literatura y por qué lo hiciste?
Sí, me acuerdo.

-¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
Son decenas, cientos. En otros tiempos, hasta hace muy poco, me habría lanzado gozoso a armar una lista, pero en este momento no puedo, o no quiero, como si debiera forzarme a algo que prefiero evitar, quizá por pudor, quizá por cansancio, no sé. Sospecho ahí, titilando, casi obsceno, el reclamo de un canon o un santoral para ofrecer a las mentes necesitadas de GPS, pero bien puede ser un exceso de prevención de mi parte, o un prejuicio.  Mejor, para salir más o menos bien del paso, un botón de muestra, el que siempre se me ocurre antes que cualquier otro: Vallejo. En cuanto a patrones y constantes, seguramente los hay, pero el trabajo de averiguarlo me parece enorme, agotador e innecesario.

-¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocido por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Voy a repetirme: no creo en eso ni en nada. No se trata de creer. Obviamente, no me da igual el crítico que el lector, el lector que el colega, el colega que el aficionado, etc., ni me dan igual todos los lectores, todos los colegas, todos los críticos: vivo en una sociedad concreta, entre personas concretas, donde se juega concretamente el destino de uno, sus posibilidades de seguir adelante o no, y tengo intereses, necesidades, compromisos, ambiciones, celos, vanidad, temores, afectos. No pueden, ni aunque quisiera, darme igual. Ah, otra cosa: los lectores que para lo que escribo me interesan son lectores especializados, pero con decir eso no digo nada, porque, según como se entienda ese adjetivo, la función que cumple el lector “especializado” bien puede ser una de las peores enfermedades que están matando la literatura.

-¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
Ya no.

-¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro?
No escribo libros, escribo textos que mayormente pueden ser considerados poemas. Aunque, ahora que lo pienso, no es cierto: Cantos en la mañana vil y En la resaca fueron pensados y organizados como libros, y sólo cuando la pude ver en función del libro que se me estaba insinuando en la mente pude avanzar bien con la escritura. Pero no ocurrió previamente, no “antes de largarme”: hubo un momento, o un proceso, dentro del trabajo de escritura, en el que la idea de “libro” apareció, fue definiéndose, y fue muy útil, en esos dos casos, para seguir llevando adelante el trabajo, a modo de horizonte o de pauta, entendido eso de “pauta” en un sentido muy general y vago.

-¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales?
Por eso es literatura, o al menos lo que a mí me gusta llamar “literatura”. Cada discurso social, por otra parte, dice más u otras cosas que otros discursos. A lo que llamo “literatura”, en realidad, es a un modo de leer los discursos o relacionarse con ellos. Claro que no todos los discursos ofrecen las mismas posibilidades de hacerlo. Tal vez “literatura” sean los que ofrecen más posibilidades, o mejores posibilidades, o más interesantes.

-¿Se puede crear desde la felicidad?
No. La única felicidad posible se da con la idiotez o como experiencia desde el colmo de los peores goces, desde los cuales no hay posibilidad de crear porque son respuestas en sí mismos. Pero tal vez en lo que se piensa cuando se dice “felicidad” sea en un bienestar, y si fuera desde ahí, desde el bienestar, sí, se puede. Bienestar que no se contradice, por otro lado, y por si hiciera falta aclararlo, con el malestar que lo lleva a uno escribir, o, para usar tu terminología, a crear. Del malestar de la cultura estamos hablando, ¿no? Claro que es menos un bienestar previo que un bienestar que se da durante el trabajo, y no sé si no animarme a afirmar que es el trabajo mismo.

-Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
No se me ocurre. Para qué necesitaría un título. Por qué empobrecer de ese modo nuestra relación con el mundo. Que es una mierda, por supuesto, y también una maravilla sorprendente, depende de cómo me haya levantado ese día o la dosis de clonazepam.

-¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
¿En qué sentido se supone que le hicieron bien al mundo? ¿Hay una sola clase de bien? ¿Todo se sujeta a un mismo patrón de medida? Amo a Eva Perón y amo a Cervantes, no a Cervantes por su acción político social ni a Evita por su producción literaria, como tampoco amo por las mismas razones a mi mujer que a mis hijos. Si lo que se pretende es llevarme a elegir entre los valores literarios y los político sociales, no gracias, en esa no entro. Pero, además, ¿por qué tengo que comparar o elegir? ¿Vale la pena que ocupe mi tiempo en eso?

−¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?
Depende de la hora del día. Ahora diría “buenas tardes”. 
(Julio de 2012)


La literatura es el arte de seducir lectores
Ana María Shua

Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
 Es el arte de seducir lectores.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
 ¡Qué pena! Le gustaría, pero no puede. A pesar de los temores de Platón.

 ¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura? 
En lo personal,  la escritura y la lectura me salvaron. Pero cada uno debe encontrar su propio camino. Como sorda musical completa, puedo entender que haya personas a las que la literatura de ficción les resulte aburrida o indiferente. 

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie? 
No, claro que no. Pero ¿cómo puede uno saber algo así? Aunque fuera la última persona sobre la tierra, consideraría la posibilidad de que una raza extraterrestre fuera capaz de decodificar mi escritura. Es decir, escribiría siempre, escribiría de todos modos y siempre con la indestructible certeza de ser leída.

 ¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
 Tengo un cuento brevísimo que lo expresa perfectamente, en toda su confusa ambigüedad: EL AUTOR Y EL LECTOR.

