De pronto mirar hacia un lado,
girar el rostro,
retirarnos momentáneamente de la enajenación
(que llamamos vida),
de preparar el mate, con dedicación,
corregir un examen,
poner la mesa, seriamente,
jugar al ajedrez
(peón dama, alfil f4, caballo f3),
de pronto, decía,
porque suele pasar de pronto,
mirar por la ventana y ver los tilos,
los plátanos moverse,
detrás y arriba el cielo,
la luz del sol,
el canto trabajoso de las chicharras,
preguntarnos por todo esto,
por ese pájaro que duda,
ese hombre que camina,
(está en la vida, tiene sentido),
¿hacia dónde va?
¿sabrá que va a morir?
¿incluye ese instante de cese su vida?
de pronto, digo,
como si otro lo quisiera,
no nosotros, claro,
mirar hacia un lado y cortar la trama,
sin querer,
el hilo delgado, el sentido,
la actuación,
ese estar distraídos,
salir del juego por un rato, digo,
(¿pero hasta cuándo?
¿con qué profundidad?
¿hasta dónde?
¿para qué?),
salir de la vida un rato, decía,
y perdernos en ese mar inmenso,
esa otra vida
(más abierta,
más irrefutable, menos irreal,
más ingenua, más digna,
más cruel),
en ese vacío inmenso, decía,
casi fuera del lenguaje,
(porque el lenguaje es una regla del juego),
perdidos sin saber,
sin poder saber,
como Eva y Ulises, supongo,
mis dos gatos, cuando juegan,
cuando juegan, digo, porque duermen casi siempre
(jugar como los gatos juegan,
eso quiero decir,
con las reglas de la especie),
mirar hacia el costado, decía,
por la ventana chiquita de la cocina,
ese rectángulo blanco que da a la calle,
y quedarnos así en las hojas temblando,
en los fresnos amarillos temblando,
en la calle que pasa,
en los autos que se apuran,
en esa mujer que regresa,
y volver,
que ha sido breve esta vez,
a la sala del juego,
a la cocina, al ajedrez,
la temperatura está a punto,
la yerba tiene su justo declive,
la bombilla conserva la inclinación preferida,
plateada y oblicua,
la boca que se acerca,
el gusto amargo del agua que pasa lentamente,
sube,
(a veces cerramos los ojos, mecánicamente),
con placer,
por las puertas abiertas de la garganta.