este poema está dedicado
Pasaron por mi vida vestidas de actrices,
todas ellas,
es decir desnudas,
casi todas compartieron mi cama,
mi baño, mi calefacción, mis copas de vino,
inlcuso entre un zorzal y una paloma,
al pie de un eucaliptus,
en el medio de una plaza,
o escuchando los gorriones interminables de la mañana,
desde nuestra larga noche en desorden,
sé que casi todas se enamoraron,
increíblemente,
por compasión, por simpatía, por desgano, quién sabe,
son tan impredecibles,
o por no ver así a un hombre solo,
celeste y chiquito, una vez una de ellas lo dijo,
con su impunidad de siempre,
o simplemente porque se enamoran de todo,
porque algunas veces he sentido que no distinguían entre las
cosas,
como si el mundo entero fuera de su especie,
y casi todas me abandonaron, también, sin escándalo,
sin ruido, casi como por natural desprendimiento,
por fastidio, por desolación,
por aburrimiento,
por descubrir tarde
que sería mi mejor versión cuando escriba una canción,
un poema, un mensaje, una carta, un borrador,
que nunca seré al fin un buen compañero,
quizás ni siquiera un buen amante,
y las vi sufrir como jamás vi sufrir a nadie,
borrachas, riendo, haciendo el amor,
desaforadamente,
gritando en silencio,
dejándose ver perdidas a la luz de la luna de una terraza,
una ventana o tras las rejas queridas de un balcón,
y me hicieron crecer a fuerza de mostrarse,
de dejarse ver, nada más, vivir,
de vivir ante mí, sin gestos,
ni siquiera para mí,
y yo atónito, pequeño, insignificante,
ante un mamífero de pronto desnudo, cordial,
mostrándome el fondo de la raza,
llevándome al principio de los tiempos,
dejándome en lo anónimo,
en lo principal,
en la canción de amor más descarnada,
dejando para mí las palabras chiquitas que tenemos los
poetas para hablar,
esas son las actrices,
las que se enamoran de todo lo que late
abajo del tablón,
esas son las actrices,
las que no saben vivir, y lo exhiben cuando viven,
las desmedidas,
las que adolecen de todo lo humano,
de todo lo vivo,
pero quizás de nada más,
las que no saben mentir,
y no hacen otra cosa que mentir, quizás a despecho de sí,
esa farsa son,
yo las vi de cerca, muy de cerca, y nunca pude sostenerles
la voz,
la mirada,
el cuerpo cerca,
yo las vi de cerca y nunca me enamoré del todo,
quizás porque son de juguete allá adentro,
allá abajo, allá en el fondo,
no hay de qué enamorarse quizás porque no hay un alma
detrás,
a veces pienso,
son tal vez el pedazo más frágil de humanidad, más mudable,
más honesto, más real,
las actrices,
yo las vi hermosas por la ciudad,
porque son animales de ciudad,
corriendo bajo una lluvia creciente,
rezando al sol en la catedral,
abrazadas a un árbol sin hojas en un bosque,
besando un cristo en el que no creen,
difuminando humos perfumados en la sala,
en la habitación,
yo las vi borrachas en el límite peligroso del balcón,
pidiendo sin palabras que la vida las absuelva,
o al menos las trate mejor,
yo las vi viviendo con ternura y horror todo lo absurdo,
lo intolerable, lo trágico,
lo que da risa de tanto mirar,
y pasaron por mi vida indistinta,
como pasaron antes y después por la de otros,
las actrices,
sin buscar en mí lo memorable, ni lo inmortal,
ni una poesía que las nombre,
se burlaron de mí como de todo,
se burlaron de ellas también como de mí,
y me dejaron objetos como sin querer para que las recuerde,
sé que sí,
un escudo azul de tela, una campera raída, un llavero,
una mancha de café en el sofá,
porque eso es en lo único que creen,
en los objetos, en la materia,
y a eso le llaman amor,
¿por qué no?,
yo no sé por qué mi vida un día se llenó de actrices,
morochas, rubias, castañas,
jóvenes y viejas,
siempre hermosas,
y me dejaron adivinar que no saben vivir fuera del papel,
que el círculo de un escenario es la protección y el
sentido,
el breve cielo que en un infierno puede caber,
que ven animales feroces allá abajo de las tablas,
y a veces quisieran nunca más bajar,
y luego se muestran, porque se muestran, desorientadas,
perdidas,
esa es su vida,
nunca saben por dónde ni cuándo va a salir de nuevo el sol,
¿es que les importa?,
y ellas saben quizás con resignación que yo nunca seré de
los suyos,
que nunca me elevaré hasta ellas,
y me han querido siempre, lo sé, como se quiere a un bebé,
a una mascota pequeña,
a un héroe de porcelana que ellas mismas crean con sus manos
de artesanas
y en el que nunca llegarán del todo a creer,
dejaron en mi vida una poesía sin palabras,
una vida mejor,
una estela sin rumbo,
un barco alejándose entre el cielo, los dedos de la mano y el
mar,
olor a llanto, a sexo, a lluvia, a planta perfumada,
a hoja de laurel,
a escenas de mí mismo, a falso recuerdo,
a imagen que se enciende y se va,
la última actriz que conocí se llamó Macarena,
(ese no es el nombre, se imaginan, pero sé que no la podría
nombrar),
crecimos juntos o quizás ella sin saberlo me crió
y se fue haciendo en el tiempo mucho más grande que yo,
más lúcida, más comprensiva,
más elemental,
hasta que una noche como una buena madre me dejó volar,
o se dejó volar a sí misma, mejor, sin duda que sí,
me sirvió una copa de vino,
salimos al balcón,
se puso en frente de la luna, se hizo mirar,
agradeció,
me escuchó sin énfasis ni mentira,
estaba desnuda,
sonrió y dijo sus últimas palabras
y con una suavidad que yo ya le conocía,
sin violencia, con ternura,
casi con felicidad,
me anunció que ya era hora de partir,
que ya era tarde,
¿acaso no veía la luna?,
¿no le daría un último beso al irme?,
que al fin se cerraba el telón.
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