                           Le preguntan al autor: usted, cuando escribe,
¿piensa en el lector? El autor no piensa en otra
cosa. En su pensamiento el lector es un príncipe
envuelto en telas bordadas y brillantes. Su principado
es una colonia de la Tierra en el espacio exterior.
Como es un príncipe, tiene gestos indolentes y
gestos desdeñosos. Con un gesto desdeñoso aparta
de sí la edición árabe de la obra del autor. Con un
gesto indolente llama al bibliotecario del palacio
y le exige la traducción al alemán. El príncipe y
lector es políglota y sensible. Lee y se emociona:
cómo es posible que desde tan lejos en el tiempo y
en el espacio otro hombre pueda expresar así mis
propios sentimientos. A todo esto, el autor no ha
contestado la pregunta y se la vuelven a formular
en voz más alta. Un poco sobresaltado, se apresura
a contestar: no, claro que no, jamás pienso en el
lector, un verdadero artista piensa solamente en
su obra. Entonces el periodista se va y el autor se
queda muy triste, pensando que no es un verdadero
artista y que le gustaría serlo. 

¿Tenés algún tipo de lector ideal? 
Ese, el de mi cuento. Mi lector ideal es muy parecido a mí.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir literatura y por qué lo hiciste? 
Empecé en la escuela primaria porque era lo que me salía mejor.  La vanidad es el primer motor del arte. 

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
No podría. Para mí "El mejor libro" es una lista de no menos de mil títulos.  Por suerte los escritores no son campeones de tenis, en que El Mejor le gana a todos los demás. Cada autor aporta su propia visión del mundo, de la literatura, de la vida. 

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocido/a por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato? 
Yo quisiera, por supuesto, que me reconozcan y me aprecien todos, absolutamente todos.  Pero sí, creo en los lectores especializados y respeto su opinión.  Sin embargo... ¿qué colega? ¿qué crítico? ¿qué lector? No son todos iguales. Todos tenemos un puñado de personas cuya opinión nos importa más que la del resto. Alguna vez tuve un libro muy exitoso que recibió elogios espantosos e indiscriminados. En ese momento descubrí que no todos los lectores me interesan. 

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
Es agotador pretender la originalidad absoluta, siempre. Mi gran ilusión es que cada uno de mis libros sea lo bastante distinto de los demás. Con los años y los libros, esa ilusión se va volviendo cada vez más difícil de cumplir. Cada escritor tiene su mundo, y ese mundo es mucho más chico de lo que soñamos cuando estrenamos nuestro primer libro. A veces me siento como un pez que creció demasiado y empieza a chocar contra los vidrios de su pecera. 

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro? 
Sí, es inevitable, al menos en cuanto a las novelas. Si no hay un plan, ¿cómo empezar? El plan puede ser muy vago, la idea de un personaje, de una situación,  pero sobre todo, de una cierta dirección. Sin brújula es imposible.  Los libros de cuentos se arman de otro modo, son más azarosos. Aunque también es posible plantearse un tema general y a veces lo hago, como sucedió con mi último libro de microrrelatos, Fenómenos de circo.
  
¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales? 
Puede decir otras cosas. Cosas más ambiguas, más confusas, más amplias, más contradictorias. 

¿Se puede crear desde la felicidad? 
Es algo muy personal, que varía en cada escritor. Yo no tengo muy claro qué es la felicidad. En cambio sé que no puedo crear nada en situación de desdicha profunda.
  
Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
"Botánica del caos"

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes? 
Puedo imaginarme perfectamente un mundo sin cualquiera de los dos. Y no sería muy diferente. Otros habrían ocupado ese lugar. 

¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?

 ¡Hasta pronto! (Siempre tengo la ilusión de que podríamos volver a encontrarnos en  alguno de mis libros). 

(junio del 2012)


Hay que someter al lector
Fernando Alfón

Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías? 
Que la definición dura hasta que nos chocamos con la excepción: ahí vuelta a definir todo. La literatura es esencialmente excepcional, pero resulta una paradoja.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo? 
Ya lo dijo Sartre, disponer de una lengua, vivir en una época y publicar libros nos compromete, y “descomprometernos” es uno de los compromisos más evidentes.  Sí, Flaubert es responsable de la represión que siguió a la Comuna, «porque no escribieron una sola palabra para impedirla». Sí, Sartre, sí, pero dejamos en paz a Flaubert, que somos escritores y no policías.

¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura? 
¿Salvación? ¿Redención? ¿Acaso se trata de un cuestionario para sacerdotes?

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie? 
Dice Montaigne: “inventé a mi libro, porque tenía que inventarme a mí mismo”. Escribo, luego existo; más luego vemos si encontramos algún lector desprevenido.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís? 
Todo, porque el lector es la obra. Con el Martín Fierro podemos hacer la revolución o fundar el partido más reaccionario de la historia. El lector, incluso, en un momento dirá que nuestra literatura ya no es literatura y ¡chau! Conclusión: hay que someter al lector.

¿Tenés algún tipo de lector ideal? 
Sí, el más ideal es el que evita comentar uno de tus libros en una cena, y te evita, así, el esfuerzo de tener que parecer humilde.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir ficción y por qué lo hiciste? 
El escritor tiene, a menudo, más conciencia de que la vida es ficción, y elige ser el artífice de su propia farsa. Es decir, se escribe sus propios libretos.

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás? 
Ahora estoy leyendo a Severo Sarduy, un cubano barroco y extraordinario. Ahora todo es Sarduy. Me convierto fácilmente a la religión del autor que estoy leyendo. Tengo un canon, sí, pero está muy agujereado y se le volaron todas las chapas.

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocido/a por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato? 
No creo que haya que desdeñar la crítica literaria, a menos que ella misma no sea literatura, y que por tanto merezca ser desentrañada por la crítica literaria, a la que no creo que haya que desdeñar...

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir? 
La búsqueda de la originalidad me suena a una cosa muy poco original. Hay que escribir una historia de la literatura que no sea cronológica: seguro que ya está escrita.

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir una obra de ficción? 
Sí, un plan detallado que será escrupulosamente desarmado a medida que avance la obra.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales? ¿Por qué? 
Los que dicen cosas son los curas; los escritores quieren expresar algo que no tiene traducción, aunque se traduzca.

