a Barrilete, que cabalgó sin odio la peor de las esencias
Montado en mi lánguido tobiano, a
mi vera el tobiano ancho de mi hermano, la carrera está a punto de acabar. (La
carrera quizá nunca ha comenzado). La desventaja es amplia, pero posible. La
vara de paraíso que llevo en la mano no alcanza, parece, para ser victorioso, entonces
pego, pego cada vez, y la derrota no se ablanda, no se aligera, no perdona. Mi
hermano enhiesto , a mi diestra, contrasta, notoriamente, con mi derrumbe, con mi lento
desencuentro con el eje, con mi progresivo estar oblicuo, al suelo y al
caballo, con mi gradual y ascendente horizontalizarme, con la inminencia de la caída.
Entonces la vara se acerba, mi brazo se separa, todo lo posible, del
caballo, de mí, se tensa y pega, repite y no va a parar hasta verme, ella que no soy
yo, que ya no es yo (o quizá lo soy yo todo, como un prenda íntima), no va a parar hasta verme sin espera, sin
ilusión, derrotado, sí, en pérdida, sí, humillado sí. Pero en el suelo. Con la
frente en el nudo del suelo.
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