La poesía no es, a mi juicio, o no debiera ser, antes que nada, un saber decir, o peor, un creer que se sabe decir, sino, casi que por el contrario, como sin duda le hubiera gustado al bueno de Sócrates, un saber, a secas, un entender. Sin ese acto de comprensión, de nuevo a mi juicio, no hay riqueza, no hay tesoro. Claro que luego no hay que descuidar las formas, es claro, y es mejor conocer bien el arte de elegir, combinar y disponer las palabras, porque, al menos en la técnica, la poesía es, claro, un arte verbal.
Son esas comprensiones las que les agradecemos infinitamente a los pocos grandes poetas que en el mundo han sido y a los muchos grandes hallazgos desperdigados y anónimos de la poesía.
Ahora hace un tiempo que pienso solo en Castilla. Tardé décadas en entender lo que seguramente otros comprendieron al instante y que Manuel expuso con claridad. ¿Recuerdan la zamba Balderrama? Dice: A orillitas del canal, / cuando llega la mañana, / sale cantando la noche / desde lo de Balderrama. Me resulta tan evidente ahora, que un poco me avergüenzo de haber demorado tanto en comprender. Dice “cuando llega la mañana, / sale cantando la noche”. Hay que ser muy sensible para haber comprendido eso. Cuando pasamos por lo de Balderrama, allá en Salta, por el boliche donde se toma, se come y se canta folclore, ya de mañana, lo que sale cantando es la misma noche, la noche de adentro del boliche. Es decir, dos tiempos, mágicamente, conviven. Hay que ser muy curioso para haberle prestado atención. Hay que estar de algún modo en otro lado para ver la magia en lo cotidiano. Y más adelante, sigue: Zamba del amanecer, / arrullo de Balderrama, / llora por la medianoche, / canta por la madrugada. ¿Quién otro, antes o mejor, habrá entendido esta costumbre de las fiestas peñeras? El centro de la noche es triste, se comparten el dolor y las nostalgias (“llora por la medianoche”). Pero la madrugada, como si nos quisiéramos preservar de la vida diurna que llega, es festiva, alegre, más liviana. (“canta por la madrugada”).
Y es en esa madrugada, cuando ya ha pasado quizás todo el vino, en el que alguien, cualquiera de nosotros, pasa por la orillita del canal, por la orilla de la fiesta, de día ya, y ve y oye y siente que lo que sale de Balderrama es aún, increíblemente, el corazón mismo de la noche.
Gracias Manuel Castilla. Gracias a la buena poesía que busca y dice a veces estas cosas.
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