¿Se puede crear desde la felicidad? 
La prefiero, porque el autor como un sufridor empedernido me da una pena bárbara.

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías? 
En busca del tiempo perdido.

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes? 
Eva Perón, sin duda, que logró que los pibes tengan escuelas y bibliotecas, y libros en lo que se cuenta que en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre el narrador no suele acordarse.

¿Cómo te despedirías del grupo de personas que acaba de leer estas respuestas? 
No crean en ellas, a menos que crean no haberlas entendido. 
(Mayo de 2012)


La historia de la literatura es la historia de la subjetividad humana
María Teresa Andruetto

     Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
Que es una forma del arte cuya herramienta es la palabra, una expresión individual que refleja y refracta intensamente lo social. Que en su historia se puede ver la historia de la subjetividad humana y el modo en que ella se desplegó según las condiciones materiales e históricas que como humanidad hemos vivido. Que en sus mejores manifestaciones nos conduce a un estado de pregunta, nos lleva a sentir y a pensar más intensamente. 

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
No diría que puede ni que debe, diría que –aunque en mayor o menor medida- inevitablemente interviene, ya que se escribe (y se vive) inserto en el devenir histórico de un país, aún obviando toda referencia o ignorándolo todo del entorno. Todos nuestros actos están atravesados por lo político, incluso nuestros actos más privados, a mi juicio la ficción no se escribe en estado de ensueño, se escribe “con los ojos abiertos” como decía Yourcenar.

      ¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva
      a través de la escritura o la lectura?
No hablaría de salvación ni de redención, porque son términos absolutos y en la experiencia de lectura y en el acto de escribir no sólo hay mucha incertidumbre sino que esa incertidumbre forma parte de su riqueza. En lo estrictamente personal muchas veces sentí que leer un libro o escribir un cuento me ayudaba a tolerar la vida, a comprender más o mejor, a olvidar o a recordar lo olvidado. Trabajé muchos años en proyectos de lectura, llevando libros a grupos de toda índole, siempre sentí que esos libros eran instrumentos de encuentro entre personas; puentes, pasadizos entre subjetividades. Elegir un cuento, leerlo en voz alta o en silencio, escuchar a otro leer, hablar sobre lo que se ha leído, recordar algo de nuestras vidas o descubrir algo en la vida de otros a instancias del libro que acabamos de cerrar constituyen modos de encuentro entre personas o de cada uno consigo, un llamado a sentir y pensar más. Muchas veces los que somos ya lectores bastante entrenados nos solazamos diciendo que la literatura y no sé qué más no sirven para nada, sin embargo alguna razón muy profunda debemos tener los seres humanos para cuidarla en todos los tiempos y todas las culturas, a lo largo y ancho del planeta.

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Escribí de ese modo unos veinte años antes de empezar a publicar, pero aunque no era leída por nadie pensaba sí que tal vez alguna vez podía serlo. Al escribir nos imaginamos un lector posible y ese lector, en ese tiempo de trabajo con las palabras, es todos los lectores.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
Mucho, muchísimo peso, pero nunca es un lector real ni concreto, es un lector ideal, el mejor lector posible, uno que tenga la capacidad de recuperar todas las estrategias que imagino al escribir. Escribir es (también) retarse a duelo con un lector que sea mejor lector que uno. Después cuando el libro se publica quiero/quisiera ser comprendida (escribimos para comprender y escribimos deseando que nos comprendan) por lectores de todas las condiciones, edades y lugares!

¿Tenés algún tipo de lector ideal?
Ya he respondido en parte a esta pregunta. No se trata de una persona concreta, es alguien que pueda leer lo que yo voy leyendo en eso que escribo, eso y si fuera posible, más. No porque yo sea la mejor lectora del mundo, sino porque yo misma soy el techo de lectura que puedo imaginar. Así, en la medida en que voy creciendo como lectora, aunque más no sea por acumulación de libros y de años, ese lector ideal va creciendo también.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir ficción y por qué lo hiciste?
Recuerdo muy claramente el momento en que empecé a inventar historias, no a escribirlas. Era muy chica, unos 9 años, se trataba del vicio de mentir. No era algo prestigioso, sino más bien vergonzante para mí y no tenía que ver con convertirme en escritora, no estaba eso en mi horizonte por entonces, tenía que ver con hacer algo que interesara a otros, que me volviera interesante para otros, seducirlos con las palabras. Iban a pasar 20 años de eso para que yo imaginara que lo que escribía podía ser publicado alguna vez y 30 años para que empezara a publicar.

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
He pasado y paso por una diversidad muy grande de lecturas, géneros, estilos, autores. Me interesa mucho una literatura sobre lo mínimo, los  pequeños mundos privados, en una línea que va de Chejov a Katherine Mansfield, del neorrealismo italiano a los narradores argentinos de los años sesenta, o de Capote a Carver. La tensión entre lo individual y lo social también me interesa mucho, una literatura en la que lo social interviene fuertemente en las vidas comunes, escritores muy diversos como Heinrich Böll, Sebald, Rodolfo Walsh, Sara Gallardo, Andrés Rivera, Pavese, Demitropulos, Canetti, Daniel Moyano o Rulfo, entre muchos otros, me llevan a ese mundo. Me interesa mucho la escritura de las mujeres, descubrir cómo se fueron expresando sus subjetividades en distintos espacios y tiempos. Mucho la literatura de mi país. Mucho la poesía, sobre todo la poesía argentina y la italiana. Mucho los ensayos sobre escritura y sobre escritores. Mucho también el análisis de la actualidad política y la economía política.

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocida por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
La crítica me parece fundamental en la construcción de la literatura de un país, de una lengua. Me interesa mucho cómo es leído un libro, ciertos libros, en ciertos momentos históricos. Me interesa la lectura crítica de los libros en general y también estoy atenta a la lectura que los críticos pueden hacer de mis libros. Todos los lectores me interesan, me llegan muchas devoluciones, correos con mensajes increíbles sobre cosas de sus vidas que se conectan con alguno de mis libros, eso me conmueve, me sorprende siempre haber “tocado” algo en otro, en otros. De cualquier modo, tiene un plus ser reconocida por alguien avezado en lo que uno hace, siempre que ese reconocimiento se perciba sincero.

