Era sensible al tilo,
al jazmín,
a la flor del paraíso.
Era sensible al plátano, al laurel,
a la sombra que se pierde
en los árboles caídos.
Era sensible al placer
del caminar,
a la magia muscular del equilibrio.
Era sensible a los nidos
de ciudad,
a la forma de vivir en los abismos.
Era sensible a las palabras,
y al dolor,
y a la gran sabiduría de los ríos.
Era sensible al amor,
y a la falta de amor, también,
cuando ya no éramos los mismos.