ser líricos, ya que no exactos...
Mi abuelo decía sentir placer al ejercer la práctica suave del
martillo sobre el clavo. Un placer que comienza tarde, decía, y termina pronto.
Es el mínimo goce de un deslizamiento, al tercero o cuarto golpe, si la superficie
es blanda y buena la puntería, que acaba con el borde frío del martillo ejerciéndose
contra el cemento o la madera. Lo que queda, decía, es un recuerdo de haber
estado felices. La felicidad no es una preparación ni un término. La alegría es
un distraído y silencioso deslizamiento. Una rara facilidad. El metal plateado, cilíndrico y
puntiagudo, resbalando sin esfuerzo ni violencia dentro de otra superficie que
ya no es él. El recuerdo no hace a la felicidad, decía, pero la invita. Llama a
la reiteración, a la reiniciada redundancia.
No tenía cara para el placer el abuelo.
Su gesto era el de
la inteligencia.
Sus brazos eran los de una larga y aprendida espera.
Tan bello como siempre Cristian. Como todo lo tuyo. Te abrazo.
ResponderEliminar