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
Si en algún momento algo así aparece, no se trata de una búsqueda sino de una consecuencia. No es la originalidad, ni la novedad, ni el gesto vanguardista lo que me interesa, sino la profundidad, la intensidad, que puede llegar por esos caminos o por otros más convencionales, ya que mirado en profundidad nada es convencional.

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir una obra de ficción?
No, no tengo un plan. Tengo sí una imagen que me interroga, una imagen que comienzo también a interrogar en un proceso de búsqueda que no sé a dónde conduce y que puede durar meses o años, hasta que olvido o comienzo a perseguirla en la escritura.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales? ¿Por qué?
Sí, creo que es por eso que sigue existiendo, si no ya la hubiéramos reemplazado por otros discursos. ¿Por qué puede decir otras cosas? Por su resistencia a cerrarse, creo, por su tener siempre más, siempre otra cosa que decir además de “lo que dice”.

¿Se puede crear desde la felicidad?
Se puede escribir desde la alegría, desde cierta armonía, desde cierto estado interior de bienestar, desde cierta felicidad, claro que sí. No creo indispensable ser un torturado para ser buen escritor, aunque algunos espíritus torturados hayan dado escrituras excepcionales. En fin, se puede escribir desde cualquier condición y estado, siempre que ese estado, esa condición, sea genuino, no constituya una pose, sino un núcleo de verdad en quien escribe. El camino hacia “la propia cosa” del que habla Clarice Lispector.

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
Mundo

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
Me corro de esta pregunta, no sabría responder a algo así.

¿Cómo te despedirías del grupo de personas que acaba de leer estas respuestas?
    Con una frase de Oscar Masotta: un escritor es una conciencia dialogando con el mundo.
(Febrero de 2012)


Tenemos que ir hacia ese fantasma que reclama su forma
Jorge Aulicino

Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
A esta altura, una cosa muy simple: que es recreación de la realidad, artimaña de las palabras, las cosas según un temperamento y un modo de verlas, interrogarlas o disgregarlas, e ignoro su función social.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
Interviene siempre, pues la política literaria es siempre política. Pero como interviene seduciendo e interpelando la conciencia, su efecto rara vez es inmediato. Creo que quien nunca haya leído un buen poema debería abstenerse de gobernar siquiera un club vecinal. Generalmente, en los clubes vecinales hay, por suerte, más lectores que entre los políticos profesionales.

¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
No. Creo que la redención tiene que ver con la virtud, no con el arte. Creo en una mejor percepción de los pensamientos, de la visión humana del mundo, a los que contribuye la literatura, la poesía en particular.

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Creo que no. Pero nadie tiene esa certeza. Ni siquiera se podría tener la certeza de ser el único habitante del universo, en el supuesto de un cataclismo cósmico. Creo que otro nos acompaña, siempre. Ese tercero que camina a nuestro lado, el que cita Eliot en la Tierra baldía. Es el que nos susurraría, en la catástrofe final, que quizá siempre hay alguien más.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
Tiene mucho peso, pero el lector recibe el nombre de conciencia. No puedo imaginar un lector sino en los términos de mi propia conciencia de que no escribo para mí, no escribo solo.

¿Tenés algún tipo de lector ideal?
El que en mí se regocija cuando, a veces, ve lo que escribo como escrito por mí, como escrito por otro.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir ficción y por qué lo hiciste?
Comencé a escribir poesía cuando me fascinó la posibilidad de que las palabras se ordenaran de un modo rítmico y funcionaran de modo inesperado, dirigidas todas a un propósito, pero obrando cada una en un plano distinto. Ese proceder de las palabras lo encontré, primero, en los fragmentos de poesía clásica española que leía en la escuela.

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
Admiro en la poesía argentina a Juan L. Ortiz, a Tuñón, a Girri, a Giannuzzi, a Bignozzi. Esos autores los aprecio porque fueron mis maestros. Entre los italianos, Montale, Saba, Pavese, Pasolini, Bertolucci. Eliot, Auden, Stevens entre los de lengua inglesa. Fueron maestros de mi generación y la anterior. El patrón, muy general, es la reflexión minuciosa, la complejidad, el predominio de la imagen visual, de lo concreto, aunque sobre él se opere de modo libre y fantástico. Aprecio la inteligencia que se mueve tras las palabras, como diría Pound. Una inteligencia concreta, no una abstracción. Un estar en las cosas. Y a la vez, una imaginación.

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocido por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Creo que se puede leer de muchas formas, y eso es obvio. Me gusta la lectura atenta. La crítica académica necesita a mi juicio demasiado contexto para formular una idea sobre la poesía, cuando la lee. Entre nosotros hay una férrea escuela de lectura historicista. Ese tipo de crítica es interesante, pero prefiero la que se centra en el personaje que escribe, incluso si lo hace teniendo en cuenta una biografía supuesta, una idiosincrasia ideológica, cuestiones insoslayables al fin y al cabo. La cuestión es que lo haga a partir del texto. El otro extremo del estudio académico es la interpretación de los nudos semánticos, del vocabulario, de los versos uno por uno. Tampoco es una crítica que me interese tanto. Creo que la crítica es glosa, son notas al pie. Es la mejor crítica. Y puede provenir de un experto o de un novato.

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
La idea de vanguardia es necesaria, para mantener la distancia frente a ella. Es necesaria la idea de un clasicismo en la vanguardia, porque venimos de la vanguardia pero debemos olvidar ya su propósito inicial, que se ha cumplido.

