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viernes, 5 de noviembre de 2021

Elegía XVII (Gloria)

 

Gloria a los pájaros entramados en los árboles de las calles,

gloria al sol, que produce su canto,

gloria al primero de noviembre en que vimos llegar la primera golondrina, este año,

a esta ciudad insólita y preciosa,

gloria a todo lo que vive, a todo lo que existe generosamente,

gloria a todo lo fértil,

a todo lo que sabe, a lo que huele, a lo que fluye, a lo que arde,

gloria a las leyes fundamentales de este mundo,

a lo que lo hace vivir,

gloria a quienes ahora mismo se les están revelando esas leyes y escriben,

o callan pero saben, o adivinan,

gloria al celo de los mamíferos,

gloria a la primavera en la perfección de una avenida celeste en diagonal,

gloria al instinto de los pájaros carpinteros,

de las abejas, de los músicos, de los poetas, de los jardineros,

gloria a lo incesante, a lo intermitente,

a lo gradual, a lo continuo, a lo creciente y a lo inmóvil, a lo inminente,

gloria a la lluvia que limpia la atmósfera,

gloria a la lluvia que lustra las calles,

vivifica las lagunas y el suelo cuadriculado de una plaza y los colores de los automóviles,

gloria a lo insensible que se moja, sin embargo, aunque no siente,

gloria a dios que creó y se fue y nos dejó el mundo con que se hizo famoso, acaso inmortal,

gloria a ese gesto de amor de dios que es el más grande que hemos visto jamás,

gloria al divino desamparo en que hemos quedado, que nos permite gozar como animales,

incluso el dolor, la pena, la soledad, el hastío, el miedo y la agonía,

gloria a febrero que nos quema y a julio que nos hiela, en este sur,

gloria al triángulo de sombra de los cipreses en el parque, a la tarde,

al dibujo irrepetible del cielo, a cada hora,

gloria al mar, que es un ruido y un color y una textura

y unas ganas de entrar en él y de perderse dentro suyo para siempre  como un vientre peligroso,

gloria al río que no cesa,

gloria al cauce que lo lleva y lo persuade y lo impulsa hasta perderse,

gloria a la fragilidad, a la ternura, gloria a la sonrisa de un desconocido, en la calle impersonal,

esta mañana,

a la amabilidad, a la repetición involuntaria de la cortesía, cada día,

gloria a las multitudes que rezan, que sostienen a un dios perdido,

gloria a las multitudes que cantan,

que sostienen, mientras cantan, a un dios rudimentario y eficaz,

gloria a la soledad de Miguel Ángel, que le permitió la generosidad de su arte,

gloria eterna a Chopin, interminable, gloria al mundo que creó y que increíblemente no existía,

alta gloria a la maravilla del sistema tonal, que lo hizo posible, a la madera de los pianos,

gloria al ingenio de la perspectiva, al  punto de fuga, al juego del ajedrez,

que permite que una obra de arte ocurra en cada juego, mientras se juega,

gloria eterna a la forma del soneto

y a las generaciones de hablantes que pulieron los idiomas con que escribimos los sonetos,

infinita gloria a las generaciones de caballos, de gorriones, de benteveos,

gloria a la leyenda prodigiosa que creó en las ciudades la mansedumbre de los horneros,

gloria, gloria a las palabras que nos dejan menos solos,

a las palabras que nos faltan y buscamos, incansablemente,

gloria al silencio animal en el que estuvimos una tarde vos y yo,

es decir todos, y que no escuchamos, pues no importa,

gloria a dios, en todas partes, no sólo en el pan, en el vino y en los peces,

a la divina perfección de la columna vertebral de los felinos

(miro a Eva, en el sillón, mientras se estira),

gloria a la inteligencia de dios (es que no puedo dejar de pensar en dios)

que creó la inteligencia,

gloria a la insensibilidad de las piedras, que acaso no sienten, al canto invisible de las cigarras,

a la tarde,

gloria a dios (es que no puedo dejar de sentir a dios),

repartido entre nosotros, ahora mismo,

entre las cosas, pero todas, todas las cosas,

gloria eterna a la infinita inocencia de Jesús,

que leyó la biblia y creyó ser dios, gloria a quienes con honestidad le creyeron,

gloria a Charles Darwin, que creó una biblia acaso menos creativa pero más inteligente y compleja,

gloria a quienes con honestidad le creyeron,

gloria a las ideas increíbles de Platón y a la refutación nuestra de cada día,

al amanecer, cuando vemos salir el sol,

y no creemos en otra cosa que en la realidad de este mundo,

al que decidimos adorar, otra vez, como un milagro,

gloria al milagro cotidiano que se nos ofrece sin saber, sin reclamar, con prodigalidad,

gloria al placer, al dolor, a la alegría,

y a la noche, por qué no, también, a la noche,

alta gloria,

infinita gloria a ese tiempo que tenemos de gozar y de perder que llamamos nuestra vida.

 

 

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