Un capitán salado como el agua que hunde, ama o desprecia, persigue
con premeditada pasión un monstruo blanco para vengar una reiterada pierna,
una ausencia, allá en los mares hondos y fríos del mundo. Su inquina lo envilece
o lo endiosa, lo heroísa; en todo caso, lo enfierece o lo animala. Un coraje
inquebrantable le crece adentro mientras busca.
Allá en el sur de la provincia de Buenos Aires, un paisano
baqueano y cuchillero a quien no han dejado de llamar Palancho, se encapricha
la vida con una chancha jabalí a la que presume más grande que otras. Una
huella desaforada al costado de una aguada le ha costado esa pena. Su
familia ya no lo llama al mediodía para almorzar. El cuerpo se le adelgaza y le crece barba
en casi toda la cara. Está sucio. La bestia, de quien sólo tiene el recuerdo
brutal de una huella húmeda al costado del agua, le ha borrado los hábitos de
la amistad y la gente. Una bestia le crece adentro, día a día, si, como espera, espera.
En un camino transitado y cordial de un campo nuevo de la
llanura argentina un hombre de ciudad camina solo y una sombra le rodea lentamente la sombra. Un pájaro marrón y plano
al que llaman chimango grita y le acerca una mueca de enemistad. No llega a rozarlo pero lo increpa.
El hombre no tiene coraje pero un puño se le ha cerrado y de los dedos
sobresale la ingenuidad de una piedra. Se enterará luego que le ha gritado sin pausa a un pájaro apenas
rapaz y carroñero. Recién luego sabrá que lo ha buscado como pocas veces ha
buscado. Un par de garras afiladas y curvas, piensa, le han crecido adentro, en esa
breve pero íntima trasfiguración.
Metáforas explícitas, imágenes de los hombres y su obsesión. Muy buen texto, Cristian
ResponderEliminarGracias, Ada Inés. Saludos.
EliminarOigo eco de otras voces. Supongo que al escribir todos somos el sonido de otros.
ResponderEliminarSin duda, Anuar. Incluso cuando decimos que oímos el eco. Saludos.
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