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir una obra?
Tengo planes muy generales, que se van ajustando en la medida que se avanza en la idea de un libro. En general, tengo la idea de un libro. Me parece que si nos vence el ánimo, lo estrictamente subjetivo, fracasamos. Tenemos que ir hacia ese fantasma que reclama su forma… su forma fantasmagórica a la vez que real.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales? ¿Por qué?
No dice más, dice otras cosas. Los discursos sociales, como vos los llamás, son generalmente discursos sometidos a una intencionalidad concreta e inmediata. Creo que la poesía es el discurso más desinteresado al que se puede aspirar. Se refiere al mismo mundo, pero con todo lo que el mundo nos trae de incierto y religioso. ¿Por qué se celebra una frase potente, metafórica, en un político? Posiblemente, porque es lo más evidentemente poético de su discurso. Si para convencernos debió hacer un esfuerzo extra, apelando a la retórica, eso lo celebramos. Es desinteresado. Es un plus. Como cuando Yrigoyen dice “todo taller de fragua es un mundo que se derrumba”. Lo celebro. Creo en él.

¿Se puede crear desde la felicidad?
Escribir es la felicidad. Cuando podemos ver lo escrito como algo que no es nuestro. Cuando sentimos, aunque sea una ilusión, tal vez, que nos hemos sacudido el yo, o gran parte del yo, gran parte de ese mundo al que vivimos pegoteados. Éxtasis es impersonalidad.

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
No tiene título. Es absurdo buscarle uno.

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
Digo yo, ¿existe el canalla absoluto? ¿O todos tenemos una chispa de Dios?

¿Cómo te despedirías del grupo de personas que acaba de leer estas respuestas?
No lo conozco. Diría gracias por la atención. Diría: aplaudo que se interesen en cualquier tipo de cuestión relacionada con la poesía, porque es interesarse más o menos en todo.
(Febrero de 2012)



La literatura concentra en su estómago casi todo lo que me interesa
Fernanda García Lao

Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
Las definiciones se llevan mal con mi concepto de literatura. No es una ciencia disparadora de enunciados. Tengo la sensación de que la literatura concentra en su estómago casi todo lo que me interesa: invención, sistema y su negación, libertad.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
La ficción y la política son pasiones desencontradas. Con obejtivos opuestos. La literatura no negocia. Tiene como fin la conciencia individual, o así la entiendo. El devenir histórico no es la inmediatez. Sin embargo, con el debido paso del tiempo, uno puede leer un país por la literatura que produjo. Toda escritura es política. El asunto es no ser panfletario. Literal. Partidario. Otra cosa es el rol del escritor. Uno debe ser crítico desde la obra. No soy del tipo intelectual, ese escritor que aspira a un puesto o a un busto de plaza. Que declama y da cátedra. Prefiero el club de los parias. Me desagradan los espacios de poder relacionados con el arte. La Cultura -así con mayúsculas- me da dolor de estómago.

¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
No creo en las salvaciones colectivas. Porque a mí me salva -tal vez- lo que a vos te condena. La escritura es un borde y uno nunca sabe. Las palabras atraen estados, universo. El arte es un juego peligroso.

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Eso hice desde los veinte años hasta que fui publicada. Yo escribo para entender. Si no, el mundo sucede sin sentido.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
El lector es el futuro de lo que escribo. Entonces, es bastante étereo como idea. No pesa ni un gramo. El lector me devuelve mi obra resiginificada y amo saber qué le pasó mientras leía. Pero no me adelanto. Mientras escribo no está. Cuando él llega, ya no estoy con los pies en esa ficción.

¿Tenés algún tipo de lector ideal?
Me gustaría uno crítico y sensible. Que no sea virgen.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir ficción y por qué lo hiciste?
Antes de escribir, hablé mucho. Digamos que primero vino la oralidad y después, los apuntes. Comencé a inventar en voz alta antes de saber escribir. Eso incluía la música. Me subía a una silla y levantaba un texto, o una nota.
En la adolescencia, intenté mil veces escribir poesía. Y fracasé igual número de veces. Quería parecer interesante. Una vez que me despojé de toda pretensión y me senté a escribir con pasión y distancia (a los veinte) no pude dejar de hacerlo.

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
Admiro casi siempre al desertor, al implacable. Beckett, Gombrowicz, Macedonio Fernández, Pizarnik, Copi, Shulz.

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocida por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Cada uno te da una visión distinta, necesito un poco a todos.

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
No en relación a los demás. Pero estoy muy atenta a que dentro de mi obra lo que escribo sea nuevo, no una reiteración.

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir una obra de ficción?
Antes de sentarme a escribir está la inmensidad absoluta. Todo comienza con el primer ser que se descuelga en la página. Ahí comienzo a ensayar lo que viene. Después, camino hacia adelante y hacia atrás por ese texto. Abro otras rutas y reflexiono bastante. Pero el principio debe ser la libertad. Si ya sé a dónde voy, mi deber sería transgredirme.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales? ¿Por qué?
La literatura debe decir más, y estar libre de moralidad. Su rol es disparar contra el lugar común, contra la comodidad ideológica. Es un escalón que sube o baja, por fuera del edificio central.

¿Se puede crear desde la felicidad?
La felicidad es un estado muy esquivo. Pero sí se puede. Hay momentos de gran felicidad mientras uno escribe. Yo disfruto de encontrar y me sorprendo a mí misma emitiendo carcajadas durante la creación.

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
El mundo es un texto que se escribe y se borra. Le pondría “El niño absoluto”.

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
Cervantes, sin duda.

¿Cómo te despedirías del grupo de personas que acaba de leer estas respuestas?
No lo sé. Tal vez, silbando bajito. O haciendo alguna pirueta. Dos vueltas en el aire.

(Febrero de 2012)


El ámbito literario es una jungla de intereses insondables
Omar Genovese


Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
Es el arte de moldear el tiempo oculto por el uso de la lengua.

¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
La ficción nunca es contemporánea. Del momento en que los tiempos verbales refieren al presente, el mismo ya transcurrió, de forma trascendente o no. Y si refieren al futuro, el mismo nunca será presente, pues está diferido en lo posible. El tipo de texto que puede intervenir en lo político es generado como propaganda, esto es mucho más notable en el cine que en la literatura. El realismo socialista ha trabajado esos espacios políticos-históricos, con pobres resultados literarios.

¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
La escritura obedece a una pulsión-incógnita, cuya respuesta –al menos en el tipo de novelas y cuentos que me interesan– está compuesta con variados recursos e ideas que conforman un estilo, una voz determinada. Es el tono, creo que la salvación es encontrar el tono de esa cuerda. Si lo lograra, muero feliz en ese conocimiento...

¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Siempre escribo pensando que nadie me leerá, al punto que ese nadie dialoga con lo escrito. Es como un crítico transparente, difícil de ubicar cuando el acto de escribir se está ejecutando. Aparece interrogando, en general es inquieto, bastante imperativo en la lógica de lo que se piensa: tal vez es un recurso inervado en la composición de cada palabra, como un pequeño organismo que activa la conjetura.

¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
Por lo que me han dicho varios lectores, los trato con respeto, ahí está el peso. Carece de honestidad tratar al lector como un idiota útil; en general, el autor que toma esa posición minimiza sus propios recursos.

¿Tenés algún tipo de lector ideal?
El lector nunca es ideal, todo lo contrario, siempre supongo que quien lee posee una variedad de visiones y lecturas mucho más rica que la que un pobre escriba –en su circunstancia existencial– cree ejecutar. Ideal sería si se ajustara exactamente a lo que uno escribe, pero en mi caso, es alguien inasible, tal vez la muerte misma sea el lector ideal: alguien que está presente hasta que se detiene el rumor discursivo.

¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir ficción y por qué lo hiciste?
Tendría doce o trece años, después de leer a Kafka. Garabateaba descripciones del pasto barrial, las grietas en la tierra reseca, pequeños espacios donde la perspectiva de trascendencia resultaba opresiva. Porque en ese momento uno quiere ser más de lo que es, pero todo se transforma cuando la realidad devalúa la sensibilidad. Ahí dejé el boceto, la naturaleza muerta, por otro tipo de articulaciones. Había crecido un poco más. Luego practiqué una forma horripilante de poesía, ahora que recuerdo, debo deshacerme de los papeles que contienen semejante mancha vergonzante...

¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
La Cartuja de Parma”, “Historia de dos ciudades”, “El doctor está enfermo”, “Moby Dick”, “El gran paquebote”, “El libro de arena”, “Mason & Dixon”, “En la colonia Penal”, “Invitado a una decapitación”, “Un caso acabado”, “La Habana para un infante difunto”, “Lolita”, “Berlin Alexanderplatz”, “Impresiones de África”, “La condición humana”, “Esta casa en llamas”, “Tadeys” (en realidad, Vomir)... Son algunas de las novelas que aparecen como una constante. Hay muchos ensayos maravillosos, como “El espacio y la mirada” de Jean Paris. Los textos de Barthes sobre la literatura japonesa. “Cinematismo” de Eisenstein. Entre todos ellos encuentro algo: no tienen nada en común, lo que habla de cierta dispersión de la atención, diferentes ideas sobre las artes y el espíritu de época. Sí, digamos que la constante es la diversidad que bien evoca a la enciclopedia.

¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocida por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Cualquier persona que se tome el trabajo de leer algún texto de mi pertenencia desde ya lo agradezco. Y que se sienta impulsada a escribir sobre ello, bien, ése solo acto es muy generoso. Respecto a la lectura especializada o la crítica profesional, bien, trato de ejecutarla en el suplemento Cultura de Perfil, con disímiles resultados, ahí sí que aparece el cuidado entomológico por el lector, pues es quien puede sentirse estafado por una opinión: hay ficciones que defraudan, y otras que demandan un tiempo de maduración de la lectura. Además, hay que advertir cuáles recursos se basan en ideas respecto al lenguaje y la literatura, y cuáles en la torpeza de un arribista sin herramientas lexicales mínimas. En alguna medida, la noción de crítica que ejecuto es impiadosa, así que no espero otra cosa de quien lea profesionalmente lo que yo escriba. En sí, descreo profundamente del reconocimiento contemporáneo, es más nocivo para el escritor que el silencio de la ignorancia. No hay presión de lo real mientras exista cierto nivel de anonimia.

¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
Hoy, creerse original es multiplicar la soberbia humana por una cifra infinita: el escritor que se enarbola como vanguardia no es más que un pobre figurón del marketing, una herramienta de promoción, un cartel con pocas luces. En eso hay que aprender de Pynchon: a mayor invisibilidad producir con más calidad. La respuesta está en la obra, además, el tipo de escritor que resulta fundante es el que piensa en una obra por encima de lo que está escribiendo. Después está el destino y el malentendido, si es leído o apreciado, pero como dije, el presente es una mueca estúpida y también cruel. El ámbito literario es una jungla de intereses insondables, a veces miserables, y de una envidia supina. Por suerte tengo varios amigos escritores, lo que no convierte mi opinión en una ley general.

¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro?
Siempre tengo dos planes: divertirme y discurrir hasta agotar algún stock situacional. Bueno, al menos hago eso en lo que estoy escribiendo en estos días. Cuando escribí “Norep” lo hice contra reloj, debía terminar la novela para un día determinado porque se perdía el presupuesto asignado por una cuestión de calendario fiscal, o algo así, en la editorial municipal. Cuando me dicen que la novela es demasiado breve y a la vez muy densa, es porque fue el resultado de ese partido de ajedrez con el tiempo más la concentración en terminarla. Digamos que fue un texto urgente que debía disimular semejante presión. Ahora estoy escribiendo más distendido, sin ninguna necesidad de publicar.

¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales? ¿Por qué?

La literatura no dice, no habla. Lo social es lo que enuncia sin decoro, la organización humana se dedica a categorizar el pensamiento para esclavizarlo, coloca objetivos ilusorios para que el tiempo de explotación transcurra sin alteraciones. Se trata de una constante en la humanidad, sin importar qué etapa de desarrollo económico tenga la región, es casi una constante de hormiguero: hay que funcionar sin importar qué o quién. Esto lleva a expresiones de crueldad y situaciones de ejercicio del poder que son dignas de la mayor repulsión: en China, quien con su vehículo atropella a un peatón debe hacerse cargo económicamente de la atención hospitalaria, razón por la que el conductor de un camión vuelve a pasar por encima de la víctima hasta que muera. ¿Es una razón económica? No, es una sinrazón social sin ética ni moral, que contiene todo el desprecio por la vida que ninguna otra especie detenta. También existió un clérigo alemán que escribió cierto opúsculo sobre cómo detectar brujas, exorcizarlas para sacarles el mal, y así combatir la obra del diablo en la tierra. Fue durante La Inquisición. La cuestión es que el sujeto dio rienda a su psicopatía durante años, descargando su furia y repulsión por las mujeres, torturando y matando a mansalva con la aprobación social: para ello había falsificado una bula papal que validaba su libelo. Creencia y necesidad, eso es lo que enuncia lo social, lo que deriva en aberraciones que llevan al sufrimiento y exterminio del otro. ¿Qué puede hacer la literatura ante eso? Nada. Eppur si muove, como una forma de resistencia íntima...

¿Se puede crear desde la felicidad?
¿Crear desde la felicidad? La felicidad es un suceso privado. La creación literaria, al menos en los autores que admiro, es una expresión de felicidad por escribir, hay disfrute en ellos. De Cabrera Infante a Dickens, de Lamborghini a Joyce. Joyce reía en las noches mientras jugaba en la compleja trama del “Finnegan’s”, mientras Nora se preguntaba de qué reía y que eso no la dejaba dormir...

Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
En línea con lo dicho anteriormente, el título sería La catástrofe inevitable.

¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
El mundo no ha mejorado en absoluto, todo lo contrario: ¿qué derecho universal detenta la sociedad hindú para someter en la indigencia y humillación absoluta a la casta más baja? Ni Cervantes es responsable de algún cambio, ni Eva Perón fue algo más que una herramienta política que, a la manera francesa, la sociedad argentina quemó en vida para luego canonizarla.

¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?
¿Despedirme? Si nunca estuve más que frente a los interrogantes. Salvo, eso sí, que la lectura de las respuestas implique mi desaparición absoluta. Hubiese agradecido que me lo comunicaran antes de contestar, por una razón de perduración omitía las respuestas. ¿Una vez leído el autor será eliminado y por eso la cortesía del saludo? ¿No es una fórmula mágica? ¿Por qué si no estoy debo dejar de estar? ¿De qué se me acusa? ¿Quién es el juez que lo decidirá? ¿Por qué es tan grande la muralla? ¿Por qué no tiene puertas? Más que despedirme, les digo hola. Ahora, todos ustedes tienden a desaparecer en otras lecturas, disolverse por completo mientras el tiempo transcurre inexorable. Despídanse entre sí, sería un gesto digno para con quienes no tienen oportunidad de hacerlo.

 (Febrero de 2012)



Cuando escribo, entro en un paisaje de alegría y serenidad
Aurora Venturini

-Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?
La literatura es una ciencia. Cuando se escribe algo no se debe notar la Literatura como norma sino como vía espiritual.

-¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?
Ridiculizando, caricaturizando. Si la caricatura es muy buena, puede dañar cualquier prestigio. Algunos políticos le huyen. Creo que a ninguno le divierte.

-¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?
Sí. Cuando escribo, entro en un paisaje de alegría y serenidad que en mi vida corriente no es común, porque soy melancólica y de poco hablar.

-¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?
Ningún buen escritor puede ni siquiera dormido pensar en ello. Si me pusiera a pintar, desde ya que me sentiría abucheada.

-¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?
El lector soy yo misma. Por ejemplo, Yuna soy yo. Así se lo dije a Liliana Viola durante nuestra primera reunión.

-¿Tenés algún tipo de lector ideal?

-¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir literatura y por qué lo hiciste?
Siempre escribí ficción, pero no ficción pura, porque nadie puede hacerlo. Todo lo que se escribe, parte de algo objetivo que está en el mundo circundante.

-¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?
Dostoievsky, Pasternak, Kafka, Joyce, Thomas Mann, Proust, Sartre, Camus, Faulkner. Son mi patrón, fuentes de inspiración.

-¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocida por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?
Me da igual, pero el crítico más hondo de un escritor es él mismo.

-¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?
Nadie puede evadirse de su tiempo, pero me he ubicado siempre en sintonía. Por ejemplo, con los escritores ya mencionados.

-¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro?
No, no tengo plan. La novelística se me impone y me obliga a escribir. A veces, hay párrafos que no he pensado. Indudablemente, habrán estado en mi subconsciente, o rondarán misterios.

-¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales?
Cualquiera de estas especies puede hacerlo si es honesto.

-¿Se puede crear desde la felicidad?
¿Qué es la felicidad? No entiendo. El tema felicidad, para mí, es una bijouterie. Puede haber un minuto de dicha devenido de un recuerdo, de una música, de una ciudad y otros sitios.

-Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?
“El mundo”.

-¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?
Ambos. Son grandes, cada cual en su universo.

-¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?
Chau.

(4/ 02/ 2012)



Muestren todo: también lo enfermo.
María Laura Fernández Berro

-Si tuvieras que ensayar alguna definición de “Literatura”, ¿qué dirías?

Fuerza y coraje es la literatura, si escribimos. También compromiso. Ahora me acuerdo de una frase de Conrad: “Creí que era una aventura; era la vida”. Eso es la literatura.

