Y sos vos
que del otro lado del mundo
y sin saber
le da sentido
a todo.
Literatura
Soy una piedra en reposo,
un río lento sin espuma,
la vibración de una cuerda,
el resplandor de la luna.
Soy un árbol silencioso,
la sombra lenta en la tarde,
los pies serenos de un hombre
que han decidido quedarse.
Soy lo que talla una pluma
y lo que queda sin nombre,
soy el pedazo de cielo
en la ventana de un hombre.
Quiero vivir poco a poco,
hasta gastarme la vida,
quiero ser quien se lastime
y ser quien bese la herida.
Soy la lluvia que a la tarde
está cayendo de nuevo,
soy los círculos del agua
en los reflejos del cielo.
Soy la lengua que se estira
en cada sitio de agua,
busco los mares profundos
en cada rosa mojada.
Soy una antigua vasija
que guarda un agua bendita,
soy en la fronda del monte
la rama más escondida.
Quiero ser ya para siempre
esto que siempre yo he sido,
ese pájaro de lejos
que busca un cielo perdido.
Era sensible al tilo,
al jazmín,
a la flor del paraíso.
Era sensible al plátano, al laurel,
a la sombra que se pierde
en los árboles caídos.
Era sensible al placer
del caminar,
a la magia muscular del equilibrio.
Era sensible a los nidos
de ciudad,
a la forma de vivir en los abismos.
Era sensible a las palabras,
y al dolor,
y a la gran sabiduría de los ríos.
Era sensible al amor,
y a la falta de amor, también,
cuando ya no éramos los mismos.
La poesía no es, a mi juicio, o no debiera ser, antes que nada, un saber decir, o peor, un creer que se sabe decir, sino, casi que por el contrario, como sin duda le hubiera gustado al bueno de Sócrates, un saber, a secas, un entender. Sin ese acto de comprensión, de nuevo a mi juicio, no hay riqueza, no hay tesoro. Claro que luego no hay que descuidar las formas, es claro, y es mejor conocer bien el arte de elegir, combinar y disponer las palabras, porque, al menos en la técnica, la poesía es, claro, un arte verbal.
Son esas comprensiones las que les agradecemos infinitamente a los pocos grandes poetas que en el mundo han sido y a los muchos grandes hallazgos desperdigados y anónimos de la poesía.
Ahora hace un tiempo que pienso solo en Castilla. Tardé décadas en entender lo que seguramente otros comprendieron al instante y que Manuel expuso con claridad. ¿Recuerdan la zamba Balderrama? Dice: A orillitas del canal, / cuando llega la mañana, / sale cantando la noche / desde lo de Balderrama. Me resulta tan evidente ahora, que un poco me avergüenzo de haber demorado tanto en comprender. Dice “cuando llega la mañana, / sale cantando la noche”. Hay que ser muy sensible para haber comprendido eso. Cuando pasamos por lo de Balderrama, allá en Salta, por el boliche donde se toma, se come y se canta folclore, ya de mañana, lo que sale cantando es la misma noche, la noche de adentro del boliche. Es decir, dos tiempos, mágicamente, conviven. Hay que ser muy curioso para haberle prestado atención. Hay que estar de algún modo en otro lado para ver la magia en lo cotidiano. Y más adelante, sigue: Zamba del amanecer, / arrullo de Balderrama, / llora por la medianoche, / canta por la madrugada. ¿Quién otro, antes o mejor, habrá entendido esta costumbre de las fiestas peñeras? El centro de la noche es triste, se comparten el dolor y las nostalgias (“llora por la medianoche”). Pero la madrugada, como si nos quisiéramos preservar de la vida diurna que llega, es festiva, alegre, más liviana. (“canta por la madrugada”).
Y es en esa madrugada, cuando ya ha pasado quizás todo el vino, en el que alguien, cualquiera de nosotros, pasa por la orillita del canal, por la orilla de la fiesta, de día ya, y ve y oye y siente que lo que sale de Balderrama es aún, increíblemente, el corazón mismo de la noche.
Gracias Manuel Castilla. Gracias a la buena poesía que busca y dice a veces estas cosas.
Lento es el río,
lenta es la sangre en el hombre que sueña,
lenta es la savia,
lenta es la marcha en la playa de arena.
Lento es el sol,
lenta es la luna en la noche de un hombre,
lento es el campo,
lento es el hondo gemido de un monte.
Lentas las aves,
lento es el cielo que guarda su vuelo,
lento es el árbol,
lento es el tiempo que empuja en el trébol.
Lentos los hijos,
lento el secreto rocío hasta el alba,
lento es un rezo,
lento es el tiempo piadoso que sana.
Lento es amar,
lenta es la mano amorosa y precisa,
lento es vivir,
no querer nada que pase de prisa.
Tus ojos, María,
el perfume de tu llegada,
tu punto de sombra
en los ojos,
tu risa silenciosa,
tu sombra contenida,
tu gesto inquieto,
tus palabras rectas,
tu mano cadenciosa,
tu forma de callar,
tu prisa, María,
siempre
por estar donde llegaste,
donde querías estar,
los pájaros de la tarde,
el ciprés,
tu manera de mirar,
tu calma por el aire,
tu fe, María,
en una cosa vasta
que no pudiste encontrar,
por fin tu desencanto,
María,
tu destino de niña,
tus dedos dibujantes,
tu alma en otra parte,
tus palabras vanas,
tu forma de decir,
tus ojos, María,
tus ojos que no olvidan,
tu blusa,
los brillos de tu cartera,
tu don de sonreír,
tus pies, María,
el sonido de tus pasos,
tus sandalias,
adónde nos lleva la vida,
tu forma de partir.
Entre millones de mundos posibles
ocurrió éste,
en el que vos y yo,
un día y por casualidad,
nos encontramos,
y después,
un día y quizás también por casualidad,
distraídamente,
y ya para siempre,
nos abandonamos.