(Texto homenaje publicado en El Pasajero en el 2010)
Es mentira que los nombres propios carecen de significado. Cierto es, sí, que, en la casi totalidad de los casos, dicen lo que quieren. O, mejor, dicen lo que los otros quieren. Pero hubo un hombre en La Plata que hizo lo que quiso con la lengua. Incluso con su nombre. Se llamó Gabriel Báñez y fue una sucesión de genialidades y, encima, un hombre bueno.
GABRIELBÁÑEZ: (debiera decir el diccionario) Nombre no muy común, tampoco propio, más que masculino viril, que designa a los hombres calvos de ojos vivaces, de torsos algo robustos, escritores puestos a editores y periodistas, mitómanos exquisitos de mirada alternativa, invertidos (ojo, no confundir) Dícese de los hombres amenos, honestos, burlones, nostálgicos y que dejan un vacío inocultable cuando se van. Quizá porque un poco se quedan.
Siempre me llamó la atención. El mundo está lleno de banderas que dicen somos buenos. Conozco miles de abanderados. Muchos de ellos me llenan de dudas cuando les busco la bondad. Gabriel fue (siempre fue) otra cosa. De sus libros se asoma el cínico, el irreverente, el de la mala vida. Sin embargo le conozco (a él que llevaba las otras banderas, las malditas) una de las mayores generosidades del mundo. Eso sí. Su bondad siempre fue privada. Una vez más. Báñez el distinto. Báñez el otra cosa. Báñez el invertido. O el inversor. Perdón.
Tres escritores geniales le conozco a la literatura argentina. Uno por siglo podríamos esquematizar. Sarmiento, Arlt y Báñez. Los hubo desopilantes (Girondo), increíbles (Puig, Cortázar), demoledores (Pizarnik, S. Ocampo, Saer), y hasta perfectos (Borges)... y el etcétera es largo. Pero geniales, tres. Un poco desparejos, de procedencia informal, dudosa, sinuosos, pero con propensión a la genialidad. Y no exagero. Gabriel Báñez, todavía no bien leído, es un escritor que arrasa por su lucidez trágica y cómica. Fue las dos caras típicas, pero extremadas y simultáneas. Basta asomarse un poco a sus textos por detrás para entender esto. Basta no contentarse con la risa. Ni con el disparate organizado. Basta atisbar algo de lo que él miró de frente. Basta seguirlo por la calle en contramano. Y pagar, eso sí. Pagar la contravención.
Dijo:
que el boxeo era un espectáculo de la mayor ternura porque los hombres entraban al ring side para no ser golpeados.
que había hecho un tratamiento para quedar así. Calvo.
que era hermoso en Puerto Madryn ver a las ballenas cómo salían del agua para hacer avistaje de hombres
Y lo dijo porque Gabriel siempre fue un invertido. Porque no hay pose en el absurdo. Hay, en todo caso, absurdo en la pose. Porque Báñez vivió e hizo vivir, o nos invitó a visitarlo, novela tras novela, en un mundo moránico (mundo de Linero Moran, psicoanalista lacaniano lacaniano y lacaniano peronista que invierte o disloca lo que oye para entender mejor). O, lo que es lo mismo, en un mundo bañeceano. Porque a esta altura deberíamos haber entendido que Báñez creó un Mundo Báñez. Que, como del consultorio de Moran, se entra y se sale, pero invertido. Puede agradarnos, puede disgustarnos. Lo que difícilmente podremos hacer es ignorarlo. A él, que decía querer vivir desapercibido. Mentira. Una más de su obra.
Su obra. Fue una docena de libros desparramada en treinta años de ininterrumpida producción. Las mejores editoriales lo editaron. Lo llevaron al cine en dos ocasiones. Fue de la escritura maldita de las primeras obras, al disparate radical de su segunda etapa, pasó por amores platónicos y perversos y tono semiromántico hasta llegar a su obra mejor premiada (La Cisura de Rolando) en donde se vuelve al magnético mundo absurdo pero más lúcido y mejor construido. Fue traducido al francés repetidas veces y a otras lenguas. En Argentina aún no lo descubrimos del todo.
Pero Báñez tuvo lo que quiso. Aunque nos tiente la idea romántica del autor incomprendido o el lugar común del injustamente marginado u olvidado, la verdad es que Gabriel Báñez, vuelvo al comienzo, hizo lo que quiso con su nombre. Hoy su nombre circula no sin misterio y curiosidad. Camina La Plata , entre nosotros, pero a la orilla. Como él quiso.
Como alguien dijo de Borges, Gabriel Báñez es el más mortal de los hombres. Nosotros nos repetiremos en otros, pero el nombre común GABRIELBÁÑEZ, quizá deba corregirme, es el más propio de los nombres.
Hay personas que ven el ángulo escondido y lo mejor lo enseñan o muestran, Siempre estaremos agradecidos de aquellos grandes que nos alumbraron los rincones, gracias Cristian, con más tiempo te visitaré luego
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