-¿Considerás que la ficción puede o debe intervenir políticamente en el devenir histórico de un país? ¿De qué modo?

Boicoteando la mentira, lo mafioso, lo trucho. Así señalamos, así se escribe: como lo hicieron Echeverría, Sarmiento, el mismo Hernández, Walsh, Bayer: con el hacha.

-¿Creés en algún tipo de redención o salvación personal o colectiva a través de la escritura o la lectura?

Creo en lo colectivo. Hace 30 años, mucho más, pero creo en lo colectivo. La poesía de Almafuerte está llena de sustantivos colectivos. Él apostó al carácter redentor, salvífico de la escritura. Lo mismo que sus discursos. Su única fe fue la escritura. El eje vertebral de nuestra literatura argentina es salvífica y comprometida, mal que nos pese. Igual, hay cada pelotudo…

-¿Escribirías de todos modos si supieras que lo que estás escribiendo nunca va a ser leído por nadie?

No, no escribiría. Y el que lo afirme, miente. No somos pajeros.

-¿Qué peso tiene el lector en lo que escribís?

Menefrega. Quiero decir que no me condiciona. Si lo asusto o lo escandalizo; si desestabilizo o lo pongo incómodo, mejor. En principio, no pienso en nadie más que en mí y en la historia, que como un río, viene.

-¿Tenés algún tipo de lector ideal?

No tengo la más puta idea.

-¿Te acordás del momento en que empezaste a escribir literatura y por qué lo hiciste?
Sí, fue en el taller de Gaby (Gabriel Báñez). Salió el sótano de la dictadura. El sótano en el que escondimos los libros, los amigos, el miedo. Fue lo primero. Después vinieron los desaparecidos: el tío, Darnauchans… Fue con El camino de las hormigas que empecé a decir, a buscar, a incomodar. Empecé jugando. Nena y abuela buscaban estructuras sintácticas entre los muebles de la cocina para armar las frases con circunstanciales que a la abuela se le soltaban. Empecé jugando con Gabriel Báñez.

-¿Podrías nombrar algunos textos o autores que aprecies mucho? ¿Reconocés algún patrón, alguna constante en esos textos o autores que admirás?

Reinaldo Arenas, Pablo A. Fernández, Mercé Rodoreda, Arnaldo Calveyra, Clarice Lispector. En todos ellos encuentro un manejo de la sensualidad, a nivel extremo. Eso busco.

-¿Creés en “la crítica” o en los lectores especializados? ¿Te da igual ser reconocida por un colega escritor, por un crítico de literatura, por un lector aficionado o por uno novato?

Existen buenos lectores, mal que nos pese la crítica. Silvina Friera, Maxi Crespi, Angel Berlanga, Juan Forn son muy buenos críticos y muy buenos lectores, por ejemplo. Pero no sé si escriben o hacen crítica de lo que realmente quieren reseñar o analizar. Dudo de ellos. No les creo. Responden al mercado. Todo es una trampa.

-¿La idea de vanguardia, originalidad o novedad juega algún papel a la hora de ponerte a escribir?

No, no juega. No podría, por ejemplo, ponerme a escribir sobre la muerte de Kirchner. Tampoco sobre la temática que aborda Pamuk. Lo leo, leo las novelas de temática recurrente, pero entonces, busco otra cosa. Siempre estoy en otra parte.

-¿En general, tenés un plan antes de largarte a escribir un libro?

Más que un plan es un deseo inmenso, similar al deseo de estar con alguien. Ronda en la cabeza, en el cuerpo, en las manos. Ronda como un pájaro suelto entre los hombros, en la panza, en el silencio. Porque cuando viene otra historia, también viene el silencio. Silencio para “guardar como”, para “aguardar como”. Por eso la voz se apaga y entra la urgencia. Lo demás es poner el cuerpo y buscar la voz que desahogue tanta cuestión que es la historia.

-¿Considerás que la literatura puede decir más u otras cosas que otros discursos sociales?

Puede contar la magia que es la vida si miramos, si tocamos, si probamos. Hay literatura que está llena de sentidos. Tal vez eso también sea ideológico. Pienso en Calveyra. Calveyra es todo estilo, sinestesia, lirismo. Y yo lo dejo. No sé de qué carajo me está hablando. No es social su literatura, pero lo necesito. Lo busco cada noche. Me traga.

-¿Se puede crear desde la felicidad?

Sí, se puede, pero es eso: sólo deseo. No se sostiene. Se te rompe y entonces viene lo hueco, lo suelto. Para mí, escribir es escribir desde las tripas. Poner todo en la parrilla y que se arreglen. El dolor, lo perverso, la desmesura. De eso se trata. Lo feliz no existe. Es un sustantivo abstracto, inexistente y para nada colectivo.

-Si el mundo fuera un texto, ¿qué título le pondrías?

“Se equivocó la paloma”.

-¿Quién le hizo mejor al mundo: Eva Perón o Cervantes?

La mierda es morirse. Eva no tenía que morirse. Le quedaba mucho por vivir. En el caso de Cervantes: vivió muchas vidas. No entiendo cómo se salvó tantas veces de morir en la guerra, en prisión, en situaciones confusas… Antes de morir, lo único que le pidió al dios de la muerte fue: vida. Otras más vidas para vivir. No para escribir. Para vivir. Me pareció obsceno su deseo. ¡Le tocaba morirse! Ya nadie quería que siguiese viviendo. Un exceso, Cervantes. En cambio, Evita tenía que seguir. Inmoral, su muerte. Eva Duarte hizo mejor al mundo. Lo hizo más mundo, más digno.

-¿Cómo te despedirías de quienes acaban de leer estas respuestas?

Escriban, mojigatos! Sean valientes. Muestren todo: también lo enfermo. Es la única forma de seguir…

(3/ 02/ 2012)