en la ventana,
un puñado de palomas en el cable,
pastillas en la barra,
las llaves y el encendedor.
La luz que viene del este,
el cielo azul recortado por el vidrio,
lo blanco de la casa,
los autos y los pájaros,
las plantas del balcón.
La virgen celeste que me hizo mi abuela,
en yeso amasado,
cáscaras de frutas en la mesa,
el mate intermitente,
en las alacenas el brillo del sol.
El invierno que es implacable en los álamos,
el ruido invisible de las calles,
la gata subiéndose al ropero,
los retratos detenidos,
los libros tirados en el sillón.
La guitarra sin funda y vertical,
desnuda o desarmada,
los libros inmóviles en la biblioteca,
mi vecina alimentando las palomas,
los vidrios limpiados sin amor.
El espejo que no tiene nada,
las puertas cerradas,
el frío de agosto que queda allá afuera,
las formas cuadriculadas del suelo,
las copas vacías de anoche en el comedor.
Todo ocupa un sitio en la casa y en el mundo,
lo que hicimos nosotros
y lo que hizo dios,
sin embargo y apenas atrás de cada cosa
está el sitio inalcanzable en que dios nos abandonó.
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