a Córdoba, a los libros que leí
Tengo ganas
de decir: “toda literatura tiende a la endogamia”, o, también, “la lectura, a
medida que se profesionaliza, se ensimisma”, o, “la literatura es un sistema
narcisista, que se lee a sí mismo”, o, “cuanto más se academiza el acto de
leer, más profundo y duro deviene su centro”. Tengo ganas de decir todo esto y
en realidad es una sola cosa la que quiero decir, algunos de cuyos matices,
espero, quizá converjan en dichas diversas formas. Voy al centro.
El lector es
el sujeto que lee, claro, pero quien juzga, o fuerza a juzgar, no es el lector
sino otro escritor, un libro pasado, un imaginario arraigado, un escritor
estelar (que deja su estela).
Y es a eso a
lo que buscan referirse las definiciones tajantes de apertura. Es a ese sistema
que tiende a cerrarse sobre sí mismo pues los jueces, y las leyes que de ellos
mismos emanan, pertenecen al pasado, con lo cual el dibujo tendería al círculo.
Pongamos por caso. X es un escritor célebre. El lector (L) lee a Y, escritor
novel. ¿Cuáles serán los parámetros, conscientes o inconscientes, de L para
juzgar al flamante Y? Es acá donde se impone la legislación de X. Es decir, la
literatura de X, es decir, lo que el lector proyecta como la gramática de X.
Entonces: L lee a Y, pero es X quien lo juzga, quien lo precia, quien lo evalúa,
quien lo decide. Es en cierto sentido entonces X quien lee a Y. El Escritor Sembrado
quien recoge, con gusto o disgustado, los frutos brotados de Y. Pero
entonces... ¿y L? Es decir, en este esquema tan sencillo, tan delineador, ¿dónde
queda el lector?
Por supuesto
que esta simplificación es un énfasis que procura captar los ejes de un
sistema; no su complejidad. En realidad, el X de L (lo que X significa para L) entrará
en tensión, más o menos violenta, con el L de Y. Cada L tendrá su X, por un
lado, pero por otro, además, cada L tendrá la potestad (¿tendrá la potestad?) de
graduar los filtros, de dosificar los diques que separan, a priori, a X de Y.
Pero me
interesa menos la complejidad, confieso, que la lógica bruta del sistema. El
mecanismo es centrípeto. Tiene vocación de círculo. Lo digo bestialmente.
Cuando L leyó a Cortázar fue Borges quien lo leyó. Cuando leyó a Borges fue Lugones
quien lo hizo. Cuando a Lugones fue Darío.
Son las
viejas lecturas las que se ciñen sobre las nuevas. Son los viejos libros de la
biblioteca quienes reciben, mal o bien, a los que ingresan. La fuerza que
gravita (la sombra que se inclina) sobre cada nueva línea que nace, es la
fuerza que gravita (la sombra que se inclina) desde cada vieja línea que cae. Si
cae. Porque será necesario un díscolo para entreabrir el círculo. O dos. Porque
hará falta un Y que diverja francamente de X, pero también un L de X que se
permita disentir con ese Superequis que juzga, para leer con anuencia las ríspidas
novedades de Y.
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